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Memes de @memes_artsy

Algunas veces, siempre de forma sorpresiva, se cuela algo relacionado con el haaArrteeE en las no-predilectas conversaciones de sobremesa. Esto me resulta particularmente incómodo, poco a poco empiezo a sentir cómo los ojos saltones me buscan porque, claro, al ser historiadora del arte transicionando a artista, se espera que yo tenga algo que decir. Algo que, además, resulte digerible, afirmativo, clarificante. Las personas buscan respuestas alrededor de una máquina que sólo arroja preguntas.

En estas ocasiones, la fachada desinteresada y distraída con la que suelo moverme en entornos que me producen ansiedad se desmorona y las preguntas de lxs otrxs se me revuelven con mis propios problemas sobre lo que habita y circunda al “arte”. Lo que realmente me gustaría sería platicar con simpleza del tema, hacer buenas preguntas, compartir chismes, ser graciosa, en fin: tumbar la imagen romantizada que tengo de mí misma como la incomprendida dentro de algunos círculos sociales. Pero por lo general me quedo callada y frustrada, me refugio en una actitud dizque petulante que me separa del resto.

Por más que me duela decirlo, considero que hablar de arte es difícil, empezando por la palabra en sí misma. Buscar definir el arte es una causa perdida, pero considero que precisamente por eso vale la pena hacerlo. Hay algo en fracasar una y otra vez al aproximarse a este concepto que lo vuelve interesante y divertido, como si fuera un gran acertijo irresoluble. Mis definiciones favoritas, y en mi opinión las que valen la pena, son aquellas que abordan el concepto entendiéndolo como un fenómeno y no como un atributo o una cualidad. Es decir, que identifican al arte no como algo que es propio de los objetos artísticos sino como algo que sucede, si quieres misteriosamente, en la manera en que nos relacionamos sujetos y objetos estéticamente.

De esta manera, la pregunta de si tal pieza es o no arte queda afortunadamente fuera del horizonte, debido a que el ser del arte no se entiende como una propiedad de los objetos artísticos, sino algo que acontece alrededor y a través de todo un sistema de agentes y afectaciones. 

Para ilustrar mis ideas, comparto a continuación una bonita anécdota:

Después de dos semanas de insistirle, el viernes pasado fui con mi papá al Museo Jumex a ver la exposición del artista suizo Urs Fischer. Fue su primera vez en el museo y también en una exposición retrospectiva de la obra de un artista conceptual contemporáneo. En un principio le sorprendió que no costara la entrada al recinto, pero después comenzó a fabular el porqué del hecho mientras me contaba historias de pleitos entre el SAT y Grupo Jumex. La experiencia en el museo fue divertidísima, nos reímos, nos asustamos y dijimos entre los dos “no manches” como unas cuarenta y seis veces.

Mi papá es ingeniero y la manera más orgánica que encontró para relacionarse con las desconcertantes piezas de Fischer fue preguntándose por su técnica: ¿Esto cómo lo hizo? Rodeaba las piezas, se agachaba, las inspeccionaba de cerquita y los guardias no dejaban de pedirle que tomara más distancia. Estando ahí sentí muchas cosas, entre ellas envidia por la forma tan espontánea en la que mi papá miraba y se dejaba conmover. También sentí mucha ternura y me supe vinculada con él.

Esto para volver a la idea del arte. Si el arte tiene que ser algo, que sea un fenómeno. Una especie de rompecabezas compuesto que sucede cotidianamente. Materiales, productores, recursos, artistas, creatividad, instituciones, intimidad, reflexiones, públicos, internet, experiencias, blah, blah, blah. Que sea un señor suizo inteligente que produce piezas potentes de miles de dólares, un museo de la fundación de un grupo corporativo que vende jugos, un ingeniero que se arrodilla a ver cómo flota un pastel entre un asiento del metro de Nueva York y una maleta. Que el arte sea todo eso y que sea esto también: una hija que escribe porque no quiere dejar de ser parte de este mundo. Por favor, que eso sea el arte, pero también, por favor, que eso no sea el arte para seguir aquí.

Mi papá y yo (atrás The Lovers #2 de Urs Fischer en la explanada del Museo Jumex)