Primera secuencia
Luis camina por la avenida mojada. Vemos destellos de coches y luces húmedas a su alrededor. Huele al azul profundo de una tormenta de verano. De pronto, Luis se pone a bailar.
Luis camina por la avenida mojada. Vemos destellos de coches y luces húmedas a su alrededor. Huele al azul profundo de una tormenta de verano. De pronto, Luis se pone a bailar.
En el canon occidental, pecado y feminidad han ido siempre de la mano. “soy la muchacha mala de la historia”, uno de los poemas más conocidos de María Emilia Cornejo (Perú, 1949-1972), deconstruye este binomio y nos presenta un grito de libertad que resuena hoy día ante la necesidad de rescatar a diferentes autoras históricamente marginadas. Sin embargo, resumir la poesía de Cornejo sólo como “provocadora” o “desafiante” sería ignorar la multitud de lecturas que ofrece. Para una escritora que se suicidó a los veintitrés años y, como consecuencia, nos legó una obra breve, sus poemas tienen la madurez necesaria para ofrecernos un recorrido por su evolución intelectual y literaria. La Universidad Nacional Autónoma de México, a través de la colección Material de Lectura, ha recopilado una muestra de su poesía como parte de la serie Vindictas. Poetas latinoamericanas.
Conduce el río al caimán. Es cierto, pero corriente arriba,
Eduardo Lizalde
sería peor; conduciría a los dioses que crearon al caimán.
A mediodía el sol reposa sonriente
en el sofá arlequín.
El invierno también trae consigo calor:
uno a uno van llegando,
en silencio o a carcajadas,
los monosílabos de la familia.
Un yo es un tú en un él,
que se multiplica en un ellas,
y en un nosotros y en un ustedes,
en el centro cristalino de la mesa
sobre la alfombra avellana.
Ilustración de Carlos Gaytan
¿Cómo estás? Me he sentido mejor. Poco a poco. ¿Cómo han mejorado los problemas? No siento que mejoren, pero al menos ya no me culpo. ¿A qué o a quién le atribuyes los problemas? No sé. Al destino, por ejemplo. Aunque no creo que exista. ¿Entonces los problemas se determinan solos? No, los problemas están determinados, sea como sea… Supongo que es mi manera de lidiar con ellos. ¿Cómo crees que podría mejorar tu manera de enfrentarte a los problemas? Respirando. O no respirando. No sé, todavía no me decido.
Lo conocí en la vereda del Darién. Felipe era joven como yo. Tenía unos quince años cuando aceptó contarme su anécdota. Ese día estábamos sentados en la cama de su cuarto. Yo lo escuchaba con afección. Bebíamos juntos el café. Me hablaba sobre la guerra y la paz de nuestro país. Mientras, las balas tronaban allá afuera en los campos. En lo íntimo, claro que tuve miedo por mi vida. El combate percibido parecía ser aterrador. Eso, el traqueteo de metrallas, no paraba de sonar escandalosamente a lo rayano. Ambos sufríamos la angustia. Menos mal; logré respirar hondo, me controlé con la mente y proseguí en atención con el testimonio de Carlos Felipe.
Conocí a Berta por una coincidencia de complicidades. Quedamos de vernos un sábado de febrero, después de un par de mensajes. Acordamos que nos acompañaríamos con comida y vino en su taller, sitio que también es su casa. Un departamento “circular”, lo llamó ella; un espacio que se recorre de habitación en habitación generando un circuito íntimo: ahí conviven su taller, la cocina, su dormitorio y un cuarto en donde derrama pintura. La obra de Berta vive en su casa. Cada uno de estos lugares, a pesar de estar separados por muros, comparte la experiencia vital de involucrar la práctica artística con la vida personal.
Detrás del confort
separadas por una institución
esta sí
esta no.
El gobernador nos dirá una vez más que somos parte de un todo
pero ésta sí
y ésta no.
Comúnmente, al contar historias narramos nuestras experiencias a través de la idea de lo temporal. Exposición, desarrollo, clímax, desenlace, final; reiteradamente, se nos ha enseñado que las cosas acontecen en el tiempo. Esta idea, si bien resulta conveniente y potencialmente profunda e interesante, suele conllevar al menos una trampa cuando se asume como lo habitual. El engaño tiene que ver con lo otro que se relega cuando reposamos toda la atención en el eje temporal de la vida, aquella línea que atraviesa a todas las historias: el espacio. El espacio no es sólo el ambiente dentro del cual las cosas se llevan a cabo, sino que es la materialidad misma: los cuerpos que forman las historias.
La felicidad estaba ahí, la tenía muy cerca. Palpable, pero inalcanzable. Para él siempre era lejana, ajena. Intocable. La música lo ensordecía, sabía que nunca la bailaría. Le retumbaban sus acordes graves, viejos, gastados, repetidos, mezclados con las risas de los niños, estridentes, agudas, chillonas. Era el tren de la vida que pasaba delante de él y no permitía que se suba, él sabía que jamás conseguirá ese boleto que lo lleve a dibujar una sonrisa.
El otro está allá, al otro lado. Se me enfrenta como lo opuesto, pero en la edad moderna también nos otorga y nos garantiza la existencia como seres conscientes, pero además concretos, materiales: “La autoconciencia es en y para sí, en cuanto que y porque es en sí y para sí para otra autoconciencia», afirma Hegel en la Fenomenología del Espíritu. En pleno modernismo, Sartre ve a al otro como la mirada que nos enfrenta y nos da consistencia, nos hace existir, pero es a la vez un inevitable testigo que nos condiciona, nos fija en su juicio y se adueña de la imagen que nos define. Ya tan sólo no es el otro el bárbaro étnico y cultural, nómada, que se instala en las plazas de la ciudad y para alimentarse arranca bocados de los animales vivos ante la consternación de los vecinos, según el cuento de Kafka. Las posibilidades del otro se despliegan desde el doppelgänger que es una emanación vaga, el reverso, la sombra de uno mismo, que puede ser la sombra que te niega e invierte, desde tu misma hasta entonces inviolable e irrepetible identidad, hasta el ente satánico que se posesiona de tu cuerpo y vulnera lo más sagrado del yo, que puede perder la unicidad, ya que el invasor puede ser toda una legión. La otredad también nos puede invadir desde fuera, desde un mundo alternativo, pero quizás inverso, reflejo y donde quizás haya una contraparte tuya, la que se refleja en el espejo.