has oído un árbol ser taladrado
los sueños
no caen del mismo lado de la almohada

has oído un árbol ser taladrado
los sueños
no caen del mismo lado de la almohada
A Mel Brooks
01 de febrero de 1789
Hoy he entrado al servicio del barón de Menage y la baronesa de Trois. Extrañamente, el palacio parece un laberinto. Una cocinera de Carcasona me ha guiñado un ojo.
Poner el cuerpo es desbordar todos los espacios.
Joyce Jandette, ¿Qué carajos es poner el cuerpo?
Poner el cuerpo es perder el cuerpo para convertirse en muchos cuerpos.
Poner el cuerpo es hacerlo tú misma y hacerlo con las otras.
El Museo de Mujeres Artistas Mexicanas es un proyecto independiente que busca generar memoria de las mujeres mexicanas en las artes a partir del siglo XX. Se trata de un museo virtual que cuenta con una galería conformada por más de 350 artistas activas, además de exposiciones temporales programadas de forma trimestral en su plataforma. Hace dos años, el museo expuso Tus ojos cuentan la historia, muestra de la artista chilena Eugenia Vargas-Pereira curada por Carla Rippey. La muestra se compuso por una serie de cuarenta retratos fotográficos realizados durante las protestas feministas chilenas del 2019 y 2020. En su serie, Eugenia Vargas-Pereira retrata a mujeres enmascaradas y explora la apropiación de la capucha como mecanismo de autodefensa y de protesta, así como una vía de expresión personal.
Aún no amanecía cuando la Marilú llegaba a la calle San Diego y entraba a la última casa del cité donde arrendaba una pieza para vivir. Ya antes de encender la luz había comenzado a beberse de un sólo trago, el vino que quedaba en la caja de cartón. Sentada en una orilla de la cama se había sacado los zapatos y había comenzado a llorar. Al poco rato uno de sus vecinos de pieza que salía rumbo al trabajo había tocado la puerta y llamado en voz baja para preguntarle si le sucedía algo; desde el interior Marilú le había dicho que no se preocupara, que estaba bien, que eran cosas de vieja, y que ya se le iba a pasar.
El redactor jefe acerca la subcarpeta con aprehensión, como quien se asoma a un acuario de pirañas. Fuera del despacho hay un hervidero de pasos. De vez en cuando se observa la silueta de unas cejas que emerge de puntillas, el flash de una foto o un paraguas enorme que despliega sus alas de ceniza rumbo a las calles. El jefe Frank ni se inmuta. Su gesto claroscuro no presagia nada bueno. Por un momento mira nerviosamente hacia la puerta como si aguardara en el vestíbulo la sombra alargada de un dentista o un viejo amigo venido a menos. Luego, empieza a leer el artículo en voz alta con la sobriedad de un gángster.
Ojos Bellos cayó en cuenta de que los policías no se iban a ir, porque seguían de necios dándole al maldito timbre y entonces no tuvo más remedio que salir a abrir. Los policías lo saludaron y, forzando la vista para leer de una hoja, le preguntaron:
La polvareda y la voz de Alfredo Olivas saliendo de una bocina con el woofer roto anunciaban el paso de la caravana del Frente de Ciudadanos Organizados. ‟Don Chuy, arrime la botella pa’cá”, pidió Manuel. Eran diez hombres montados sobre una “Julia” improvisada a partir de una camioneta Ford Ranger del 79. El calor estaba del carajo, según palabras del mismo Don Chuy, así que éste sacó una botella de aguardiente y la compartió con los demás.
Los hombres siempre se van.
Esto no implica que no regresan,
pero sí que nunca se quedan.
Existe el momento
del rescate del cuerpo,
el momento en el que se encuentra
quien lucha por el encuentro.
Un pájaro aletea miradas
desde el instante sin ver, sin sentir
los bordes divisorios entre las aguas.
“La fantasía de ambos era al menos terminar a Proust, estirar la cuerda por siete tomos y que la última palabra (la palabra Tiempo) fuera también la última palabra prevista entre ellos”.
Alejandro Zambra, Bonsai
A veces pienso que mi deseo por seguir viviendo se ha correspondido directamente con mis ganas de seguir leyendo y escribiendo. Aun cuando en la infancia y la pubertad nunca generé un hábito lector pero sí uno escritor, llegada la adolescencia me hice asiduo a ambas actividades, a pesar de que por muchos momentos me aterraba considerar que sólo estaba “perdiendo el tiempo”. Cuando apartaba la vista de mis libretas o mis libros, notaba que mi alrededor permanecía exactamente igual que antes, pero algo en mi mirada era muchas veces distinto. Aunque no lo pareciera, algo había cambiado.