Etiqueta: Cuento

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Un libro para la impureza: Los peces de la amargura

Escúchanos, Señor, protégenos de la maldad
y líbranos de toda mancha del alma

La impureza es, según la segunda acepción de la RAE, la “materia que, en una sustancia, deteriora alguna o algunas de sus cualidades”. Mísera contaminación que irrumpe un estado de perfección. Mezcla, degradación, deterioro. Sustancia indeseable.

Los peces de la amargura, libro de Fernando Aramburu, abre justamente con una emblemática dedicatoria dirigida a la impureza, una frase demoledora que planta cara a una de esas palabras desgastadas por el tiempo, que cargan a cuestas la historia de una cultura y una ideología creyente de las esencias puras y perfectas.

Dedico este libro a la impureza

Fernando aramburu
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Soledad - Aimeé Cervantes

Voces al otro lado de la puerta || Cuento de Javier Garrido

Ilustración de Aimeé Cervantes Flores

Al otro lado de la puerta hay voces.

Termino de despertar de un sueño líquido, sofocante, oblicuo, prodigo en hecatombes y risas desmesuradas, en arrastrar de muchos pies, en muchedumbres sin cara que caminan incansables en círculos cada vez más estrechos. Apenas se borran estas imágenes me agrede la luz sesgada de la luna que penetra a través de un resquicio de la cortina. Esta luz fija acaba por aturdirme y no logro recordar donde estoy.

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Dos maldiciones || Cuento de María Luisa Delfín

Senovia Expósito se arremangó la falda para airearse y profirió dos maldiciones al hilo antes de azotar la puerta. Era un jueves de agosto embadurnado de hastío. Juan Froilán la miró estupefacto. Nunca la había escuchado articular vocablos tan altisonantes y groseros, ni siquiera cuando estuvo a punto de morir arrollada por el camión escolar que había perdido la ruta.

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Despertar - Aimeé Cervantes

Deleite || Cuento de Nieves Pascual Soler

Ilustración de Aimeé Cervantes Flores

“¿Después que he envejecido tendré deleite, siendo también mi señor ya viejo?”

(Génesis 18.12)

“Ay, Alfonso, perdóname”, se recrimina Doña Augusta para sí misma en la puerta de la tienda de electrodomésticos. Alfonso, su marido, murió hace tres años, a los setenta y ocho. No es que Doña Augusta no sienta profunda su pérdida, pero siente deseos de deleite que crecen en la primavera y en el verano. Respira a fondo una vez, yergue la espalda hasta donde le permite la desviación de la columna y entra con paso decidido.

El aire acondicionado alivia el calor hirviente de agosto a las cinco de la tarde. La tienda está llena de merodeadores que se benefician del fresco gratis.

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Noctámbulis - Aimeé Cervantes

Noctambulis || Ganador del concurso «Escribe tu primera página»

Ilustración de Aimeé Cervantes Flores

En medio de un silencio desierto…

Al final solamente se encontró el débil y monótono martillar de las manecillas. Levanté la cara y entre la penumbra apenas alcancé a distinguir el reloj: había pasado ya la medianoche. Cautelosamente me quité el sombrero para asomarme al vacío imponente que se erguía sobre mí. Entonces la ansiedad comenzó a apoderarse de mis movimientos. El sonido cada vez más acelerado de mis zapatos contra los charcos del asfalto resonaba en las paredes de la calle vacía. Mientras más me alejaba de la avenida principal, la oscuridad se imponía, devorando vallas, ventanales y puertas. Ni una sola luz que surgiera de entre las sombras para revelar un lugar en donde aferrar la mirada.

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Enigmas de la noche fría (IV) || Nocturlabio Ediciones

La indeterminación de la realidad: “El caso Morcillo” de Héctor Fernando Vizcarra

Recuerdo cuando leí por primera vez la novela 1984 de George Orwell. Estaba en la preparatoria y me pareció fascinante, así como aterradora, la sola idea de poder manipular y construir el pasado. Estaba en el segundo año del bachillerato, apenas conociendo de la vida, y aquello me resultó una idea ficcional y siniestra. ¡Qué lejos de la realidad aún estaba!

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Noctámbulo || Cuento de Mayret Montiel

—Hemos pasado una tarde agradable—, dijo, dedicándole una galante sonrisa. Desde su punto de vista, todo había sido casi perfecto; habían salido a comer a un pequeño restaurante gourmet, y cabe mencionar que las viandas fueron lo menos interesante de aquella experiencia. En verdad se había sentido el hombre más afortunado sobre la tierra cuando la vio tomar su cuchara con tal delicadeza que parecía que al acercarla a su boca no estuviese probando el bisque de langosta, sino dibujando aquella pequeña curva que, dulcemente, se pintaba granate sobre su rostro. Cada pequeño gesto de coquetería hacía que su corazón saltara de gozo, olvidando así toda pena.

Después fueron a una galería de arte cercana: ella repasó todos los cuadros, se daba tiempo para admirar cada trazo, cada colorido punto con una minuciosidad demencialmente cautivadora; a él le fascinaban los comentarios elocuentes que ella solía hacer. No sabía describir la sencillez con la que soltaba una a una las frases más ingeniosas, ni tampoco podía reprimir ese leve suspiro cuando la notaba tan ensimismada en sus pensamientos. Lo cierto es que su inteligencia era incluso más atractiva que el lunar que podía verse en su cuello cuando ella se acomodaba el pelo de manera discreta, y vaya que ese diminuto lunar era toda una obra de arte. Logró convencerla de ir a tomar una copa en su terraza. No fue difícil en realidad. Él leía las ansias que había en sus manos de encontrarse por fin con las suyas.

Mientras charlaban sobre la terrible inmensidad del universo, la botella de vino se quedó poco a poco vacía y, con ello, la intensidad de sus miradas aumentó hasta que, sintiéndose confiado, la tomó de la mano, se acercó lentamente a su rostro y la besó con dulzura. En ese húmedo recóndito, encontró al fin el remedio para todo aquello que ensombrecía su alma; deslizó hábilmente una mano por su espalda. Estaba seguro de que ella cedería al fin después de pretenderla, como si se tratase de una dama: sin besos ni caricias, sin insinuaciones de ningún tipo. La había conseguido de una vez por todas, o al menos eso creía hasta que ella apartó su rostro, dejándole en la boca una especie de silbido sordo.

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Mi amigo || Cuento por Guadalupe Villagrán

Hoy cumplo dos meses encerrado en esta prisión por haber matado a quien fue mi gran amigo.

Aún al día de hoy la gente sigue sin entender por qué lo hice si lo quería tanto y menos entienden cuando les digo que aún lo quiero, fue mi único y gran amigo, pero decirles los motivos que me llevaron a hacer lo que hice no es algo que le contaría a nadie por respeto a su memoria; sin embargo, tengo que desahogarme aunque sea por escrito. Al terminar quemaré este documento y continuaré con mi sentencia en silencio, como hasta hoy.

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La mano - Aimeé Cervantes

Confesiones de mi oscuridad || Cuento por Tania Rocha

Ilustración de Aimeé Cervantes Flores

Por las mañanas, al despertar, cuando mi mente está despejada como un cielo sin nubes, imagino cómo habría sido mi vida de haber crecido en una ciudad. Otras veces cambio a mi familia y algún otro factor de nuestro entorno, como nuestra situación económica, por ejemplo. Las variables se alternan creando resultados posibles en una espiral infinita e invisible.

A veces soy consciente de lo improductiva que resulta tal actividad, no sólo porque no puedo regresar el tiempo e imponer mis variables, sino porque tengo la certeza de que no cambiaría mucho de mí o de alguien. Pienso quizá que hay algo ya dado en nuestra esencia, algo que forma tu visión de la vida, más allá de la bondad y la maldad: es el énfasis, luminoso o sombrío, brindado a los sucesos. He visto hombres que llevan una vida tranquila y agradable pero con una mirada apagada, además de mendigos con una mirada brillante, con hambre de pan y ansias de vida.

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Enigmas de la noche fría (I) || Nocturlabio Ediciones

No soy un gran lector del tema policíaco, pero soy un arduo y exigente lector de cuentos, un género tan propio de nuestra América, y en donde tengo la intuición que se ha abierto paso de manera prolifera, pero con una marca muy propia de estas jóvenes naciones: el misterio y terror son mantos que forjan los entramados narrativos.

Nocturlabio Ediciones, joven editorial mexicana, ha conseguido lo que puede resultar complicado: hacer una buena antología de cuentos. Con el boom editorial que se arrastra desde el estallido latinoamericano de las letras, allá por mediados del siglo pasado, la literatura ha entrado en una crisis genérica, pues a veces parecemos preocuparnos más por la venta que por la difusión del objeto textual. Peor aún, queremos clasificar por supuestas “especialidades” de las casas editoriales, y no por el contenido estructural del texto.

Enigmas de la noche fría, como se titula la antología que reúne a los autores Amanda Espinosa, Jorge Estrada, Mariana Figueroa y Héctor Vizcarra, y coordinada por Elik Troconis, me ha dejado un buen sabor de boca. El ordenamiento de los textos me parece certero, los momentos de tensión son audaces y el universo compartido una innovación fresca. Habrá ciertos errores, quizá en construcción sintáctica o con descuidos en el habla, pero se vuelven menores ante los precisos aciertos que obtiene la obra publicada. Confío en que la antología, un almanaque rojo y ficticio de aquella oscura y fría noche de abril, sea el principio de una buena racha de valientes propuestas de lectura para un público amplísimo. Les deseo suerte.