Los Silabergs, ese grupo social al que el crecimiento explosivo de la comunidad relegó a los suburbios, seres inteligentes de barbas lacias y serenidad en los rostros, tribu de antaño golpeada y discriminada cuyos hábitats fueron devorados por espantosas y desordenadas colonias de interés social construidas por el gobierno, comenzaron a involucrarse, con los escasos recursos que les daban sus trabajos de asistencia en ingeniería, en la compraventa y construcción de drones. Al paso de los años construyeron algunos tan grandes que cabían casas dentro. Preocupados siempre, y cuidadosos con las leyes para que la velocidad o dimensiones de los drones no fueran afectados por ellas, no pasó mucho tiempo para que sus viviendas se desplazaran en grupos de tres o hasta cinco juntas.
Categoría: Literalia
Catálogo de reseñas y libros publicados por la editorial Literalia.
«Yo también maté a Franco (romance anarquista)» de Luis Ángel Martínez Diez
Contada de otra manera, ésta es la historia de un hombre joven que se cansó de vivir, que dejó de gustarle la vida o que descubrió que nunca le había gustado, y que decide matarse. Finalmente decidió aprovechar el viaje y matar a Franco. Ya tenía decidido morir por su propia mano, mataría de paso al principal culpable de sus males.
Luis Ángel Martínez Diez – Yo también maté a Franco
Éstas son las palabras de un narrador que mira a un hombre durante sus primeras semanas de encierro, las más duras para cualquiera que pisa por vez primera la cárcel –aun cuando la falta de libertad se viva de ambos lados de las rejas–. De origen mexicano, Jaime llega a la España del régimen franquista, acusado y encarcelado por el peor crimen contra el Estado: ser comunista.
«Para habitar mi nombre»: tradición y sensorialidad
Asentar que la tradición cultural de un artista puede ser apropiada y resignificada es dar la oportunidad de creer que el arte puede renovarse una y otra vez, así como ser puesta en muy diversos contextos de reinterpretación. No únicamente se resignifican los símbolos o los motivos poéticos, sino las prioridades enunciativas de una voz lírica, entre muchísimos panoramas abiertos y probables. Un homenaje sincero entre poetas no sería la repetición.
«Cuentos para leer en los aviones»: El extraordinario mundo de lo cotidiano
¿Qué pasa? Ha ocurrido una palabra. Nadie la ha dicho, tampoco ha sido escrita o dibujada, simplemente lo dicho: ha ocurrido.
Alejandro Aura, «Cuentos para leer en los aviones»
Desde su primera frase, Cuentos para leer en los aviones eleva el día a día al plano de lo maravilloso. Su primer relato, «Al sueño perfecto», narra una jornada de trabajo en una tienda de artículos para el sueño. Sin embargo, Alejandro Aura logra aportar a la historia, banal a primera vista, un tono onírico y mágico. Esta sensación de asombro ante lo cotidiano impregna toda la antología. Los personajes añoran constantemente su pasado; anécdotas aparentemente anodinas, pero relatadas con tal belleza que no podemos evitar preguntarnos qué secreto esconden. Tal es el caso de «Sur, María», en el cual el yo narrativo cuenta a su hija un viaje que hicieron por Sudamérica: “A veces, muchos años dan pocas páginas. Otras, un instante da resmas de hojas escritas que ocupan horas en ser leídas.”
«Asfódelos»: La muerte tiene lugar
A modo de brevísimo paréntesis entre los ya múltiples artículos que se ciñen a nuestro siglo y al pasado, el detenerse en la figura del mexicano Bernardo Couto Castillo responde más a un compromiso de difusión literaria y, por supuesto, editorial. No es para menos. Su presencia en las letras mexicanas es prácticamente efímera, pero influyente dentro del periodo naciente de la literatura del siglo XX.
El escritor murió de neumonía el 3 de mayo de 1901, con apenas 21 años, ligado, como todo buen bohemio del fin du siècle (periodo de innumerables aflicciones existenciales), al opio, al alcohol y al hachís. A pesar de su prematuro deceso, su pluma nos legó una obra muy breve pero llena de oscuridad, asesinatos, muerte y un amplio espectro de temas incómodos no sólo para la sociedad de su época, sino también para la nuestra: Asfódelos.
«Como un bolero»: La intimidad del relato contado al oído
Como un bolero
Los Tres Reyes
Improviso movimientos de ternura,
Mis latidos se confunden con tambores,
Y de pronto de mi alma
Mil requintos se derraman en tu alma
Como un bolero
Cuando pienso en el abuelo, la primera imagen que viene a mi mente es la de aquel hombre de canas sentado en un sillón con los ojos cerrados, mientras que en la vieja tornamesa un disco de Los Panchos gira incesantemente. A cada vuelta del desgastado ‘elepé’, la aguja del tocadiscos puntea el requinteo que sale de los dedos de Alfredo Gil y, entre una y otra de las canciones, el silencio se rompe por los suspiros del abuelo que, al recordarlos, descuelgan en mí momentos que se parecen a fotografías teñidas por los años y a películas en blanco y negro.
Siempre he creído que los boleros poseen esa esencia de suspiro musical. Como dicen los que saben, un bolero está hecho para bailarse «de cachetito» y para cantarse con un susurro al oído. Pues bien, el libro de Diana Ramírez Luna es justo eso: un bolero literario, un conjunto de «quince relatos y una poesía inesperada», que se van acercando despacito con el aire inconfundible de un punteo de guitarra y la armonía delicada que entretejen las voces de un trío.
«Transfinitas cosas»: A través de la poética de Hugo Labravo
Ilustración de Aimeé Cervantes Flores
El 21 de febrero de 2018, se celebró un coloquio en homenaje al escritor coahuilense Julio Torri. Lugar: la sala Moreno de Alba en la FFyL. Ahí, más o menos a las seis de la tarde, la Dra. María Elena Madrigal pronunció una afirmación estremecedora: «Torri no es minificcionista». A partir de ese momento muchos tomamos consciencia de la fragilidad de nombrar a un género, en especial a éste, no solo por ser tan breve y volátil, sino por la teoría circunfleja a él, que a veces se solidifica demasiado; en otras, se desmorona.
Foucault decía que aquello “no existe hasta que se nombra”, y con ello se refiere a que siempre han existido acciones semejantes, pero no toman su forma moderna hasta que son introducidos al lenguaje. Ejemplifico: “prácticas homosexuales han existido siempre, pero el homosexual nace hasta que es señalado y condenado”; algo así ocurre con los géneros y su denominación.
Un entimema sencillo, conciso y fuerte. Lo que llamamos minificción tiene poco tiempo de haber nacido, de habérsele otorgado forma y palabra. Arreola mismo se pronunciaba escéptico respecto a la denominación; no se digan las posturas de mis queridos maestros Lucila herrera, Gonzalo Celorio y Alberto Paredes. La minificción, o lo que sea que los grupos de poder que se adueñan del género han nombrado, tiene dos momentos importantes: uno, cuando nace una de las primeras antologías (Relatos vertiginosos de Lauro Zavala, que vio la luz a principio del nuevo milenio); otro, con el nacimiento de una primera teoría, la de Dolores Koch hacia el inicio de los ochenta. Escritores de brevedades contemporáneos buenos son pocos, y los pocos hay muy buenos. Entre ellos está Hugo Labravo.
«Sólo somos palabra»: Memorias de un pueblo zapoteca
Ilustración de Aimeé Cervantes Flores
El ser humano ha sido definido, desde tiempos clásicos, como un ser racional. Se ha dicho, así, que su particularidad y la principal característica que lo diferencia de cualquier otra especie es su capacidad de regirse bajo la luz de la razón. Walter Fisher, académico estadounidense del siglo pasado, se opuso en cierta medida a esta idea, que denominó “paradigma racional”. Fisher planteaba, bajo lo que se conoce como “teoría narrativa” o “paradigma narrativo”, que las personas somos, antes que nada, seres formados por relatos, por historias, por palabras. Todos somos creadores y narradores de cuentos, de reflexiones; éstos constituyen una de las formas de comunicación más antiguas y universales. Somos seres narrativos.
Esto tiene implicaciones inimaginables. Las palabras no sólo nos permiten relacionarnos con los otros, compartir, o conformarnos como personas –como afirmaba Fisher–. Las narraciones son parte fundamental de la memoria colectiva. La palabra escrita, por su parte, constituye una de las formas más lúcidas del recuerdo. “Sólo somos palabra” dice Víctor Cata en su fantástico libro. “Sólo somos memoria y recuerdo en la cabeza de los demás. Nos fijamos en la mente de los que tengan ganas de acordarse de nosotros”.
«Las libretas de Esteban»: Declaración de amor a la literatura
Ilustración de Aimeé Cervantes Flores
[…] renunciar al camino de la escritura […] al final del día, era renunciar a mí mismo. Por ello fue después de un sueño que retomé la pluma. Porque necesitaba ahondar en lo más profundo de mí. La pluma se convirtió en el único puente para negociar con los demonios que me habitan. Y si digo negociar es porque estoy convencido de que esos demonios no se irán a ningún lado. Hay que aprender a vivir con ellos, dirigir su energía.
PABLO MARTÍNEZ-ZÁRATE, LAS LIBRETAS DE ESTEBAN
Empezar una novela con un sueño es un recurso que desaconseja cualquier manual para los aspirantes a escritor. Por eso, al abrir Las libretas de Esteban (2015, Pablo Martínez-Zárate), cuya acción arranca a partir del sueño de su protagonista, uno podría mostrarse escéptico. Sin embargo, Martínez-Zárate triunfa con esta propuesta, que anticipa la naturaleza casi onírica del resto del relato.