Cómodamente sentado, me preparo para comenzar a vivir una singular experiencia, una vez más. Estoy dentro de un avión a minutos de comenzar el despegue. ¡Estoy a punto de iniciar un viaje a través del aire!

Cómodamente sentado, me preparo para comenzar a vivir una singular experiencia, una vez más. Estoy dentro de un avión a minutos de comenzar el despegue. ¡Estoy a punto de iniciar un viaje a través del aire!
Al término del conteo, el cohete despegó desde el Centro de Lanzamiento de Satélites, y elevándose hacia el cielo iba dejando una espesa estela de color blanco, semejante a las nubes. Mirando hacia lo alto, Matías, el niño del poblado cercano, su abuelo, y la gente reunida en las afueras del centro aplaudían y se abrazaban mientras el cohete se hacía cada vez más pequeño a la vista, hasta perderse finalmente en el espacio.
Nadia pone la tela en la máquina de coser. Se va derecho con una habilidad extraordinaria que hasta la permite hablar con sus compañeras de trabajo. Con ellas también platica y ríe a la hora de la salida. Cuando llega a su casa cena, enciende la tele y se acuesta. Piensa en su familia a la que le manda dinero cada semana, sin falta. A veces, cuando sale a trabajar por las mañanas, saluda y habla con sus vecinos con una sonrisa tan comprometedora que, aunque ellos no quieran, se ven forzados a detenerse en la escalera del edificio para escuchar trivialidades incómodas de dos minutos.
¿Os acordáis del momento en el que os decidisteis a escribir historias? Yo sí. Fue cuando me hice mujer, mi primera regla y eso, ¿no? Creía que no me iba a llegar nunca, todas mis […]
Ilustración de Robert Bélanger
Ya no veo nada pero siento todo. Resuena en mí la vibración del poste que se acaba de caer a la banqueta por el impacto del Audi gris; el pánico lagrimeado del chofer que arruinó su vida y la de las familias de los muertos y afectados; la tragedia inyectada en el cuerpo de una madre aferrada a su hijo, ahora ambos abrazados por la muerte y marcados por las llantas de un coche; y el gran barullo de una multitud alrededor de los heridos, consternados y grabando con morbo lo que sucede en Avenida Revolución. Ha llegado una patrulla que, al parecer, se encarga únicamente de proteger al pasajero del Audi, el embajador guatemalteco, de la furia colectiva desatada alrededor, que no paran de gritarle: “¡Asesino!, ¡no le cubran la cara!”.
Ahí viene Don De. Sé que es él, porque camina por el pasillo siempre haciendo ruido con sus zapatos, siempre poniendo el énfasis en su pisada, en especial en la parte del tacón. Ahí viene Don De. Y no es que lo odie, no; es más, ni siquiera lo conozco, pero no sé. Su sola presencia me resulta aterradora.
Ilustración de Aimeé Cervantes
A Luis de pequeño le molestaban los días de lluvia en que salía el sol. Y era extraño, porque a Luis de pequeño le molestaban muy pocas cosas. Era lo que se dice un chico alegre, de ese tipo que no suele dar problemas, ya me entienden, ese tipo de chicos que crecen sin que haga falta regarlos a diario. Sin embargo, con el paso del tiempo la lista de cosas que molestaban a Luis había crecido monstruosamente, aunque los días de lluvia en que salía el sol, a decir verdad, ahora le traían sin cuidado.
Picar la sal de mar es casi imposible, como salpicar a alguien con las lágrimas de sus cicatrices. El llanto, casi perdido, le grita desde su interior que ejecute alguna acción para poder vaciar aquel contenedor que lleva años intentando, por sí solo, vencer la entrada de cualquier cavidad y orificio que le permita tener algo de oxígeno. Pero no se puede, ninguna lágrima ha podido resbalar de sus mejillas. Se vuelven brisa antes de salir a la luz, difuminándose lentamente como si se avergonzaran de existir.
Y no sé
Sujata Bhatt
cómo hablar de esto, incluso contigo.
Somos dos.
No, no hay problema en que durmamos en la misma cama, le dijiste al dueño por teléfono.
Me miraste de reojo en espera de mi confirmación: asentí.
Está bien, entonces llegamos el martes cuatro; sí, una semana.
Sonsoles me contó el otro día cómo había transcurrido la última sesión en la consulta de su terapeuta. Me habló de la doble llama que debe darse en toda relación amorosa, requisito indispensable para que esa aventura que se establece entre dos personas crezca y se fortalezca. Mencionó grupos de palabras que hacía mucho tiempo no escuchaba: pasión y empatía, lujuria e ilusión, deseo carnal y escucha, lascivia y entendimiento, concupiscencia y amor desinteresado.