«Las mujeres no tienen gracia» y otras viejas historias

Hace unas semanas, Laura Sánchez Vegas, directora del popular local de comedia en Madrid La Chocita del Loro, desató la polémica tras declarar que no contratan a más mujeres porque “su humor es como muy de víctimas o muy feminista” y, en definitiva, “diferente”. Estas palabras remiten a un tópico que persiste con fuerza aún hoy: las mujeres no tienen gracia. No importa cuántas nuevas humoristas exitosas surjan, en el imaginario colectivo, la mujer es incapaz de hacer reír. Si pensamos en los imprescindibles del cine mudo, nos vendrán a la cabeza Charles Chaplin, Buster Keaton, Harold Lloyd, pero ninguna mujer. Si avanzamos en el tiempo, ocurrirá lo mismo: ha habido actrices importantes que han trabajado en la comedia, pero ninguna es percibida como una gran cómica. ¿Por qué han sido apartadas de este género? ¿Podemos afirmar que las cosas han cambiado?

En primer lugar, debemos recordar que sí ha habido grandes cómicas, incluso desde las primeras películas. En la productora de Mack Sennett, considerado el rey del slapstick (comedia física), las mujeres eran al principio apenas una cara bonita para acompañar a los protagonistas masculinos; esto queda claro con las  Sennett Bathing Beauties, un grupo de chicas vestidas con traje de baño que aparecieron en cortos promocionales. Sin embargo, pronto empezaron actrices como Gloria Swanson y Mabel Normand, a quienes se les ofrecieron sólidos papeles protagónicos. Normand, además de actuar, escribía y dirigía sus propios cortometrajes y, junto a su compañero Fatty Arbuckle, creó el mítico gag del pastel en la cara.

Ahora bien, el nombre de Normand, como el de muchas otras, ha caído en el olvido. No ayuda que ella fuera una excepción a la regla, una rara avis, la única mujer en un mundo masculino. Lo mismo le ocurrió a Carol Cleveland, la sola actriz femenina con papeles significativos en Monty Python’s Flying Circus. Cleveland, inicialmente contratada para una escena suelta donde no pronunciaba ninguna palabra, pronto se convirtió en una habitual en la serie gracias a su talento. De hecho, ella misma relata cómo los integrantes del grupo se sorprendieron al descubrir que “era tan ridícula y escandalosa como ellos”. Pero los mejores roles femeninos de la serie estaban reservados para los propios Python, que se travestían para interpretar a señoras mayores. Los roles para mujeres jóvenes y atractivas no resultaban tan interesantes para una actriz, motivo por el cual Michael Palin se disculpó ante Cleveland diciendo que “no eran muy buenos escribiendo papeles para mujeres”. En ningún momento se les ocurrió contar con su ayuda para escribir sus escenas, lo cual, sin duda, habría elevado aún más la calidad de un programa ya mítico.

Antes de analizar otros motivos, no podíamos pasar por alto a las grandes guionistas. No olvidemos que clásicos de la comedia como Mujeres (George Cukor, 1939) o Los caballeros las prefieren rubias (Howard Hawkes, 1953) fueron escritos por dos autoras; Clare Boothe Luce y Anita Loos, respectivamente.

Retomando el caso de Mabel Normand o Carol Cleveland, podemos preguntarnos por qué sorprendió tanto a sus compañeros masculinos su carácter cómico y desenfadado. Esto tiene que ver con los roles de género y con lo que durante tantos años se ha esperado de las mujeres. La lingüista Robin Lakoff ha analizado en su obra las diferencias entre el lenguaje masculino y femenino. Así, según ella, la educación tradicional para las mujeres ha causado que sean menos directas a la hora de hablar, modulando sus palabras con indirectas (“Tengo mucha sed” en vez de pedir una bebida), evitando palabras groseras, pidiendo perdón constantemente o, directamente hablando menos a menudo. Como podemos observar, la grosería y el descaro han caracterizado la comedia durante mucho tiempo. Por lo tanto, la mujer que osara acercarse a aquel mundo, y en consecuencia se alejara del ideal de mujer, podría verse perjudicada.

Lo contrario sucede con los hombres, quienes gracias al humor, asociado a cualidades como el ingenio o la sofisticación, han logrado asegurarse un lugar respetado en la sociedad. Esto ha supuesto una alternativa para quienes no encajaban en el canon masculino tradicional, pero simultáneamente ha excluido a las mujeres de este universo. Tal es el caso que, como demuestra un estudio de la Universidad de Miami, las mujeres aprecian el sentido del humor en los hombres; mientras que ellos prefieren que ellas les rían los chistes. Además, los hombres aseguran valorar el humor en una mujer, pero no cuando ésta es “grosera y cansina”. ¿Qué entendemos por “grosera y cansina”? ¿Serían dichas actitudes juzgadas del mismo modo de haber sido obra de un hombre? En efecto, no es el entorno más acogedor para favorecer la labor de las humoristas.

Por supuesto, las cosas están cambiando. Con cada momento de inflexión social, llega una oleada de nuevos talentos que subvierten los clichés y expectativas establecidos. En los últimos años, uno de estos nombres ha sido Phoebe Waller-Bridge, que con su Fleabag ha demostrado que la comedia escrita por y sobre una mujer puede conquistar a crítica y audiencia. Su humor no es una copia del de otros cómicos; es el suyo, genuino, y funciona.

La generación de Waller-Bridge se debe a sus predecesoras, aquellas que osaron ser descaradas cuando eso resultaba impensable. De entre todas ellas, me gustaría quedarme con quienes Noelia Ramírez apoda “mujeres metralleta”, protagonistas de las screwball comedy durante los cuarenta. Especialmente significativo es que su nacimiento sea paralelo al del cine sonoro. En palabras de Maria Di Battista en Fast Talking Dames, “Cuando el cine encontró su voz humana, simultáneamente, se dio a la mujer estadounidense, como intérprete y heroína, la oportunidad de decir lo que pensaba, […] de tener una voz real, ardiente, sólo una presunción, en su propio destino. Era una posibilidad que se les había negado a las mujeres de la pantalla muda”. Así pues, no les neguemos su voz. Y aceptemos por fin que, evidentemente, las mujeres también saben hacer reír.