«Qué triste fue decirnos adiós»

Si me dejas ahora…

Hoy, un día sábado lleno de nubes grises, se ha quedado en silencio una de las voces más legendarias de la canción mexicana. Hoy se levantan millones de copas brindando por El Príncipe de la canción. Hoy ha partido don José Rómulo Sosa Ortiz. Hoy ha muerto José José.

Desde que escuché la noticia se me ha ido haciendo un nudo en la garganta. Se me han ido atorando unos versos amarrados a un puñado de amores perdidos. Se me ha ido atorando el sonido de una rocola llorando tu voz en una cantina. Se me ha ido atorando el recuerdo de mi abuelo escuchando tus discos, el de mi madre cantando «Amar y querer» con la voz rota en un rincón de la cocina. Se me ha ido atorando toda una vida de canciones en la garganta. Hoy la voz se me quiebra con la imagen de un gavilán, de una paloma, de una almohada, de una nave del olvido, de un volcán apagado.

Hoy quiero saborear mi dolor

Cuántas copas han sido vaciadas, cuantas lágrimas han sido derramadas y cuántos adioses se han pronunciado con una de tus canciones, don José. Debo decirte que a lo largo de todos estos años en tu música se me han ido quedando pedacitos de mí. Te confieso que la primera canción que aprendí a tocar en la guitarra fue «Si me dejas ahora» y que lo primero que escribí para el piano fue un arreglo de «Del altar a la tumba». Admito que he regalado más canciones tuyas de las que debería y que sí, más de una vez he llorado cantando «El triste». ¿Cómo no haberlo hecho? ¿Cómo no permitirse romperse de vez en cuando si el dolor lo amerita? Tu voz que encajaba perfectamente en el más hondo vacío que lleváramos adentro… ¿Ahora con qué lo llenaremos?

Seguido mi mamá me platica de la vez que pudo ir a escucharte a un concierto. Hace muchísimos años. Fue con mi abuelo cuando mi abuelo aún estaba aquí. «Hermoso» es la palabra que siempre ocupa. Sí, siempre que me lo cuenta se le llenan de nostalgia los ojos. No sabes cómo me hubiera gustado haber nacido un poco antes para poder ir a verte cantar.

Aún me preguntó qué extraño efecto produce tu música que desde niño el escucharte me llena de dolor y de alegría a partes iguales. Serán los recuerdos. Serán esas notas largas y vibrantes que le arrancabas al micrófono en cualquier oportunidad. Será la expresión de tu rostro inclinado hacia atrás, con los ojos cerrados como si anduvieras buscando algo bien adentro. No sé, pero créeme que no ha habido otro cantante que después de tanto tiempo siga erizándome la piel de la misma manera.

Desde hace varios años ya había renunciado a ti. La enfermedad y el paso de los años hicieron suficientes estragos como para empezar a aceptarlo desde hace bastante tiempo. Pero eso no quita el nudo en la garganta ni el montón de canciones que hoy con el pretexto de tu muerte andan sonando en todos los radios de la ciudad.

A pesar de todo, aquí se queda el resto. Tu música, tu voz, tu recuerdo. Ojalá que esta noche, allá donde sea que tú vayas, te reciban entre un mar de aplausos como el día de esa mítica presentación del año 70. Ya veo el lugar lleno de luces y desde aquí alcanzó a escuchar la ovación de pie.

Hoy tu canción se acaba, pero el suelo de tu escenario está lleno de rosas. Desde aquí, te arrojo la mía.

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