He visto aparecer la dinámica del takeover de cuentas de Instagram en dos contextos distintos. El primero es una estrategia de marketing donde alguna persona famosa toma las riendas de la cuenta de un negocio o empresa buscando mayor difusión y frescura para la segunda. Por otro lado, aunque hasta cierto punto en sincronía con el primer caso, están los proyectos culturales cuyas cuentas de Instagram devienen en espacios colectivos que recopilan las experiencias de distintos agentes, especialmente artistas que utilizan las plataformas para mostrar su trabajo por un periodo delimitado de tiempo. Ahora más que nunca, con las adversidades que ha traído consigo la pandemia, el takeover ha significado una herramienta importante para el trabajo de la comunidad artística en plataformas digitales, permitiendo que se desarrollen proyectos alternos de un carácter heterogéneo difícil de obtener en redes sociales.
Categoría: Morarte
El arte habita un sinfín de espacios. Es un residente multifacético, como un duende que pernocta en lo más inhóspito y en lo más acogedor.
En “Morarte” busco prestar atención a los diferentes lugares donde reside el arte, cómo los afecta y es afectado. Con algo de suerte, esta columna puede fungir también como una morada temporal para este personaje.
Sobre las bondades de lo acotado
Siempre he encontrado consuelo en la idea de que al delimitar algo, lo que sea, nos enfrentamos ante una potente inmensidad. Pienso al decir esto en los juegos infantiles, en donde basta con establecer algunas reglas básicas para que la actividad se desarrolle libremente, junto con efectos y afectos muchas veces inesperados. Se me ocurre también el ejemplo de la danza, específicamente el de aquellas manifestaciones dancísticas que surgen de contextos precarizados, como lo son el flamenco o el tap. En estos casos, el espacio reducido, la ausencia de instrumentos y la marginalización sociopolítica empujaron al cuerpo a una experimentación con movimientos condensados, tornando la corporalidad misma del danzante en la percusión que le marca el ritmo. Los límites pueden hilarse con la expresión de algo infinito.
«Dulce Espina»: hacia una nueva fortuna
I wish you thorns.
Alicia Valladares
Personalmente, nunca dejo pasar la oportunidad de desplazarme por debajo de una escalera. No lo hago buscando desmentir la superstición, sino al contrario: me gusta hacerlo por el rush que trae la posibilidad de que algo suceda. Más allá de la buena o mala suerte, me gusta sentirme capaz de vivir experiencias cargadas de cierto augurio como momentos que pueden propiciar algún cambio en el transcurso de las cosas. Me refiero a una especie de aprovechamiento de energía mágica y de un posterior ejercicio de reinterpretación. Considero que prácticas de resignificación similares las llevamos a cabo todo el tiempo, muchas veces sin siquiera notarlas; como, por ejemplo, al usar un medallón de la Virgen de Guadalupe, regalo de una abuela, o incluso en algo tan cotidiano como juntarse a cocinar con amigas. Estos ejercicios aparecen también una y otra vez en el quehacer artístico de la actualidad.
«Neologías Artificiales»: Co-exposición de aprendizaje máquina en las artes
Cuando, sea cual sea el motivo, me siento ajena al discurso que se plantea en una exposición de arte, suelo recurrir a herramientas que, con la práctica, he desarrollado para defender mi incomprensión. En ocasiones, decido no leer ninguna de las hoja de sala que se me presenta y no tardo en calificarlas, indignada, de pretenciosas y/o viciadas. Opto entonces por recorrer el espacio a mi gusto y busco formar mi propia experiencia estética al encontrarme con las obras que me resultan más atractivas. Cuando, a pesar de mis esfuerzos, la sensación de desasosiego continúa ganando, siempre queda un as bajo la manga: disimular y fingir. Entonces, me muestro interesada y recorro el espacio lo más rápido posible intentando no romper la ilusión de que sé lo que hago allí. Esto es el caso del enfrentamiento con muestras en espacios expositivos “convencionales”, pero las reglas del juego se ven fuertemente alteradas cuando me encuentro en un sitio alterno, por ejemplo: un espacio virtual.
Amigas que parecen disfrazadas, pero así se visten en realidad
Hace dos semanas me encontraba en un lugar poco común. Se trataba de un pequeño espacio, parecido a un puesto de feria antigua, montado con telas satinadas de color morado. El aspecto teatral, circense y carnavalesco (las tres cosas al mismo tiempo) se construía también por las pelucas desperdigadas por el pequeño pedazo de suelo que enmarcaba el tenderete, así como por los disfraces que mi amiga y yo portábamos decorosamente. Cubiertas de telas de varios colores y texturas, Ximena y yo nos sentamos en el piso, dentro de lo que denominamos como “la casita morada”, sujetando nuestras rodillas entre nuestros brazos como dos huevitos Kinder. Estábamos, nosotras y la casita, en el cacho del tercer piso del Museo de Arte Carrillo Gil que, como parte del programa Tiempo compartido, se encuentra ocupado por el colectivo de artistas @kasheyshirotta.
«Milimétrica»: Otro aparato sensible
Quiero el profundo desorden orgánico que sin embargo deja presentir un orden subyacente.
Clarice Lispector
Para concebir un hito transformador en nuestras vidas, éste debe plasmarse de alguna manera que nos permita percibirlo fuera de nosotrxs. El cambio, pues, no es tanto un momento en particular, sino un proceso de presentación y representación constante. A través de este desarrollo interpretativo sí vivimos la transformación como acontecimiento en el cuerpo, pero también la advertimos, la palpamos y la conocemos en el mundo.
Sobre arte, limpieza y amistad
A veces vivir duele, pero una quiere seguir viviendo tal vez por curiosidad y esperanza de que todo cambie.
Carmen Serratos Chaverría
El sábado N pasó por mí al medio día. Mientras la esperaba le compré un ramo de flores secas de esas en tonos púrpuras y violetas que no necesitan agua y por meses se mantienen firmes sin la necesidad de muchos cuidados. En el camino nos compartimos buenas y malas noticias mientras escuchábamos pop de los 2000s e intentábamos seguir el navegador para no perdernos. Ya en la colonia Escandón buscamos dónde estacionar el coche de N, el cual es pequeñito, pero no lo suficiente como para que la estacionada deje de significar una preocupación. Caminamos unas cuadras y llegamos a Salón Silicón, galería que se dedica a promover el trabajo de artistas mujeres, cuirs y/o miembrxs de la comunidad LGBTI+. Era el último día de la primera exposición individual de Carmen Serratos Chavarría (@cejas_del_mal_) «Un día me despertó mi llanto y otro mi risa», a la cual tanto N como yo le traíamos muchas ganas.
El poder del «ser-entre» de las adolescentes
Feels like I’m caught in the middle
Britney Spears
That’s when I realize
I’m not a girl
Not yet a woman
Quiero aprovechar esta oportunidad para dejar por escrito que debo actualizar la descripción de mi columna «Morarte», misma que contiene al texto que nos encontramos leyendo ahora. En un principio, este repositorio de escritos estaba pensado para reflexionar sobre distintos espacios de la Ciudad de México que median entre el arte y los públicos que lo experimentan. Aquellos sitios donde el arte mora, del verbo morar (de ahí el título), y a través de los cuales se producen encuentros entre sujetos y prácticas artísticas, generando… cosas. Desde que empezó la pandemia, la columna se ha visto forzada a ampliarse, estirarse y desentumirse, explorando distintas maneras en las que el arte puede habitar, ser habitado y, esperemos, ser habitable. Libros de artista, fotolibros, exposiciones virtuales, exposiciones pasadas, muestras de otros países, meros choros, la artisticidad en lo cotidiano, han sido objeto de lo que aquí se escribe. Considero que «Morarte» está pasando un proceso de transformación hacia todavía no sé qué, pero por el momento, esta traslación me es conveniente.
Andamios de un acercamiento al arte y a la historia del arte feministas
Primer piso
Cuando iba en el último año de la prepa, en 2016, la maestra de arte nos invitó a la inauguración de «Si tiene dudas… pregunte», la exposición retrocolectiva de Mónica Mayer, curada por Karen Cordero, en el MUAC. La verdad es que no recuerdo si se trataba de una invitación o de una asignación, pero me inclino por la primera pues me parece que no muchos asistimos, lo cual era poco común cuando había alguna calificación en juego. Yo no conocía a Mónica ni había visto nunca su trabajo; sin embargo, sí me sonaba su apellido porque una amiga (quien tiempo después me enteré es sobrina de Mónica) se apellida igual. Linda, la maestra, no nos habló mucho al respecto, pero su exaltación dejaba en claro que la muestra le parecía un acontecimiento importante, por decir lo menos.
¿Qué más sino el cuerpo?
Los rumores son ciertos: tengo un cuerpo.
@barbariana
He pensado en mi cuerpo; una y otra vez en mi pensamiento me encuentro con él (ella). Algunas veces se trata de un repaso a mucha conciencia y otras tantas es más bien como una imagen que aparece, pero es inapreciable, recóndita, turbia. La idea de mi cuerpo me acompaña y se altera constantemente dependiendo de prácticamente cualquier cosa: un traguito de café, un cambio de luz o un estado de ánimo, sobre todo ante otro cuerpo, ante otros cuerpos. He pensado en mi cuerpo y he sentido vergüenza, extrañeza, placer, sospecha y risa. He pensado que es un cuerpo, que es mi cuerpo y que es muy bello. Que no es mío. A veces lo pienso porque me duele una parte, pienso que mi cuerpo son partes, pero también es uno. Mi cuerpo me ha dolido y me dolerá, eso pienso. He pensado en mi cuerpo y en su (mi) deseo. En su misterio profundo lo pienso y, además, he pensado en los cuerpos de los demás.
Ya no sé cómo era antes, pero así es ahora: mi cuerpo, la idea de mi cuerpo, los cuerpos de los otros y el cuerpo en general son ya máximas de mi sentipensar cotidiano. Sé también que no soy la única.