Autor: Julia Pérez *

Escribo sobre arte y hasta ahora no me he hartado.
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El arte le gana al arte

Ilustración de Paulina Bejos

Quiero llegar a un punto y para eso debo hablar de dos obras de arte. La primera es una pintura de Alex Katz titulada Morning Coffee (1977). Se trata de una composición plana y sencilla, limpia y caricaturesca como es el estilo del artista, en la cual miramos a una mujer que bebe café (como nos revela el título) de una taza. O quizá sería más preciso decir que es la bebedora de café quién nos mira y no al revés. La pintura es enorme: mide dos metros y medio de alto por tres de largo, y el rostro de la personaje ocupa prácticamente todo el encuadre. Los almendrados ojos cafés nos observan por encima de la taza inclinada y el tiempo se detiene. La mirada de la gigante me obsesiona; es a la vez coqueta y desafiante, pero también afectuosa y noble. En su ser imponente caben todo tipo de atributos. Su trago de café suspendido me hipnotiza durante varios minutos. Se trata de un caso impecable de aquellas hipótesis que consideran a las pinturas como ventanas a otra dimensión. Cuando empiezo a salir del encantamiento no puedo evitar pensar “me urge un café”. 

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Nada nunca es como una espera que sea

En la esquina del último piso del Museo de Arte Carrillo Gil hay una pequeña sala que desde hace un par de años dedica una experiencia gratificante a quienes nos reconforta lo acotado: mini exposiciones dentro de una mini sala en un museo cuyas dimensiones no rebasan las posibilidades del cuerpo humano. Se trata de la sede del programa MACG Presenta, en donde artistas jóvenes preparan exposiciones de sitio específico derivadas de proyectos que producen con el apoyo del museo. Desde 2019, cuando me encontré por casualidad con la genial Primera gran carrera caminando & texteando de Santiago Muedano, me he refugiado en la intimidad de esa sala; riendo y llorando con este proyecto y los de Enrique López Llamas, Ana Segovia y Lucas Lagharino.

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Confesiones banales

Pintura: Katia Lisant leyendo, de Balthus

Casi siempre juzgo los libros por sus portadas. Salvo cuando voy en búsqueda de un título específico, mi experiencia al rentar o comprar libros es principalmente guiada por lo superficial. Me gusta recorrer estantes esperando encontrar objetos que me resulten atractivos y, con algo de suerte, irresistibles. Tengo preferencia por los libros pequeños, de apariencia no plasticosa, con poco brillo y que tengan un toque que me atreveré a nombrar como artesanal y femenino. Diría que mis criterios de selección son infalibles. El contacto piel a piel con los libros se adelanta a la lectura que, cuando llega, no hace más que profundizar en el enamoramiento. Hay, obviamente, ocasiones en las que los libros dicen cosas aburridas u horribles y tengo que conformarme con la posesión temporal o permanente de objetos hermosos. Por esto, considero que siendo superficial es difícil salir perdiendo. 

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Dos estampas de Nueva York: la literatura de Edith Wharton en La Gran Manzana

Si quisiéramos tejer una genealogía de cronistas de la ciudad de Nueva York antes de Fran Lebowitz, de Vivian Gornick e incluso de Dorothy Parker, tendríamos que explorar la figura de Edith Wharton (Nueva York, 1862-Francia, 1937). Además de haber sido la primera mujer en ganar un Premio Pulitzer y la primera en recibir un doctorado honorífico en la Universidad de Yale, fue una de las principales relatistas del Nueva York de su tiempo, ya que a través de sus múltiples cuentos y novelas retrató las complejidades de esta ciudad. En su época, fue de las pocas escritoras que gozaron de reconocimiento e independencia económica mediante la literatura, por lo que hoy en día podemos considerar a Wharton como una pionera en la construcción de aquella sensibilidad ingeniosa que expone descarada y sofisticadamente la cotidianidad y las profundidades de la vida en La Gran Manzana. 

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Fabulaciones de lo suntuoso. Capítulo II

Este texto forma parte de una trilogía de entradas que abordan una exposición ficticia titulada “Lo exótico en la modernidad: arte suntuoso de la Nueva España”. Para un mejor entendimiento de lo que respecta a esta irreal muestra, sugiero leer la primera parte: “Fabulaciones de lo suntuoso. Introducción y capítulo I” . También advierto sobre la mala calidad de las imágenes de las piezas que presento, aunque desafortunadamente no parece haber otras.

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“Somos casa, somos jardín” y las flores de mayo 

Fotografía cortesía de Servidor Local

Recientemente, mi amigo Pedro me hizo un tatuaje de una flor que es un dibujo de Antonia Alarcón. Esta flor, en realidad, representa una planta que Antonia cuidaba y que, además de vivir en papeles y en mi pierna, vive en una de sus piezas textiles. Esa canija flor: criatura memorable. Meses atrás me había topado con Pedro y con Antonia en un evento de Tlacopac14 y había concebido la realización de este tatuaje, pero al final no me lo hice en ese momento debido a que traía el corazón roto, la mente nublada y las cuentas inestables. Llevar a cabo el tatuaje la semana pasada significó una pequeña celebración de saberme en otro lugar, uno que si bien no podría juzgar como mejor, sí puedo apreciar como más florido y eso para mí es suficiente.

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Memes de @memes_artsy

Algunas veces, siempre de forma sorpresiva, se cuela algo relacionado con el haaArrteeE en las no-predilectas conversaciones de sobremesa. Esto me resulta particularmente incómodo, poco a poco empiezo a sentir cómo los ojos saltones me buscan porque, claro, al ser historiadora del arte transicionando a artista, se espera que yo tenga algo que decir. Algo que, además, resulte digerible, afirmativo, clarificante. Las personas buscan respuestas alrededor de una máquina que sólo arroja preguntas.

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Juegos de niñxs

En la Ciudad de México lxs niñxs cada vez juegan menos en el espacio público. Yo me entero de esto cuando escucho las historias de juegos callejeros como las canicas, el bote pateado, el saltar la cuerda. El contexto urbano restringe el libre desarrollo de actividades lúdicas, establece zonas que dictan los límites del juego y castiga la transgresión de estos contornos. ¿Qué pasa si no jugamos? ¿Qué pasa si no miramos jugar? ¿Qué sucede si olvidamos que el juego es parte de nosotrxs? Como mínimo vivimos una vida muy triste y aburrida. 

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Genealogías feministas: Diana Maffía desde Danila Suárez Tomé

Si caracterizáramos la trayectoria y el pensamiento de la filósofa feminista Diana Maffía (Argentina, 1953), habría que referir a su capacidad de tejer puentes entre categorías, causas políticas y, en general, maneras de conocer el mundo y actuar en él. Así lo destaca Danila Suárez Tomé, doctora en filosofía y profesora de la Universidad de Buenos Aires (UBA), para la reciente edición del Material de Lectura dedicado a Maffía y que forma parte de la serie Vindictas. Pensadoras latinoamericanas.

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Ojos en almendra por círculos y puntos

Comúnmente, al contar historias narramos nuestras experiencias a través de la idea de lo temporal. Exposición, desarrollo, clímax, desenlace, final; reiteradamente, se nos ha enseñado que las cosas acontecen en el tiempo. Esta idea, si bien resulta conveniente y potencialmente profunda e interesante, suele conllevar al menos una trampa cuando se asume como lo habitual. El engaño tiene que ver con lo otro que se relega cuando reposamos toda la atención en el eje temporal de la vida, aquella línea que atraviesa a todas las historias: el espacio. El espacio no es sólo el ambiente dentro del cual las cosas se llevan a cabo, sino que es la materialidad misma: los cuerpos que forman las historias.