Las peleas de gatas (o cómo acabar con la sororidad en Hollywood)

¿Cuántas veces, ya sea en el cine o en la televisión, hemos oído a un hombre pronunciar eufórico las palabras “pelea de mujeres”? Desde los inicios del cine, sex symbols como Clara Bow o Brigitte Bardot han protagonizado este tipo de escenas, algunas de naturaleza casi erótica. En los casos en los que la pelea es más verbal que física, sirven de excusa para el ya conocido argumento de que “las mujeres son en realidad las más machistas”. Sea como sea, es evidente que nuestra sociedad percibe de un modo muy distinto la violencia entre mujeres y entre hombres, lo cual se ve reflejado en el cine.

Ya en 1824 el Oxford English Dictionary habló de cat fight (pelea de gatas) para referirse a una pelea entre dos mujeres; este término fue usado por primera vez en un poema satírico de Ebenezer Mack. A lo largo de la historia, ha habido famosos enfrentamientos y rivalidades entre mujeres; uno de los más conocidos es el de Isabel I y María de Escocia por el trono de Inglaterra. Sin embargo, lecturas más recientes proponen que, más que un verdadero odio de la una hacia la otra, fueron las circunstancias y sus consejeros lo que las obligaron a estar enfrentadas.

La constante del enfrentamiento entre dos mujeres se introdujo de forma temprana en el cine. Lo interesante es el modo en que, aprovechando el aspecto visual del medio, se presentaba: las mujeres que protagonizaban estas peleas eran jóvenes y atractivas, y los enfrentamientos no se veían como algo peligroso, sino casi como un espectáculo. Una de las primeras peleas de gatas del cine aparece en Tabu (F.W. Murnau, 1931), una docuficción ambientada en una isla del Pacífico. Muchas veces, la ambientación en un lugar considerado “exótico” era una excusa para mostrar escenas de desnudez o naturaleza erótica. Un buen ejemplo de ello es la versión de 1934 de Cleopatra (Cecil B. DeMille), en la que dos mujeres se pelean vestidas literalmente de gatas como parte de los espectáculos de la faraona.

No es de extrañar, pues, que estas peleas entre mujeres de carácter casi pornográfico encontraran su lugar en el cine de explotación a partir de los años 50. Ejemplos de ello son Racket Girls (Robert C. Dertano, 1951), que trata sobre el mundo de la lucha femenina, o Black Mama, White Mama (Eddie Romero, 1973), adaptación de serie B de la oscarizada Fugitivos (Stanley Kramer, 1958). Sin embargo, estas escenas no quedaron relegadas al cine de bajo presupuesto. La ganadora del Oscar a mejor película The Broadway Melody (Edmund Goulding, 1929), por ejemplo, tiene una escena de este tipo, enfatizada por el hecho de que sus protagonistas van vestidas con corpiños cortos. En la saga de James Bond hay una escena particularmente famosa en Desde Rusia con amor (Terence Young, 1963), justificada de nuevo por el contexto “exótico”: las que se están peleando son dos mujeres gitanas. Otras escenas icónicas son la de Sangre rebelde (John Francis Dillon, 1932), con Clara Bow, la de Zaza (1923, Allan Dwan) con Gloria Swanson, o la pelea entre Brigitte Bardot y Claudia Cardinale en Las petroleras (1971, Christian-Jaque).

Pero, incluso cuando no hay enfrentamiento físico, no son pocas las películas dedicadas a la rivalidad entre dos mujeres. Algunas de ellas están protagonizadas por actrices de prestigio, como es el caso del reparto de Mujeres (George Cukor, 1939), o de Bette Davis y Joan Crawford, cuya rivalidad transcendió la gran pantalla en ¿Qué pasó con Baby Jane? (1962, Robert Aldrich). Este tipo de películas generan cierta contradicción. Por un lado, ofrecen papeles femeninos interesantes y complejos, y demuestran que las mujeres también pueden aspirar al poder. Por otro, hay algo de perverso en observar a dos mujeres fuertes destrozarse entre ellas. Cabe observar, además, que estas películas son de las pocas en las que hay más de una mujer en el papel protagonista. Por lo tanto, la idea que están transmitiendo es que, si no hablan de hombres, las mujeres solo pueden pelearse entre ellas.

Tal y como apunta Rachel Reike cuando no se ridiculiza el enfrentamiento entre mujeres como algo “erótico y humorístico”, perpetúa el estereotipo cultural de que las mujeres son “excesivamente competitivas las unas con las otras”. O, en palabras de Susan J. Douglas, es el argumento perfecto contra el feminismo, que se apoya en la idea de la sororidad: en realidad no existe tal concepto, sino que las mujeres se destruyen a ellas mismas. Esto se ve traducido en frases que oímos a diario, tales como: “Yo no soy como las demás mujeres, tan complicada”, o “Yo prefiero tratar con hombres, son menos conflictivos”. En cambio, la competitividad en los hombres no es vista como fuente de conflicto, sino como algo natural.

¿Qué se puede hacer al respecto? Películas en las que la rivalidad entre mujeres es el tema principal no tienen por qué ser un producto machista y denigrante, siempre y cuando esta se trate en serio. Muchas veces, el problema no está tanto en el producto, sino en cómo se vende. Películas como Hablemos de Eva (Joseph L. Mankiewicz, 1950) o la más reciente La favorita (Yorgos Lanthimos, 2018) nos presentan a mujeres que disputan lugares de poder en un universo donde todo el mundo aspira con llegar a la cima. Y, por supuesto, no hay nada de machista en mostrar a dos mujeres peleándose, siempre y cuando se trate como un asunto tan digno de ser contado como una pelea entre hombres. Por suerte, los ejemplos son cada vez más frecuentes: Girlfight (Karyn Kusama, 2001), Kill Bill (2003, Quentin Tarantino) o Million Dollar Baby (Clint Eastwood, 2004).

Otro tema importante es que los protagonistas masculinos siempre tienen un amigo en quien apoyarse. En el caso de las mujeres, muchas veces se difumina la amistad con la rivalidad, haciendo hincapié una vez más en que un concepto como el de sororidad es imposible. Géneros como la buddy movie, que glorifican la amistad entre dos hombres, casi no cuentan con equivalentes femeninos. Esto pone de relieve, aún con sus limitaciones, la importancia de conceptos como el Test de Bechdel para darnos cuenta de que, las pocas veces que comparten pantalla, las mujeres raras veces hablan de otro tema que no sean los hombres de su vida, por los cuales suelen discutir. Quizá en estos casos es bueno recordar: “Sisters before misters” o, lo que es lo mismo: “Las hermanas antes que los caballeros”.