Autor: Sarah Angélica Cruz

Egresada de la carrera de Lengua y Literaturas Hispánicas. Escribe ensayo, poesía, relatos y algunos garabatos. Amante de los pájaros, la fotografía y la ilustración. Le interesa crear y explorar espacios en los que convivan distintos lenguajes. Recopila imágenes a diario y dibuja pedacitos de los días. Aún sigue buscando.
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El detrás de la escritura (a manera de epílogo)

La experiencia de escribir puede ser una introducción, un epílogo o una nota al pie. Qué se vivió para llegar a ese tema, qué hay detrás de los textos que leemos, dónde se encuentran las dificultades, los titubeos. El detrás de la escritura es lo que se propone, lo que se borra, lo que se conversa, lo que se edita. Ese detrás también es colectivo.

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Reescrituras y reapropiación: “Otro bosque: mujeres y cuentos de hadas en Latinoamérica”, de Lola Horner

A veces pienso que no he dejado de ser esa niña que lee y relee sus cuentos favoritos, los escarba y los acaricia, se los repite hasta creérselos. Los usa como ventana y como transporte y luego vuelve a leerlos con ojos nuevos. 

Lola Horner, Otro bosque: mujeres y cuentos de hadas en Latinoamérica

Los cuentos de hadas permanecen en los recuerdos de la infancia, en las historias que se transmiten y también en este presente que habitamos. Todxs recordamos por lo menos una historia de este género. De niña, adoraba un libro gigante que contenía una serie de cuentos clásicos ilustrados, acompañado de un CD que guiaba la lectura. Lo escuchaba y leía una y otra vez mientras observaba los dibujos. Mi favorito, recuerdo, era el de Caperucita Roja. Cuando crecemos observamos que las historias también crecen, se bifurcan y se adaptan a nuevos espacios, personajes y tramas. 

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Mes de cumpleaños: ejercicio de escritura para habitar el paso del tiempo

Ilustración de Sarah Cruz

A mi hermana, por las pijamadas, los videos y los pasteles en olla exprés

Septiembre es casi siempre un mes lluvioso. La lluvia tiene algo de melancólico o nostálgico. Ésta es la primera vez en mucho tiempo que no llueve en mi cumpleaños. Sin embargo, me acompaña un aire reflexivo, un sentimiento difícil de describir, quizá algo parecido a la saudade. Tengo el ritual de escribir este día, a veces antes o después. Observar el avance del tiempo desde el propio ser me ha llevado a abordar esta sensación desde muchas partes: a veces desde la satisfacción, otras desde la tristeza, el agradecimiento o la necesidad de cambio. Este sentimiento tan característico de los cumpleaños lo entiendo y lo vivo mejor si lo escribo; es la mejor manera que he encontrado de habitarlo. Busco adentrarme en él, estar lo más presente posible, aunque se trate de recordar y añorar. Nada más temporal y atemporal al mismo tiempo que la escritura.

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Recordatorio de placeres (I)

La idea de escribir acerca de los placeres surgió a partir de dos sucesos. El primero de ellos responde a una necesidad personal de reiniciar luego de un periodo dedicado a la lucha contra la desesperación y la tristeza. Digo necesidad porque partió de un ejercicio de contemplación que derivó en un hilo de pensamientos dedicados a momentos bellos de la vida. Y la contemplación es una necesidad. El segundo es un ejercicio de tipo literario. Con un profesor hablamos acerca del autorretrato de Hugo Hiriart, en el que traza una imagen de sí mismo a partir de las cosas que le gustan. Algo parecido intento hacer aquí. Aunque más que gustos, placeres. Más que placeres, recuerdos. Más que recuerdos, recordatorios. 

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Rituales y dolores de la incertidumbre

Ilustración de Marcela Chávez

Si en Australia central un aborigen se posaba sobre una colina para saludar el amanecer con una vela encendida, era porque tenía la certeza de que, en consecuencia, el Sol ascendería en efecto. Y si bien su preocupación puede parecernos ingenua o absurda, nuestro no menos vehemente apego a costumbres similares nos obliga por lo menos a entenderlo. El mundo está fundado en causa y efecto.

Robert Fraser, Introducción de La rama dorada, de George Frazer

“Hoy decidí explorar mi cagadero interior a través de mis cagadas físicas”, escribe mi amiga Marce en una ilustración que tengo pegada muy cerca de mi baño y de mi cocina. La tengo justo arriba de mi cafetera y la observo cada vez que me acerco a preparar el café. Mientras la veo y comienzo a percibir el gruñido de la cafetera —que se asemeja al de mi interior— pienso que en pocos minutos se me activará el intestino y podré ir al baño (tomar café enciende mi sistema digestivo). El siguiente paso es esperar a que suceda o no, y si sucede ver qué tan complicado resulta y cómo se refleja ahí la forma en la que han transcurrido mis días.

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Se nos va el tiempo

Fotografía de Sarah Cruz

Vuela el tiempo de corrida, y tras él va nuestra vida.

Refrán popular

El mundo era una materia que habíamos domesticado, un animal tierno y engañoso que nos susurraba que todo lo que imaginábamos, todo lo que los libros habían encendido en nosotros, sería posible.

Leila Guerriero

“Se nos va el tiempo”, me dijo una señora hace unos días. Yo iba de regreso a casa en camión: tres de la tarde, tráfico, hora pico, lluvia y calor al mismo tiempo. Leía el último libro de la saga Dos amigas de Elena Ferrante. La señora se subió un par de paradas después de la mía y luego se sentó a mi lado. Noté de reojo que volteaba de vez en cuando a las páginas del libro. No me molestó. Al contrario: me imaginaba cuál sería su impresión de lo poco que alcanzaba a rescatar con su lectura de soslayo. Por momentos perdía el hilo de los párrafos intentando colocarme en su posición. ¿De qué se imaginará que va el libro? ¿Qué impresión le dará tal o cual frase? Luego regresaba absorta a la historia que me hacía ignorar todo lo que ocurría fuera del camión y fuera de mi asiento. Cuando llegamos al destino, la señora se levantó para salir del camión. Yo iba detrás de ella, con el libro en la mano y mi dedo como separador. A punto de bajar, se da la vuelta, sonríe, dirige ligeramente la mirada hacia el libro y me dice: “se nos va el tiempo, ¿verdad?”.    

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Un mapa de ausencia y dolor: “Geografía del hambre”, de León Cartagena

¿Cómo describir el hambre? ¿Cómo entender el dolor que provoca la ausencia? ¿Cómo representar el vacío estomacal que recorre y lastima el interior? Habría que trazar un mapa dentro y fuera del cuerpo para, quizás, aproximarse a describir un paisaje vertiginoso en donde el hambre habite cada estancia de la existencia. Eso es lo que hace León Cartagena (México, 1978) en Geografía del Hambre (2022): nos ofrece una imagen que se encarna en la realidad, pues resulta difícil no identificarse con las imágenes que crea. ¿Quién nunca ha sentido hambre? No hay, pues, sensación más clara que nos permita reconocer ese dolor tan difícilmente explicable. Sin embargo, este poemario evoca, por medio de las palabras, una cercanía a las distintas dimensiones que emergen desde lo más profundo del estómago. 

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“Lo visible es un invento”

Ilustración de Sarah Cruz

En el prólogo del libro Modos de ver, de John Berger, Eulàlia Bosch expresa: “Lo visible no es más que el conjunto de imágenes que el ojo crea al mirar. La realidad se hace visible al ser percibida. Y una vez atrapada, tal vez no pueda renunciar jamás a esa forma de existencia que adquiere en la conciencia de aquel que ha reparado en ella. Lo visible puede permanecer alternativamente iluminado u oculto, pero una vez aprehendido forma parte sustancial de nuestro medio de vida. Lo visible es un invento. Sin duda, uno de los inventos más formidables de los humanos. De ahí el afán por multiplicar los instrumentos de visión y escuchar así, sus límites”. 

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¡Vivan los dibujos feos!

Dibujos feos de Sarah Cruz

Prefiero el infierno del caos al infierno del orden.

Wisława Szymborska

Siempre me ha gustado dibujar, es una de mis actividades favoritas. Cuando dibujo el tiempo se borra y la mente se ordena y desordena sin temor alguno. Dibujar es uno de mis oficios laterales. Uno de los que más atesoro, cuido y evito que se convierta en trabajo cansado o en una repetición tediosa. No soy profesional, aunque constantemente me cuestiono qué significa serlo: ¿ganar dinero?, ¿dominar la técnica?, ¿tener un estilo definido?, ¿cien mil seguidores en Instagram?, ¿todas las anteriores? Me cuesta trabajo afirmar “soy dibujante”, porque quizá no podría responder que sí a ninguna de las preguntas anteriores; pero lo soy si significa ser una persona que dibuja casi todo el tiempo. (Dibujante amateur si se prefiere).

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Cuerpo, palabra, imagen: escribir el instante  

Fotografía de Sarah Cruz

—¿Y si sólo fuéramos la imagen reflejada en un espejo?
—Entonces nada ni nadie podría jamás contestar esta pregunta.

Salvador Elizondo, Farabeuf o la crónica de un instante

Porque los poros o la tinta son una misma cosa. Una misma apuesta.

Luisa Valenzuela

Me gustan los libros que son más que eso. Me gusta que haya un juego en el título, en las palabras, en el libro mismo. Me gusta que un libro pueda ser muchas cosas, como lo es un poema. Me gusta tener en mis manos un entrelazamiento de cosas. Me gustan los libros de poemas que son ensayos, las fotografías que son ensayos y los ensayos que son poéticos. Me gusta masticar de todo un poco al mismo tiempo. Me gustan los enredos, los nudos, los problemas que se esconden. Me gustan las cosas que fluyen en un mismo espacio, pero un espacio sin paredes, un espacio que escapa de sí mismo. Me gustan las cosas reales que son irreales, que son estrechas y son pesadas y son angostas y son diminutas y son inmensas. Me gustan los libros que cambian a cada página; a los que cuesta no regresar, sacar la pluma, doblar la esquina. Me gustan los relatos que se cuentan en una imagen. Me gusta una imagen que cuenta relatos infinitos. Me gustan las palabras en las que el cuerpo se inserta dentro y fuera de ellas; antes, durante y después… para siempre.