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“La desobediencia de Marte” de Juan Villoro: Desviar la órbita de la comedia

Las estrellas que vemos en el cielo en realidad están muertas… Eso nos repiten constantemente para que reflexionemos sobre lo corta que es la vida. ¿Cuántos astrónomos se necesitan para entender a las estrellas? Pero, sobre todo, ¿cómo las estrellas se entienden a sí mismas? La desobediencia de Marte, con Antonio Castro como director y Juan Villoro como dramaturgo, intenta responder a esta filosófica y abstracta cuestión.

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Viaducto - Aimeé Cervantes

Viaducto || Cuento de Rodolfo Munguía

Ilustración de Aimeé Cervantes

I

Eran las tres de la mañana cuando los policías se juntaron debajo del puente, donde vivía el Puntas y la Negra, donde por lo menos una vez a la semana atropellan a un güey, y donde hacía dos minutos habían atropellado a un cabrón. El cuerpo del infeliz había ido a dar al colchón improvisado de la Negra. Ella estaba tan empedrada que apenas notó un poco de humedad en los periódicos que usaba como sábanas. Pensó, incluso, que otra vez se había meado. Cuando te criqueas no te aguantas, pinche viciosa, le decía el Puntas. La mera neta, a lo único a lo que le hacía el Puntas era al activo y a la chela, hasta eso no era tan drogo. Había logrado dejar el foco con los madrazos que le pusieron en el anexo a los 19. Le sufría en el pinche anexo, ahí lo metieron sus tías que disque lo querían un chingo. Logró escaparse en uno de esos días que salían a vender dulces a las micros. No le dio la vuelta a la ruta como debía y se bajó en Viaducto. Ahí mero estaba el puente en el que haría su casa. Hogar, dulce hogar, decía cuando venía de la tlapalería de comprar su correspondiente estopa. Ahí mero conoció a la Negra, que un día llegó vagando con un niño en brazos. Al principio, en su alucín, el Puntas creyó que era un muñeco porque el pinche chamaco ni lloraba ni se movía. El cabrón, el pinche mojón negro, estaba muerto y el Puntas tuvo que arrebatárselo para tirarlo a la basura. Desde ese día, hay veces que el Puntas escucha llorar un morro antes de dormir, pero entre más activado esté, más fácil lo ignora. Ahí mero se quedó la Negra un buen tiempo.

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«Olimpia» y las guerras imbéciles

El año de 1968 fue tumultuoso, alebrestado y anárquico no solo en México, pues en países como Francia surgieron movimientos estudiantiles que buscaban mantener los derechos a la educación libre y gratuita. Para entonces, el espíritu de los jóvenes mexicanos comenzó a inquietarse, desde las influencias de los movimientos socialistas. Las olimpiadas estaban cerca, por lo que el gobierno esperaba mucho al tener la oportunidad de recibir y al mismo tiempo mostrarse al mundo. Tal era el anuncio de que el país estaba a la vanguardia de otros países. No obstante, había una molestia general en la sociedad y el estudiantado que incomodaba al gobierno…

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«Titus» de Angélica Rogel || Violencia en tiempos… ¿modernos

El arte refleja nuestra realidad, por más cruda que ésta sea. Pinturas tan bonitas como La libertad guiando al pueblo de Delacroix, o tan escalofriantes como La pesadilla de Füssli no son más que la expresión sublime del sentir de una sociedad en un periodo histórico. La obra Titus, dirigida y adaptada por Angélica Rogel a partir de la tragedia de William Shakespeare (1593), no es la excepción.

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«Aunque a nadie ya le importe», sí importa

Por Yanuva León
Fotografía de Manuel Fernández

Es ligero, breve (cosa que, salvo en lides amatorias, siempre se agradece) y cómodo de llevar. Portada sin muchas ambiciones estéticas: fondo blanco, tipografías negras y rojas, dos líneas horizontales, la imagen de una pistola entre dos palabras a modo de silencio imperativo, y el sello de Editorial El Colectivo. Arriba dice: “Matías Segreti”. En el centro, ocupando tres cuartas partes del espacio, se lee: “Aunque a nadie ya le importe”.

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Carta a la distancia

Estoy lejos de México. No tuve que cruzar ningún océano pero sí tomar un avión por varias horas. Desde hace unas semanas, estoy en un lugar donde el otoño es de verdad y los árboles han comenzado a colorearse de amarillo, rojo y guinda. Todo era maravilloso, no había tenido nostalgia de la casa hasta el día de ayer, cuando dormí con una sonrisa en el rostro después de la gran noticia que las hermanas oaxaqueñas lograron para todas las mujeres mexicanas. Me sentía tan lejos de ese logro, quería ir con alguien y abrazarla para poder mirarnos y decirnos «Es posible».

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Estalactita - Aimeé Cervantes

Las cumbres peladas del insomnio || Poemas de Edis Namar

Ilustración de Aimeé Cervantes

Soneto I

En el cementerio de la memoria
las ruinas de la razón aspiradas
son espectros o almas evaporadas,
molida hojarasca de mi historia.
Y así sólo te aprehendo, luz mortuoria,
bajo el claroscuro de las miradas;
rasgo tu piel, las formas destiladas,
y las poseo con violencia amatoria.
Pero al fin, eso es nada. Pobre rico
que del pulvis eris admira el arte,
y del amor le quedan los despojos.
De esta forma, más o menos me explico
por qué hay días en que no quiero buscarte,
y te encuentro cuando cierro los ojos.

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«Sabemos cómo es el fuego»: el día que la Cineteca Nacional ardió

Pantalla negra –como las cenizas– como una película a punto de comenzar (¿o de terminar?). Subtítulos que comienzan: “La escena de un incendio proyectada sobre la pantalla incendiada de una sala de cine”. Una historia que, tal vez, podría ser la nuestra. Podríamos ser nosotros los protagonistas, aquellos que, en medio de una función cinematográfica cualquiera, confundimos el bombardeo proyectado por la cinta que miramos con las llamas que abrasan ya el edificio entero en el que nos encontramos; ahí donde la representación se convierte en la cosa misma que emula.