A modo de brevísimo paréntesis entre los ya múltiples artículos que se ciñen a nuestro siglo y al pasado, el detenerse en la figura del mexicano Bernardo Couto Castillo responde más a un compromiso de difusión literaria y, por supuesto, editorial. No es para menos. Su presencia en las letras mexicanas es prácticamente efímera, pero influyente dentro del periodo naciente de la literatura del siglo XX.
El escritor murió de neumonía el 3 de mayo de 1901, con apenas 21 años, ligado, como todo buen bohemio del fin du siècle (periodo de innumerables aflicciones existenciales), al opio, al alcohol y al hachís. A pesar de su prematuro deceso, su pluma nos legó una obra muy breve pero llena de oscuridad, asesinatos, muerte y un amplio espectro de temas incómodos no sólo para la sociedad de su época, sino también para la nuestra: Asfódelos.
No existe mayor constancia temática en el texto que la de la muerte. No tiene, sin embargo, una forma de representación constante, sino que se nutre de una amplia semántica que demanda al lector una empatía y una decisión que no pueden omitirse en la lectura. Es decir, existen muertes románticas, otras más enfermizas, algunas trágicas y las hay también llenas de locura o de enfermedad. De tal suerte que, en cada cuento, permea la constancia de una muerte que tiene distintos orígenes desde donde brota cada anécdota, y ello exige al lector situarse desde distintos ángulos.
La muerte tiene lugar en el libro, eso es indudable. Lo interesante de Couto Castillo, además, es el ingenio con el que la devela como una entidad con intereses propios, casi espiritual e implacable. El primer cuento «La alegría de la muerte» da cuenta de ello. El malhumor, el hartazgo y la irritación de ser la muerte se conjuga con un ánimo lúdico, casi azaroso, de robar el aliento a las personas.
O como aquella historia donde la codicia trasciende la conexión sanguínea -la relación familiar- y se convierte en un impulso por dinero. La sangre que hierve se traduce en el interés propio, en la exaltación personal que da sentido a uno mismo (idea sobre todo romántica), pero con la finalidad de la muerte que complementa el sentido de la existencia (idea mayormente decadentista). El decadentismo explora aquellas facetas humanas que social y moralmente son repudiadas. Couto Castillo explora esa senda de lo juzgado para ir contra corriente y abrevar en un mundo donde la irreverencia encuentra cabida.
El raciocinio ético, social y positivista no tiene lugar en Asfódelos. Tan es así que puede incomodar a un lector del siglo XXI, a un lector moderno que ha asimilado aquella racionalización que tanto repudiaron varios escritores a finales del siglo XIX y por la que la muerte nuevamente cobra un sentido. Ésta se antepone a la vida, pues es preferible consumar el deseo romántico de una trascendencia espiritual que la perseverancia de una vida condicionada por los valores modernos. Su biografía es la muestra más evidente.
Couto Castillo encarna a un escritor transgresor, de temas recurrentes, pero de anécdotas siempre varias en su trasfondo. Asfódelos, por ello, se convierte en un crisol de enfoques donde el personaje principal es la muerte. Asesinos, amantes, amigos, esposos… cada uno posee un recuerdo, un motivo o un impulso para vivir desde su propia experiencia el amargo, aunque dulce para los decadentes, recuerdo de la muerte.
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Autor: Joshua Córdova Ramírez Escritor y estudiante de Letras Hispánicas en la FFyL de la UNAM. Director editorial de Revista Primera Página. Ha publicado en diversos espacios electrónicos y físicos. Ganador del concurso interpreparatoriano de Poesía. |