Un lugar para las pérdidas – Poema de Edwin Guillermo Pérez Flores

Oh las cuatro paredes de la celda
[…]
Criadero de nervios, mala brecha,
por sus cuatro rincones cómo arranca
las diarias aherrojadas extremidades.

César Vallejo

I

El insomnio sepulta la noche en mis ojos,
ya no podrán ocultarle al tiempo tu cuerpo.
Mis lágrimas se hacen luciérnagas
suspendidas sobre la rapiña de las sombras.
Sólo han olvidado un vacío en mi boca,
la rabia de las paredes ahora lo destroza,
abandonando en la palabra desperdicio
el cadáver de una vida que todavía no he vivido.

II

El sol se disfraza con la ropa tirada
sobre el sillón donde el polvo soñaba:
cuerpos en llamas abrazados a la soledad.  
El caos es la unidad de las cosas.
La silla curva mi espalda como gancho
para colgar el incendio de mis ojos en el foco.
Mi librero aún es un árbol que esparce
como ramas por el cielo los libros por el suelo.
El abismo del ropero abierto aumenta
con el brillo de algo antiguo que me acecha.
Con las cuerdas de mi guitarra se cuelgan
los ronquidos de mi abuelo que renacen
en el grito que me encarcela en el silencio.
Delirio, costumbre y misterio son los huesos
de este lugar que viste ya la carne de mis sueños.
Soy un exceso más que justifica esta pequeña inmensidad.

III

Como un niño, el viento toca mi ventana
decidido y le pide permiso a la tristeza
para jugar con mi poesía en la banqueta. 
Pero ella sabe que le faltan piernas y destrucción,
que el toque enloquecedor de la realidad
la alejaría de la seguridad del olvido.
La tristeza ata la mirada de mi poesía a la duda
y fractura aquel vidrio con el aullido de un sol degollado.
Como bólidos a la Tierra entran a mi cuarto
la burbuja de una cerveza, un orgasmo fingido,
el cabello de un desaparecido, la curiosidad de un gato,
la voz de la vecina donde se asila un “te amo”.
Igualando su desengaño, persuadidas de otro camino,
aquellas gemelas viajan en el infinito del movimiento,
dejándome solo y ligero con esta lluvia que me lava
y me alegra y me hace gracia suave.

IV

En la oscuridad, nube de buitres que llueve
ira sobre las heridas de luz en mi frente,
resiste en la sonrisa de mi abuela fotografiada en el sosiego
el día del florecimiento de las cuatro paredes,
que hoy me arrancan el silencio de la garganta:  
mi tía niña tira piedras al cielo hasta que sangra un atardecer,
la anarquía de mis tíos encubre un perro con la mudez de la arena,
la calma de mi padre dibuja la ausencia del abuelo en el cemento.

¿Cambia la belleza puntual del hielo sobre el volcán
cuando la torpeza del tiempo toca la eternidad?

La oscuridad, cual ácido, disuelve la brevedad de mi piel,
alcanzo a lanzar mis pasos al barranco de papel,
la hoja en blanco traduce el garabato de mi huida,
caminé sobre el Atlántico para cortarle la oreja a un torero,
mis manos y mi lengua convirtieron el Monte Fuji en un helado,
las montañas antioqueñas me regalaron un sombrero de nubes,
con el sudor de las passistas en la cara me despinté todas las máscaras,
dormido entre auroras boreales desperté en el ombligo del Gran Buda,
bajo la lluvia de Bogotá la frescura me refugió en la felicidad.

La tortura de la celda se derrumba con la rebelión de la escritura, permaneciendo en pie el imperio de la risa antes conocida.
Sin la mordaza del pasado ni la censura de la perfección
encuentro en la asfixia del encierro y la fragilidad de la imaginación
este entero lugar para este no saber dónde estar.


Autor: Edwin Guillermo Pérez Flores (Ciudad de México). Estudió Letras hispánicas en la UNAM. Textos suyos aparecen en blogs y revistas como ¡Goooya! y Página salmón.