Amigas que parecen disfrazadas, pero así se visten en realidad

Hace dos semanas me encontraba en un lugar poco común. Se trataba de un pequeño espacio, parecido a un puesto de feria antigua, montado con telas satinadas de color morado. El aspecto teatral, circense y carnavalesco (las tres cosas al mismo tiempo) se construía también por las pelucas desperdigadas por el pequeño pedazo de suelo que enmarcaba el tenderete, así como por los disfraces que mi amiga y yo portábamos decorosamente. Cubiertas de telas de varios colores y texturas, Ximena y yo nos sentamos en el piso, dentro de lo que denominamos como “la casita morada”, sujetando nuestras rodillas entre nuestros brazos como dos huevitos Kinder. Estábamos, nosotras y la casita, en el cacho del tercer piso del Museo de Arte Carrillo Gil que, como parte del programa Tiempo compartido, se encuentra ocupado por el colectivo de artistas @kasheyshirotta.

Kashé & Shirotta está conformado por @ranchi.to y @lilapesadilla, dos artistas jóvenes y geniales. Dentro de Tiempo compartido, las artistas, junto con otros dos colectivos, se han apropiado del espacio del museo a través de diversos procesos creativos. El ala del tercer piso correspondiente al trabajo de Kashé & Shirotta es un mundito de objetos intervenidos, seres familiares, vestuarios seductores, pegamento de diamantina y muchos colores. Imagínense que Fantasías Miguel, Telas Junco y la Mercería del Refugio tuvieran un bebé, es algo así. Allí, Lila y Ranchito, y en colaboración con otrxs artistas, trabajan para que este bebito siga adquiriendo capas; mientras que el contraste entre lo rígido e institucional del museo con lo lúdico y la gracia de su obra se hace más y más explícito.

Después de pasar un buen rato probando combinaciones de vestimenta, Ximena y yo terminamos metidas en la casita morada; pensando y platicando. Le dimos vueltas en la conversación a las posibilidades del vestuario, expresándonos nuestras ganas de vestir de diferentes maneras, pero también nuestra flojera de hacerlo por las posibles implicaciones que eso tendría en nuestros entornos. Fantaseamos con otras maneras de relacionarnos con la ropa, los accesorios y el maquillaje, así como con escenarios propensos a la experimentación a través del vestido y el ornato. Nos encontrábamos, en realidad, componiendo dentro de la obra de Kashé & Shirotta un ambiente como el anhelado.

Lila Pesadilla y Ranchito han explorado a lo largo de su desarrollo creativo el aspecto performativo del vestir, llevando a un estado de crisis la división entre la vestimenta y el disfraz —la realidad y la fantasía— y poniendo en el centro la pregunta por el afecto. En su ensayo «Happy Objects» (Objetos Felices), Sara Ahmed describe el afecto como «pegajoso», en tanto que sostiene las conexiones entre ideas, valores y objetos. El afecto, siguiendo esta idea, es como las puntadas que reúnen retazos de telas de diversas texturas en una pieza que después se ensambla también a nuestro cuerpo y nos toca. También, el afecto puede ser como el pegamento con diamantina que escribe mensajes sobres las telas que portamos. El afecto, si bien no es algo de lo que se puede hablar como objeto de estudio real en el mundo, sí puede abordarse y sugerirse a través de las metáforas.

Imagen tomada en Tiempo Compartido, Museo de Arte Carrillo Gil. Obra de Kashé & Shirotta

Dentro de la casita morada se desató un flujo de ideas motivadas por el recuerdo, la evocación y el deseo: actividades de la infancia, desaciertos en los disfraces de Halloween, la pregunta de si sería diferente nuestro despliegue corporal si viviéramos en Nueva York, etc. Aquello que conectaba una cosa con otra, el diurex de los procesos mentales que ocurrieron y que nos permitía brincar de un pensamiento al otro, diría que era el afecto. Este mismo adhesivo pegostioso se extendía por toda la muestra de maneras explícitas, como en la ropita de bebé intervenida, y también de maneras menos evidentes, como en la reunión de juguetitos viejos de plástico en una mesa.

Se me hace chistoso que hace un mes Ximena y yo nos quejábamos de que en los museos nunca hay dónde sentarse a gusto a platicar y luego andábamos metidas, hechas bolita, en el piso de una casita morada en el Carrillo Gil. No me interesa echarle flores al museo, pero sí celebro el trabajo de Kashé & Shirotta y el que se encontrara ahí en ese momento. Se montó un escenario para pensar en los afectos positivos e imaginar espacios para plantear nuevos vínculos entre los cuerpos.

Esperen su invitación a la sociedad de amigas que parecen disfrazadas, pero así se visten en realidad.