Autor: Primera Página

Primera Página es una plataforma digital y cultural dedicada la difusión, la crítica y el fomento a la creación artística a través de distintas manifestaciones. Las opiniones aquí vertidas son responsabilidad directa de los autores que las emiten, y no del sitio como tal.​
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Cuarenta – Cuento de Diego Alexander Alvarado Pacheco

Al levantar la cabeza descubrió la cara rejuvenecida de su padre. Limpió nuevamente el espejo y escupió una amarga saliva. Es usted señor, escuchó a su conciencia. Dejó el cepillo junto a la crema dental, ambos sobre el lavadero. Quiso verse mejor en el espejo, pero se preocupaba de que su mujer pudiera importunarlo. Segundos después, acercó su rostro envejecido muy próximo al cristal y no quiso ver nada más que su mirada cansina. Retornó a su postura inicial, aunque sintió que su dignidad estaba siendo socavada por su reflejo. Ahora notó una mancha blanca sobre el cuello de su piyama. Inclinó su cabeza hacia el lavadero y dudó. Recogió delicadamente la mancha con su dedo índice. La palpó: era liviana y pegajosa. Miró hacia la puerta del baño: no había testigos. Su dedo fue engullido por su boca; saboreó, con incredulidad, aquel rastro dulce de rebeldía.  

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Doctor, póngame un chip – Cuento de Eduardo Honey

Aoki toma el balón y se lanza corriendo, esquiva contrincantes, uno tras otro. Está por llegar a la meta cuando da un mal paso y cae, rueda varias veces. El equipo contrario se aprovecha y toma el balón.

—¡Ahora qué, Aoki! —le gritan desde la banca. Aoki, con temor, rueda a un lado y sale de la cancha para permitir la entrada de su relevo. Lentamente, se levanta mientras llega la asistencia médica a revisar si tiene alguna lesión. 

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Una vez habité una isla – Poemas de Carolina Alvarado

Las nubes y yo recorremos la península

Ni las nubes ni yo escapamos del tiempo
aunque recorramos presurosas la noche
y, en una pestaña, atravesemos la luz.
No escapamos, estamos queriendo atrapar,
en sus manecillas, la mirada coqueta del futuro.
Montadas en una bicicleta, las nubes y yo recorremos la península,
roca de Júpiter, barco de coral, timón del silencio.
Ella, sus ruedas, su silla, empieza a oler a mí, olvida tu olor,
está por nacer, está por morir, está por ser ella misma.

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La sonrisa del ángel – Cuento de Jorge Muñoz

El rey se volvió loco. Sí, eso dijeron sus más cercanos. Dijeron que pasó toda la noche gritando. Entre sus palabras disparatadas contaba que horribles fantasmas lo acosaban, recordándole sus crímenes atroces, crímenes cometidos desde su temprana niñez, cuando se entretenía lanzando a inofensivos perros desde lo alto de las torres del palacio para gozar viendo cómo se destrozaban en el suelo; entonces reía y cantaba saltando y agitando los brazos. Mientras más sangre salía de los cuerpos reventados, más se alegraba.

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Un lugar para las pérdidas – Poema de Edwin Guillermo Pérez Flores

Oh las cuatro paredes de la celda
[…]
Criadero de nervios, mala brecha,
por sus cuatro rincones cómo arranca
las diarias aherrojadas extremidades.

César Vallejo

I

El insomnio sepulta la noche en mis ojos,
ya no podrán ocultarle al tiempo tu cuerpo.
Mis lágrimas se hacen luciérnagas
suspendidas sobre la rapiña de las sombras.
Sólo han olvidado un vacío en mi boca,
la rabia de las paredes ahora lo destroza,
abandonando en la palabra desperdicio
el cadáver de una vida que todavía no he vivido.

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Las ensoñaciones del mal – Cuento de Juan Carlos Vasquéz

Beppo, Marco, Ana y Giovanni no lo creían. Aquellos que lo habían conocido en la historia de ¿Cambiar? ¿Suicidarse? ¿Matarlos a todos? pensaron que “Doble A” era un personaje en un juego, un thriller en una historia sobrevalorada… y preferían disfrutar sosegadamente en aquellas veladas negras de lectura sin profundizar en la veracidad de los hechos, pero él les negaba con rotundidad: no es una fábula, es cierto, lo pienso, lo detallo, lo llevo a cabo, luego alguien lo escribe. Como “Doble A” preveía, Anna y Beppo querían saber más de sus últimas actividades y le hacen preguntas con dobles intenciones.

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La otra esquina de El infinito – Cuento de Carlos Quintanilla

Hace unos momentos aquel hombre desvió su mirada a la pared donde estoy recostada. Ahí se encuentra uno de los posters que tenemos colgados en el bar, en él se observan a los integrantes de ABBA vestidos elegantemente y con una pirámide de fondo. Son interesantes los gustos de las personas cuando se les condiciona con sólo verlos una vez en la vida. En el traje que lleva puesto se empezaron a forjar arrugas cuando acomodó sus nalgas en el pequeño asiento de la barra. Esta noche soy sabedora de que está, junto con otros hombres, en representación de Manuel Serrano; disque tienen que cerrar un acuerdo para el viejo, con el fin de no perder un porcentaje de ganancias de este lugar. Sin embargo, ninguno de ellos se observa concentrado para darle de lleno a sus responsabilidades. El tipo está recibiendo una llamada.  

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A casa, a mamá y al melodrama: “Volver” – Ensayo de Mauricio Jarufe Caballero

En Volver, bondadoso melodrama de Pedro Almodóvar, los personajes se piden perdón muchas veces. Puede ser resultado de una crianza particular hacia las mujeres, que enfatiza la culpa y el reproche. Puede ser que, como su director, estas mujeres reconocen la importancia de las palabras y los gestos de alivio, y que un perdón, a modo de reencuentro o película, puede solucionarlo todo, o al menos hacer el intento. Para Pedro Almodóvar, filmar a las mujeres es filmar su propia realidad: pueblitos donde el día se pasa lento y los fantasmas transitan como cosa de todos los días; conflictos igual de saturados que los colores en la pantalla; dramas cotidianos que se hacen enormes con el tiempo; algún crimen reprimido y otro crimen que saca a la luz al primero; mucha lágrima y alguna que otra sonrisa. Fiel a su estilo, Pedro lo entrega todo: muchas historias en una sola, dramones y giros que sólo veríamos en una novela rosa, y muchísima compasión —y alguito de picardía— con las mujeres que filma, las cuales, sin saberlo, son su única fuente de inspiración.

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El joven limpiaparabrisas – Cuento de Miguel González

Cuando el semáforo de Avenida Santa Rosa con Avenida Matta encendió la luz de alto, los vehículos detuvieron su marcha. A esa hora, cerca de las siete, aún no amanecía del todo, la ciudad comenzaba a despertar y ya había personas que caminaban por las diversas calles, algunos dirigiéndose a sus trabajos, otros, intentando sobrevivir.

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Partenogénesis poética – Cuento de Jorge Etcheverry

Ilustración de Darío Cortizo

Mi ausencia estos últimos días no te debería sorprender, es por razones de fuerza mayor. Pero ya estoy de vuelta y te voy a ir dando los antecedentes de todo esto, de a poquito, para que no te asustes. Ya sabes que he estado varios meses en diversos países, a veces por invitaciones que no me puedo dar el lujo de dejar pasar, sobre todo cuando me pagan el pasaje.