I
La mañana empieza
con un fósil
de resina incendiaria.
Chispazos
devenidos
humo
de venidos
hubieses que,
romos,
se han ido
fermentando.
La mañana empieza
con un fósil
de resina incendiaria.
Chispazos
devenidos
humo
de venidos
hubieses que,
romos,
se han ido
fermentando.
cocinar no es un acto difícil si ya has aprendido a llorar
cortas la carne finges demencia y vuelves a penetrar
con el cuchillo
la misma herida zanjada por la sal
limpias tu herramienta prendes el fuego
procuras perfumar el aire chamuscado
Lentamente se aproxima la niebla, ya no posee un lenguaje ni un cuerpo, pertenece a un sueño interminable que se vuelve aburrido y agotador. Ya no puede hacer nada. Lo que no podía llegar a ser ha llegado suscitando una realidad inevitable. Se va a repetir sin saberlo, a la misma edad y con el mismo sentimiento, intentándolo.
Luis camina por la avenida mojada. Vemos destellos de coches y luces húmedas a su alrededor. Huele al azul profundo de una tormenta de verano. De pronto, Luis se pone a bailar.
Conduce el río al caimán. Es cierto, pero corriente arriba,
Eduardo Lizalde
sería peor; conduciría a los dioses que crearon al caimán.
A mediodía el sol reposa sonriente
en el sofá arlequín.
El invierno también trae consigo calor:
uno a uno van llegando,
en silencio o a carcajadas,
los monosílabos de la familia.
Un yo es un tú en un él,
que se multiplica en un ellas,
y en un nosotros y en un ustedes,
en el centro cristalino de la mesa
sobre la alfombra avellana.
Lo conocí en la vereda del Darién. Felipe era joven como yo. Tenía unos quince años cuando aceptó contarme su anécdota. Ese día estábamos sentados en la cama de su cuarto. Yo lo escuchaba con afección. Bebíamos juntos el café. Me hablaba sobre la guerra y la paz de nuestro país. Mientras, las balas tronaban allá afuera en los campos. En lo íntimo, claro que tuve miedo por mi vida. El combate percibido parecía ser aterrador. Eso, el traqueteo de metrallas, no paraba de sonar escandalosamente a lo rayano. Ambos sufríamos la angustia. Menos mal; logré respirar hondo, me controlé con la mente y proseguí en atención con el testimonio de Carlos Felipe.
Detrás del confort
separadas por una institución
esta sí
esta no.
El gobernador nos dirá una vez más que somos parte de un todo
pero ésta sí
y ésta no.
La felicidad estaba ahí, la tenía muy cerca. Palpable, pero inalcanzable. Para él siempre era lejana, ajena. Intocable. La música lo ensordecía, sabía que nunca la bailaría. Le retumbaban sus acordes graves, viejos, gastados, repetidos, mezclados con las risas de los niños, estridentes, agudas, chillonas. Era el tren de la vida que pasaba delante de él y no permitía que se suba, él sabía que jamás conseguirá ese boleto que lo lleve a dibujar una sonrisa.
El otro está allá, al otro lado. Se me enfrenta como lo opuesto, pero en la edad moderna también nos otorga y nos garantiza la existencia como seres conscientes, pero además concretos, materiales: “La autoconciencia es en y para sí, en cuanto que y porque es en sí y para sí para otra autoconciencia”, afirma Hegel en la Fenomenología del Espíritu. En pleno modernismo, Sartre ve a al otro como la mirada que nos enfrenta y nos da consistencia, nos hace existir, pero es a la vez un inevitable testigo que nos condiciona, nos fija en su juicio y se adueña de la imagen que nos define. Ya tan sólo no es el otro el bárbaro étnico y cultural, nómada, que se instala en las plazas de la ciudad y para alimentarse arranca bocados de los animales vivos ante la consternación de los vecinos, según el cuento de Kafka. Las posibilidades del otro se despliegan desde el doppelgänger que es una emanación vaga, el reverso, la sombra de uno mismo, que puede ser la sombra que te niega e invierte, desde tu misma hasta entonces inviolable e irrepetible identidad, hasta el ente satánico que se posesiona de tu cuerpo y vulnera lo más sagrado del yo, que puede perder la unicidad, ya que el invasor puede ser toda una legión. La otredad también nos puede invadir desde fuera, desde un mundo alternativo, pero quizás inverso, reflejo y donde quizás haya una contraparte tuya, la que se refleja en el espejo.
Custodiado entre los oídos
incapacitado para salir ordenadamente por la boca
el caos de gritos,
abarrotado
se hace materia
estruja
estruja
¡rompe!
roto el cráneo
cae al suelo del mundo de los sordos
hace del estrépito de un apocalipsis sónico,
poseída en esta avalancha
seguiré a los cuerdos que aterrados huyen de mi demencia.