El alma transversal
Existe el momento
del rescate del cuerpo,
el momento en el que se encuentra
quien lucha por el encuentro.
Un pájaro aletea miradas
desde el instante sin ver, sin sentir
los bordes divisorios entre las aguas.
Un panorama de amplio espectro en torno al fenómeno de la palabra escrita
Existe el momento
del rescate del cuerpo,
el momento en el que se encuentra
quien lucha por el encuentro.
Un pájaro aletea miradas
desde el instante sin ver, sin sentir
los bordes divisorios entre las aguas.
“La fantasía de ambos era al menos terminar a Proust, estirar la cuerda por siete tomos y que la última palabra (la palabra Tiempo) fuera también la última palabra prevista entre ellos”.
Alejandro Zambra, Bonsai
A veces pienso que mi deseo por seguir viviendo se ha correspondido directamente con mis ganas de seguir leyendo y escribiendo. Aun cuando en la infancia y la pubertad nunca generé un hábito lector pero sí uno escritor, llegada la adolescencia me hice asiduo a ambas actividades, a pesar de que por muchos momentos me aterraba considerar que sólo estaba “perdiendo el tiempo”. Cuando apartaba la vista de mis libretas o mis libros, notaba que mi alrededor permanecía exactamente igual que antes, pero algo en mi mirada era muchas veces distinto. Aunque no lo pareciera, algo había cambiado.
Hasta cuándo
tu carne
será mi trémulo espejismo,
fulgor de soledades,
crepúsculo de gitanos
en la orilla equivocada.
En el sortilegio de mis vicios
tú eres un recuerdo incandescente,
la llamarada de piel
retenida hasta la muerte.
Me asusta el futuro, no sé si me entienden. Veamos, ¿han pensado qué ocurriría si a un astronauta se le escapara de los labios una colilla encendida y cayera en dirección a la Tierra? Nada. Sin embargo, no me negarán que un puro como los que se fuma Aaron A. G. Smith, mi vecino del piso cincuenta y uno, sería probablemente catastrófico pues hay puros que son auténticos meteoritos y no se consumen ni a la de tres o permanecen incólumes a la acción premeditada del sifón o de una regadera llena hasta los topes.
Ilustración de Sarah Cruz
A mi hermana, por las pijamadas, los videos y los pasteles en olla exprés
Septiembre es casi siempre un mes lluvioso. La lluvia tiene algo de melancólico o nostálgico. Ésta es la primera vez en mucho tiempo que no llueve en mi cumpleaños. Sin embargo, me acompaña un aire reflexivo, un sentimiento difícil de describir, quizá algo parecido a la saudade. Tengo el ritual de escribir este día, a veces antes o después. Observar el avance del tiempo desde el propio ser me ha llevado a abordar esta sensación desde muchas partes: a veces desde la satisfacción, otras desde la tristeza, el agradecimiento o la necesidad de cambio. Este sentimiento tan característico de los cumpleaños lo entiendo y lo vivo mejor si lo escribo; es la mejor manera que he encontrado de habitarlo. Busco adentrarme en él, estar lo más presente posible, aunque se trate de recordar y añorar. Nada más temporal y atemporal al mismo tiempo que la escritura.
Ilustración de Mariana Chávez
La existencia, el tiempo y el espacio son categorías intrínsecamente relacionadas en nuestro pensamiento. Alguien existe en un momento y lugar determinado. Pero lo que nos obsesiona con mayor fuerza, incluso más que nuestra existencia misma, es el tiempo; el que ya transcurrió y el que todavía no llega. Pensamos mucho en el futuro: los planes, las expectativas, lo que queda por hacer, lo que puede salir mal. También dedicamos bastante empeño a recordar el pasado, a atesorar alguna fracción de él, a reensamblar sus momentos alegres, angustiosos, desconcertantes; a repasar lo que no resultó como esperábamos.
Hace unos días desperté sin grandes ánimos ni demasiada ilusión. Intenté seguir con mi investigación acerca de 2666 y su relación con la obra periodística de Sergio González Rodríguez, pero después empecé a leer —como consecuencia del hartazgo hacia mi tema de tesis— el último libro de Alejandro Zambra, Literatura infantil. Había leído ya las primeras páginas de ese compendio de ficciones (y autoficciones) un par de meses atrás. Recuerdo haber sido incapaz en ese momento de aguantar la caída de algunas lágrimas. De hecho, mi mejor amigo tuvo una experiencia similar semanas después y, en un arranque de emoción idéntico, decidió comprar un ejemplar del texto para que Zambra en persona pudiera firmárselo y escribirle una dedicatoria.
A las permanencias visibles
Libro de la vigilia, Carolina Olguín
a las ocultas también.
Con esta sutil dedicatoria, a manera de antesala y con la atmósfera de una sentencia premonitoria, se abre Libro de la vigilia (2023), libro de poemas escrito por Carolina Olguín (México, 1978) y publicado por la Editorial Universitaria de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL), a manera de una reedición y de una reelaboración formulada por la propia autora a partir del libro homónimo publicado en 2014.
Para Almendra González
Viajar es un cambio de piel. Es el acto performático por excelencia, acontecimiento que tuerce el espacio-tiempo, cambio cuyas huellas perduran en el cuerpo a manera de ajuste, adaptación, equilibrio a consecuencia de un súbito caos. Mucho más que un escueto desplazamiento, se trata de una constatación de la quietud; el reconocimiento por contraste de las cosas que no se mueven, de lo que permanece inmutable en el interior. Lo que tengo y lo que soy viajan conmigo de forma inexorable.
Estimados lectores, sepan que mi vecino el taxidermista me ha recomendado hoy mismo un monólogo sobre la historia de este condenado planeta. Me ha hecho saber que lo tomaba como algo personal, poco más o menos como las bodas de oro de sus suegros. Tras dos horas de intrépidas negociaciones e infinidad de burbujeantes chicles hemos acordado además que sería imprescindible disecarme tras el óbito, eso sí, a condición de no acabar sentado sobre un palo gallinero o entre dos periquitos soeces. Como lo prometido es deuda ahí va eso.