“Yo no trabajo con una idea, trabajo de manera más corporal”: Berta Kolteniuk

I

Conocí a Berta por una coincidencia de complicidades. Quedamos de vernos un sábado de febrero, después de un par de mensajes. Acordamos que nos acompañaríamos con comida y vino en su taller, sitio que también es su casa. Un departamento “circular”, lo llamó ella; un espacio que se recorre de habitación en habitación generando un circuito íntimo: ahí conviven su taller, la cocina, su dormitorio y un cuarto en donde derrama pintura. La obra de Berta vive en su casa. Cada uno de estos lugares, a pesar de estar separados por muros, comparte la experiencia vital de involucrar la práctica artística con la vida personal.  

El espacio de Berta está iluminado con un ventanal que recoge la luz de una terraza, pero es el acomodo de lo que se encuentra dentro lo que le da una sensación de ser una pequeña muestra dentro de una habitación, una pequeña exposición mutante en donde, en este momento de la vida de Berta, el color azul está invitado en todos lados: desde los óleos gastados en la mesa, hasta los contenedores de pinceles.

“Yo no trabajo con una idea, trabajo de manera más corporal, y ya que las piezas están listas me doy cuenta de cuáles son las relaciones o concordancias para seguir reflexionando”, me dice. Entramos directo a la conversación, después de que me recibe con Lola, una perra bellísima que nos acompañó durante nuestro encuentro, a veces ladrando y olfateando, otras durmiendo.

Recorro su taller con pudor. Reconozco que la presencia de las piezas en el espacio es imponente, siento que conviven tan bien con las paredes y el piso, que me hacen sentir un poco intrusa. Sin embargo, la sensación desaparece en cuanto Berta me dice “lo puedes tocar”, refiriéndose a una pieza que está por exponer en “Ese pequeño punto azul”, una exposición para el Museo de la Ciudad de México. El sentimiento de intrusión pasa. Siento la pintura de una esfera de casi cincuenta en mis manos. “Me interesa mucho lo táctil, creo que es otro tipo de comunicación que no existe en imagen”, comenta. Mi encuentro con la pieza sucede naturalmente, todo se va integrando.

Vista de la exposición «Ese pequeño punto azul» de Berta Kolteniuk en El Museo de la Ciudad de México

II

Descorchamos una botella de vino, mientras me dice más de esta muestra en preparación. Como todas las conversaciones actuales, terminamos hablando de la pandemia. Nuestras charlas se tejen y destejen sin llevar un tema en concreto. Hay tanto de qué hablar que mejor dejamos que las piezas nos guíen. Al observar las obras, reconozco una paleta cromática de tonos bajos muy sutiles que empezó a utilizar durante los primeros meses del confinamiento, la cual se relaciona con el sentido de vulnerabilidad experimentado al poco tiempo de vivir aislada, a diferencia de las primeras piezas más “estridentes” (menciona ella) con las que reaccionó al inicio de la pandemia.

Intento hacer relaciones entre lo que veo. Berta se da cuenta y me dice: “Yo pinto y luego observo qué es”. Ella se deja afectar por la obra, así, los materiales e incluso su manipulación pueden proponer por sí mismos el camino mutante de la pieza final. Trabaja sin hacer bocetos, pienso. La propia obra le va sugiriendo el camino. Se lo comento, y ella complementa contándome que a veces hace fotografías de la obra y descubre otra manera de ver la pieza que le muestra otras posibilidades de trabajar.

Escucho un entusiasmo muy natural en su voz. Quiero que me muestre todo lo que tiene en su taller, le pregunto sobre algunas de las piezas de gran formato que están cubiertas. Acepta, bebemos un poco de vino y sacamos juntas una pieza enorme que nos involucra todo el cuerpo para poder acomodarla en la pared y verla a pasos de distancia. La relación corporal de Berta con sus piezas es un juego de perspectivas y fuerzas en el que hay una complicidad tan íntima, como si ella cupiera en ese lienzo y se integrara en las formas de colores.

III

A propósito de esta importancia de lo corporal, viene a mi mente aquello que Rodrigo Ramírez comenta sobre la exposición de Berta, “Ese pequeño punto azul”:

“El trabajo de la artista configura una poética que enuncia la fragilidad y la futilidad de la precaria subjetividad del individuo y de la vida en general. Acercar lo lejano, volverlo íntimo, cotidiano, directo. Berta apuesta a la experiencia cercana de lo táctil para acudir al espacio, para encarnar la experiencia completa teniendo como escala al ser, como experiencia inmersiva en los flujos de color que pesan, como cuerpos que caen, densos, por la intensidad del afecto”.

Vista de la exposición «Ese pequeño punto azul» de Berta Kolteniuk en El Museo de la Ciudad de México

IV

La falta de definición de quién es Berta en cuanto a su producción artística es muy propositiva, porque en un mundo acostumbrado a meter todo en pequeñas cajas de definición como “lo formal” o “el cromatismo”, Berta recorre en zigzag su práctica para situarse en varios puntos de encuentro que son imposibles de acotar. ¡¿Y por qué tendríamos que hacerlo?! La obra de Berta habla con distintas voces, en sintonía con las pulsiones de vida y muerte, que vale la pena saber escuchar desde lo que la pieza en sí misma nos propone.

Berta tiene un proceso artístico más medieval que contemporáneo, un juego entre la alquimia y las necesidades de que el cuerpo hable a través de la pintura, de la escultura, de la instalación al ritmo de exposiciones constantes, a pesar de las vivencias personales más difíciles que ha experimentado, y sin dejar de pintar desde los catorce años.

De la misma manera, trabaja con formatos más pequeños, como las piezas realizadas con lacas automotivas, las cuales surgen del binomio ciencia-arte, y revelan un proceso de investigación artístico sobre cómo los materiales reaccionan provocando analogías visuales con formas de la naturaleza. Este cuerpo de obra es el resultado de un año de investigación y trabajo con el Instituto de Investigaciones y Materiales y el Instituto de Física, en un programa llamado Arte Ciencia y Teconología (ACT) UNAM, en el cual Berta trabajó en arte lo que ellos investigaban en el terreno de la física.

«Fluid motion»

Mientras recorremos su casa, bebemos un poco de vino y pienso en cómo la obra de Berta sí se apuntala desde lo conceptual, pasa por lo matérico, por esa experiencia del cuerpo en relación con las formas, pero su fin parece ser más bien afectivo. Lograr eso, me parece, requiere un compromiso de la artista con la honestidad antes, desde y a través de la producción de las piezas hasta su despliegue en los espacios de exhibición.

V

“¿Cómo te sentiste al volver a óleo después de tanto tiempo? ¿Se acordaba tu cuerpo de cómo trabajarlo?», le pregunto. “No, al principio no me acordaba de nada, ¿qué?, ¿cuánto era de aguarrás?, ¿por qué se hizo tan poquito?… Pero después de que ya acabé algunas piezas, le volví a agarrar la onda al óleo y me fascina porque la cualidad cromática que tiene este material no lo tiene ningún otro”.

La obra de Berta puede pasar de la pintura a la escultura, de ahí a la instalación y al acrílico o al óleo de una forma tan natural que parte de la investigación de esos materiales en relación con lo que ella necesita experimentar en ese momento. La experimentación con el acrílico, por ejemplo, obedece a un ritmo constante de producción de derrame en superficies para ver cómo esas acciones físicas producen imágenes que hablan de una relación entre distintos cuerpos: el de ella y los materiales.

Sus obras también parten de esta relación con el espacio, por ejemplo, “Dos milímetros de desnivel”, pieza que surge de un gesto del taller como espacio arquitectónico que se inserta en un desnivel de dos milímetros, lo cual provoca que la pintura que ella derrama reciba ese efecto y produzca una imagen resultante de esa alteración en el espacio.

Nos sentamos a la mesa de la cocina para revisar el catálogo “Geografías errantes”, una recopilación de piezas realizadas del 2015 al 2018. Pasar las páginas a su lado, obra por obra, me reveló más de su proceso. A mi parecer, Berta involucra a los públicos a vivir la pieza también con sus cuerpos para que dejen su presencia en la pieza misma, como en el caso de «El Saco» la cual tenía dos aberturas circulares para que la gente pudiera ponérsela a manera de saco y moverse libremente con el espacio, desgastando la pieza en cada puesta.

VI

Su producción también ha involucrado curaduría, la cual comenzó en el Instituto Cultural de México en Washington, cuando ella vivía ahí. Para este sitio propuso un proyecto curatorial de artistas estadunidenses y mexicanxs para vincular las prácticas contemporáneas de ambos países. Tiempo después, en la Celda Contemporánea del Claustro de Sor Juana, llevó a cabo muestras a manera de diálogo de prácticas entre artistas jóvenes y madurxs. En la Sinagoga Histórica del Centro Histórico, realizó el Estudio 71 en la cual también propuso muestras, algunas de instalaciones mutantes, en las cuales involucró a diversos artistas contemporáneos para reactivar el sitio y pensarlo actualmente desde la recuperación del espacio.

Para ella, la curaduría no inició como una ambición hacia la práctica, sino como una toma de decisiones a partir de oportunidades detonadas por una serie de eventos personales que la motivaron a aceptar las propuestas de curar en algunos sitios. Sin embargo, Berta nunca dejó su práctica a un lado, siempre continuó con sus proyectos personales.

La charla continúa en la cocina, mientras Berta cocina para mí y ambas comentamos sobre la importancia de tener un taller, pero no sólo para la producción, sino para sentir la extensión de las ideas a un espacio de preguntas latentes sobre por qué hacemos lo que hacemos, por qué vale la pena apostarle a la producción artística como una forma de pensamiento.

Durante los años que Berta vivió en Estados Unidos, realizó un proceso de investigación cromática que la instaló en otro momento creativo. Los colores de las estaciones la motivaron a reproducir el color de las hojas, principalmente de las de otoño, de manera que se llevaban hojas al taller e investigaba sobre las transparencias, la refracción de la luz, las capas de material, teoría del color, la luz, el ojo: “Hasta que encontré un tubito de óleo de un color que no voy a decir, el cual me hizo reproducir los colores….”. No obstante, antes tuvo que pasar horas revisando cómo se iba modificando el color lentamente en las hojas hasta adquirir las tonalidades que para ella hablaban del paso del tiempo. “La degradación en las hojas dura dos semanas, entonces tenía ese tiempo para encontrar el color. Decía: ‘no me voy a preocupar ahorita por la forma, porque lo único que quiero es agarrar la esencia de ese color’”.

Lo mismo sucedió con su lectura de la nieve en color y concepto. Piezas como “Antártica” la llevaron a explorar con el color blanco y sus posibilidades matéricas, al mismo tiempo que había visto un documental en 1998 sobre el hoyo de la capa de ozono y los polos derritiéndose desde entonces. La relación con la naturaleza y el planeta ha estado siempre presente, de ahí que el color genere vínculos afectivos con lo que sucede fuera del cuerpo como espacio sensorial en la obra de Berta Kolteniuk.

VII

Berta se sienta, lía un cigarro, se acomoda para fumarlo y oler profundamente la bocanada. Pienso si acaso así es ella al trabajar, si esa misma seducción de la vida es la misma que ella vive al manipular los materiales, al derramar pintura o trabajar formatos pequeños y controlados. Quizá sí, y eso es lo rico de visitar los talleres de artista, que cuando menos lo esperas, ellxs —como Berta, en ese momento— desbordan la contención para habitar naturalmente sus espacios e invitarte a ser parte de sus procesos creativos, de su vida, de su intimidad.

Berta es una mujer artista sensible y absolutamente apasionada, tiene una carrera reconocida, y su vida está completamente entregada al arte. La veo e imagino qué pudo haber vivido, y lo apasionada que debe ser para llevar una carrera desde los catorce años sin dejar de pintar, nos observamos mientras sucede un pequeño silencio, un momento de complicidad ocurre y la botella de vino se acaba.

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