“No soy como las demás mujeres, yo no soy complicada”. “Las mujeres son las más machistas”. “Mis peores jefas han sido mujeres”. “Yo me entiendo mejor con los hombres”. ¿A cuántas mujeres hemos oído decir esas palabras? ¿Cuántas de nosotras las hemos pronunciado? Parece haber cierto acuerdo tácito sobre la rivalidad femenina, según el cual, por ejemplo, conceptos como feminismo o sororidad jamás triunfarán. El cine ya ha hecho eco de ello. ¿Hay algo intrínseco en las mujeres que provoca a su mutua destrucción? La crítica feminista tiene su visión alternativa de los hechos. Según las últimas teorías, esta supuesta rivalidad no es sino un instinto de supervivencia en un mundo dominado por los hombres. Dos arquetipos populares en el cine, el principio de la pitufina y la chica cool, son prueba de ello. A pesar de que los términos son recientes, han estado presentes desde los inicios de la historia del cine.
En las primeras películas, el héroe, normalmente un hombre, debía superar todo tipo de obstáculos para conseguir a la chica, lo cual resultaba en divertidos gags cómicos. Incluso en las películas con protagonista femenina, como los cortos de Mabel Normand, la vis cómica se basaba en un hombre persiguiéndola. Buen ejemplo de ello es Mabel’s Strange Predicament (Mabel Normand, 1914), donde Mabel huye del Vagabundo, interpretado por Charles Chaplin.
Los chicos con la norma, las chicas la desviación; los chicos son centrales, las chicas periféricas; los chicos son individuos, las chicas prototipos. Los chicos definen el grupo, su historia y su código de valores. Las chicas existen solo con relación a los chicos.
Katha Pollitt
A medida que avanzó el cine, el mundo del héroe se enriqueció y se añadieron nuevos personajes a su ficción, siendo el del mejor amigo uno de los más importantes. La mujer, sin embargo, siguió sola. En los casos en los que se ha mostrado la amistad entre mujeres, a menudo se ha hecho hincapié en su naturaleza tóxica. Un buen ejemplo de ello es Mujeres (George Cukor, 1993), un filme con un reparto exclusivamente femenino cuya trama, sin embargo, gira alrededor de los hombres, lo cual resulta en peleas constantes.
Este es, en efecto, un mundo de hombres, también fuera de la pantalla. Así lo demostró la revista Elle al eliminar con Photoshop a todos los hombres en las fotos de encuentros políticos. En 1991, Katha Pollit llamó a este fenómeno el principio de la pitufina; como el personaje de ficción, las mujeres en el cine suelen estar solas entre hombres, por lo cual acaban siendo reducidas a la categoría de interés amoroso.
Este objeto de atracción, muchas veces un reflejo de la mirada del propio creador, puede adoptar varias formas. La última moda es la chica cool (o tía guay en España), de actitud desenfadada, con muchas características consideradas típicamente masculinas, pero, al final del día, esencialmente atractiva según los cánones de belleza tradicionales. Es, en resumen, una fantasía inalcanzable. Su función principal no es conseguir que las espectadoras se sientan identificadas con ella, sino que los espectadores hombres puedan aspirar a conseguirlas. Gillian Flynn, autora del superventas Perdida (2012), fue quien acuñó este término para dar nombre a un fenómeno bien conocido por todos.
Ser una tía guay significa que soy una mujer sexy, inteligente y divertida a la que le encanta el fútbol, el póker, los chistes guarros y que eructa, que juega a los videojuegos, bebe cerveza barata, le gustan los tríos y el sexo anal, y se atiborra de perritos calientes y hamburguesas como si estuviese protagonizando la mayor orgía culinaria del mundo, mientras, de alguna forma, consigue mantener una talla XS, porque las tías guays son por encima de todo sexis.
Gillian Flynn, «Perdida»
Pronto, varios medios de comunicación empezaron a usar el término para referirse a protagonistas de comedias románticas de los ochenta y noventa. Uno de los ejemplos más claros, e importante fuente de inspiración para la propia Flynn, es Cameron Diaz en Loco por Mary (Algo pasa con Mary en España, Peter Farrelly, 1998). Lo interesante, sin embargo, es que la chica cool ha estado en nuestras vidas desde mucho antes. Buzzfeed, por ejemplo, relaciona la figura con las flappers y las garçonnes de los años veinte. En efecto, la esencia de ambas figuras es la misma: a pesar de su actitud alocada en contra de las convenciones de género, consiguen enamorar al público con su atractivo físico. Lo que en principio debería ser subversivo consigue ser adaptado por el sistema para, una vez más, convertir a la mujer en potencial interés amoroso.
Según Buzzfeed, este tipo de personaje se popularizó cuando se dio un paso adelante en las libertades de la mujer y, por lo tanto, se tambalearon los cimientos de los roles de género tradicionales. Ya vimos cómo esto contribuyó a la aparición de la mítica mujer fatal, encarnación de la feminidad más peligrosa. Sin embargo, la figura de la chica cool o la flapper ofrece una solución más sutil. Si no puedes contra tu enemigo, únete a él, reza el proverbio.
Así hicieron los cineastas con las flappers en los veinte. Es cierto, actrices como Clara Bow llevaban el pelo a lo garçonne, fumaban, conducían, actitudes impensables para una mujer hasta el momento, pero también eran dulces y, al final, lograban crear una historia de amor tan o más interesante que las ingénues. Lo mismo se podría aplicar a la chica cool, con atributos durante mucho tiempo reclamados desde el feminismo: a las mujeres les pueden interesar actividades consideradas tradicionalmente masculinas, no deben regirse por las estrictas normas de etiqueta impuestas desde que son pequeñas, etc. Irónicamente, estas figuras con potencial rebelde han acabado convirtiéndose en un mero producto de la fantasía masculina.
Aisladas y reducidas a interés sexual, ¿debe extrañarnos que algunas mujeres se peleen entre ellas y desprestigien a las de su propio género para sobrevivir? ¿O debemos ver esto como un intento de ser aceptadas por los hombres y, por lo tanto, sentir mayor “proximidad al poder”, en palabras de Julie S. Lalonde?