Este texto forma parte de una trilogía de entradas que abordan una exposición ficticia titulada “Lo exótico en la modernidad: arte suntuoso de la Nueva España”. Para un mejor entendimiento de lo que respecta a esta irreal muestra, sugiero leer la primera parte: “Fabulaciones de lo suntuoso. Introducción y capítulo I” . También advierto sobre la mala calidad de las imágenes de las piezas que presento, aunque desafortunadamente no parece haber otras.
Para este segundo capítulo me enfocaré en un material que da cuenta de complejos procesos históricos, artísticos y también filosóficos: el marfil. Específicamente, las tres piezas de marfil que aparecieran en la exposición son un testimonio del anhelo desbordado de la modernidad por lo globalizado y de cómo éste se satisfacía en la medida en que la sociedad novohispana se desarrollaba.
Capítulo II: marfil
El marfil es un material proveniente de la dentadura de animales vertebrados, principalmente de los colmillos de los elefantes, pero que también ha sido extraído de los cuerpos de hipopótamos, morsas, mamuts, entre otros. Ha sido caracterizado de exótico y preciado por civilizaciones occidentales desde hace miles de años, en parte porque los elefantes únicamente habitan en zonas de Asia y África. Esta exclusividad, así como su fuerza y tamaño que le hacen un artículo perfectamente portátil, lo convirtió en un objeto de gusto particular para las élites novohispanas.
A través de la ruta marítima entre Acapulco y Manila, tras la Conquista, la Corona Española ahora podía comerciar con el continente asiático sin tener que cruzar por territorios portugueses ni otomanos. A través de esta monstruosa senda comercial, llegaban en galeones a la Nueva España piezas suntuosas de materiales y trabajo oriental para ser adquiridas por adineradas familias novohispanas. Entre estos objetos se encontraban imágenes religiosas talladas en marfil, específicamente figuras de la Sagrada Familia y Cristos.
Para realizar estas piezas, los artistas eborarios (técnica de talla de marfil) en Filipinas tallaban los colmillos de elefantes con cinceles, gubias y limas. Para llevar a cabo esta tarea de tal manera que satisficiera los gustos de Occidente, se valían de impresos europeos como referencias visuales; sin embargo terminaban por imprimir de alguna manera sus propios códigos visuales, dotando a estas piezas de un carácter ambiguo.
Es interesante cómo en la mayoría de estas figuras se conserva la forma arqueada del colmillo, como si el material se resistiera a olvidar su procedencia. De esta manera se aprovechaba al máximo el marfil y se utilizaba su forma para dar una apariencia orgánica a las figuras de Jesús, María y José. Se buscaba transformar el diente de un enorme mamífero en figura religiosa ornamental, pero la transición no ocurría completa, algo se quedaba pendulando como huella de la complejidad que intersecta a estos objetos.
Estas piezas de marfil exponen las condiciones que las hicieron posibles: la anteposición del deleite estético de unos por encima de la vida de otros a través de la matanza y la explotación. Sin embargo, algo en ellas resiste, un síntoma dudoso que es testimonio de su propia historia. La curva y el tono crema amarillento en la figura religiosa de ojos rasgados construyen una imagen confusa en donde lo majestuoso del elefante y lo burdo de la humanidad se mezclan.
A lo largo de los años, la alarmante disminución de poblaciones de diferentes especies de elefantes han resultado en que la cacería y el tráfico de marfil sean ilegales en prácticamente todos los países; no obstante, se sigue comerciando con los enormes colmillos en el mercado negro. La caza de elefantes, así como la pérdida de sus hábitats, continúa terminando con la vida de estas especies.
Al final de la exposición ficticia, la información de lo previamente mencionado aparecería desglosada en datos puntuales con el fin de evaluar la manera como actualmente nos relacionamos con los elefantes y las demás especies implicadas en los procesos de producción de los objetos presentados. En general, se invitaría a tejer una reflexión en torno a la idea moderna que distingue entre “humanidad” y “naturaleza” y que posibilita la explotación de la segunda a manos de la primera.
Por el momento, sólo propongo mirar las imágenes de estas piezas. Mirar, si se tiene al alcance, algún objeto de marfil (yo, por ejemplo, tengo un peine que era de mi bisabuela Amelia Arriola); mirar y dejarse infectar por las historias que estos objetos cuentan.