La perpetua mirada masculina en el cine

Laura Mulvey acuñó el término «mirada masculina» para hablar del papel activo que han tenido los hombres durante toda la historia del arte, creado por y para ellos. Si hablamos de cine, no resulta difícil pensar en grandes divas de Hollywood. La musa, quien desempeña el papel dictaminado por el creador, siempre ha tenido cara de mujer. Ahora bien, para saber quién tiene el control, debemos preguntarnos: ¿Quién crea en el cine? ¿Quién determina qué creaciones merecen ser llamadas obras de arte? En un mundo de directores y críticos de cine, son los hombres.

Ya se ha hablado en otros artículos del escaso reconocimiento a las mujeres cineastas. Menos atención recibe la disparidad en el mundo de la crítica y la reseña cinematográfica. Según las estadísticas más recientes, el 65% de los críticos son hombres. Muchos pondrán como excusa a esto la reciente incorporación femenina al sector; sin embargo, las mujeres han desempeñado un papel relevante en la crítica desde sus inicios. Close Up, autoproclamada la primera revista en tratar el cine como arte, fue creada por una mujer, Bryher. Y cuando en 1922 C.A. Lejeune empezó a escribir para The Manchester Guardian (ahora The Guardian), las críticas estaban más dirigidas a los empresarios que al gran público. De hecho, ella fue pionera en destacar la importancia de conectar con el público, entonces mayoritariamente femenino. “El cine debe satisfacer a las mujeres o debe morir. La mujer no es estúpida, no dudará en criticar. Será la primera en darse cuenta de las inconsistencias de una producción, del trabajo mal hecho”, escribió en 1926.

Pronto los empresarios entendieron el mensaje de Lejeune. Así, decidieron contratar a redactoras mujeres para escribir sobre los últimos estrenos desde un enfoque femenino. Un ejemplo es Kathleen Mason y su columna Through a Women’s Eye. Mason utilizaba un enfoque psicológico para entender qué podía interesar a una mujer de la época. Según ella, las mujeres necesitaban más películas románticas, ricas a nivel visual, porque suponían una importante vía de escape para “la vida poco interesante que se [veían] obligadas a llevar”. Como Lejeune, no dudaba en enfatizar los importantes beneficios económicos de ofrecer al público femenino películas de su agrado. Por su lado, Iris Barry, redactora en el Daily Mail, reclamaba no solo pensar en el público femenino, sino apoyar a las cineastas. En su artículo “An All-Woman Film” alababa las producciones de Dorothy Arzner, toda una “asociación de mujeres”: protagonizadas por una mujer (muchas veces Clara Bow), escritas y dirigidas por una mujer y con mujeres en el equipo de producción. “Teniendo en cuenta que la audiencia en el cine es un 75% femenina, la colaboración de tantas mujeres a la hora de hacer una película contribuye al interés de todos”, dijo.

Por desgracia, la tarea de estas pioneras no ha sido suficiente para crear un cine con ojos de mujer. Una industria con dos hombres por cada crítica mujer perpetúa la “mirada masculina” mencionada por Mulvey. Un mundo donde solo una mujer ha ganado el Oscar a mejor dirección acalla por completo a las mujeres. El mundo donde nos encontramos está contado por los hombres, quienes crean y nos dicen qué es digno de ser valorado. Estos hombres elevan a ciertos directores a la categoría de genios, e historias donde las mujeres tienen poca o nula importancia, a universales. Así, Cuenta conmigo (Rob Reiner, 1986), protagonizada por un grupo de chicos jóvenes, es un clásico universal. Now and Then (Lesli Linka Glatter, 1995), de temática similar, pero protagonizada por mujeres y un éxito comercial en su momento, ha caído en el olvido.

Este es un mundo donde parece que dar voz a las mujeres sea un favor extraordinario que deben hacer los hombres. Y mejor si no hablan mucho, porque los temas de mujeres no son de interés general. Quizá podemos recuperar las reflexiones de Lejeune, Mason y Barry: las mujeres suponen más de la mitad de la audiencia, ¿por qué deberíamos ignorar sus intereses? Que sus deseos y visión del mundo se vean reflejados en la gran pantalla no es ningún privilegio; es cuestión de sentido común.