Breve resumen de los últimos doscientos veinticinco millones de años en la tierra – Ensayo de Aarón García

Estimados lectores, sepan que mi vecino el taxidermista me ha recomendado hoy mismo un monólogo sobre la historia de este condenado planeta. Me ha hecho saber que lo tomaba como algo personal, poco más o menos como las bodas de oro de sus suegros. Tras dos horas de intrépidas negociaciones e infinidad de burbujeantes chicles hemos acordado además que sería imprescindible disecarme tras el óbito, eso sí, a condición de no acabar sentado sobre un palo gallinero o entre dos periquitos soeces. Como lo prometido es deuda ahí va eso.

Hace doscientos veinticinco millones había muchos trilobites, casi todos en dirección contraria. ¿Hablamos de seres vivos inteligentes? Desde luego son más inteligentes que una ameba, pero no lo suficiente para desenvolverse en un partido de cricket. ¿Se imaginan una conversación entre trilobites? ¿Y un parlamento de trilobites? Tal vez sí, pero en tal caso deberíamos replantearnos la teoría de Montesquieu o echar nuestras redes en el Jurásico, como haremos ahora.

Los dinosaurios eran criaturas poco empáticas. No tienden a crear grandes grupos de depredadores. Imagínese un tricerátops pasando por el sendero de la ciénaga. De repente, aparece un consultor bancario a su derecha. ¿Qué hace el tricerátops? ¿Parlamenta con él? ¿Abre una cuenta? Ni lo uno ni lo otro: se lo come. Los reptiles son así. A ninguno de ellos les interesa el interés variable, valga la redundancia. Por tanto, las primeras sociedades no pueden estar de ninguna manera constituidas por reptiles y, menos aún, aquellos de carácter más volátil como el tyranosaurus rex, un vulgar truhán capaz de comerse un huevo sin pasarlo por agua (no quiero ni pensar en cómo dispondría los cubiertos). Descontados quedan, pues, los dinosaurios por soeces.

El Cretácico apestaba a individualismo. ¿Había sociedades en el Cretácico? Yo les diré lo que había: mala leche (oh sí, las paredes oyen). Dejen que les ponga un ejemplo de lo más ilustrativo. Pongamos el caso de que se encuentran una misma margarita a su paso un brontotherium y un paleomastodon. O mejor, pensemos en un billete de cien pavos sin marcar. ¿Creen que nacerá entre los dos algún ánimo de compartirlo? ¿Existirá acuerdo, por ejemplo, en que se lo lleve el que tenga la trompa más larga? No, no hay sociabilidad en el Cretácico y tanto da un billete como una margarita o una berlina glaseada porque lo más importante es llenar el buche y nadie tiene la necesidad perentoria de conversar o poner verde a sus vecinos. El cretácico no es trigo limpio, no señor.

Y luego llegaron los homínidos. A partir de aquí la historia se centra, y de qué manera, en el Imperio Romano (por si alguien no se acuerda se trata de aquellos señores con falda y un cepillo en el casco). Nerón fue de largo el más famoso de todos. Era poeta el tal Nerón o eso decía. ¿Sabían que dormía con una lira? Sí, porque la inspiración es así. Te coge el apretón lírico a las tres de la madrugada y ¿qué haces? ¿Dónde vas con el batín a comprar una lira en Manhattan? Y si intentas hacerte con una, ¿cómo te responderá el encargado de la tienda de veinticuatro horas? En latín vulgar, muy vulgar, o bien te cerrará la ventanilla sobre los dedos, que es lo que haría Petronio si pudiera. Eso, y una peineta. Sí, Nerón era un tipo muy extraño. Veamos, ¿qué hacía Nerón viviendo en ese palacio tan grande como un imperio? Según parece el dormitorio estaba por Germania y la bodega por Numidia, más o menos. Eso tirando por lo bajo. ¿Cómo se supone que tenía ir Nerón al baño? ¿En cuadriga?

La cuestión es que el homo sapiens fue progresando a trancas y barrancas tras la caída del Imperio. Hablando de trancas, el año mil fue un año complicado, especialmente en Inglaterra. Había muchos acontecimientos vaticinados para aquel tiempo, todos ellos muy apocalípticos. Aparte de algunas visitas intempestivas, se esperaba que las familiares gárgolas fueran moneda común, sobre todo en los bautizos. Criaturas monstruosas saldrían catapultadas del famosísimo beato de Liébana a las concurridas calles como poseídos por una incipiente y cataclísmica campaña electoral: ¿todavía no confía en su alcalde?, ¿qué le parecería dar otra oportunidad a nuestra querida bestia inmunda? Fuera de las Islas Británicas el pánico fue igualmente generalizado. En París mil setecientos ciudadanos se presentaron provistos de parasoles y zapatillas rojas en el campo de Marte con intención de observar la aproximación del cometa Ajonjoli, un auténtico fenómeno de masas. Según cuentan, la predicción relativa al cometa la hizo un cocinero flamenco tras oler una de sus últimas invenciones: faisán al aroma de peste bubónica. No ocurrió absolutamente nada a excepción de una estafa piramidal de venta de ataúdes musicales.

En resumen, estos últimos años se han dado al menos cuatro hechos trascendentales para la historia humana: el descubrimiento de América, el Quijote, la revolución francesa y la presentación del libro “Cómo acabar de una vez por todas con la cultura”.


Autor: Aarón Carlos Andrés García (Villafranca del Cid, España, 1972). Licenciado en Derecho. Ha desarrollado su principal actividad literaria en el género de la poesía valenciana (premio Xavier Casp 2017, premio Flor natural ciutat de Castelló 2020) y castellana (finalista del premio internacional Ángel Ganivet 2017 y 2019, tercer lugar del premio internacional Letras de Iberoamérica, 2018; finalista del premio internacional Jovellanos, 2022; segundo premio del certamen Grupo Literario NUMEN, 2022; mención de honor del certamen internacional “Camino de palabras”, 2023).

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