Etiqueta: Literatura Mexicana

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Ombligo de escombros perdidos – Cuento de Melissa Tarabay

Para la Sisa, Chalis y Alita de quince, trece y once años respectivamente

La neblina de ese mediodía dijo más acerca de los sentimientos de aquellas hermanas que ellas mismas. Fue en una gran casa azul deslavada, con las paredes carcomiéndose por la humedad del musgo saliendo en las esquinas, donde el silencio retumbó más que la respiración de veinte personas esperando por su llegada; fue en el patio desnivelado, con dos perros ladrándole a los pájaros que merodeaban la jaula abierta para tomar agua y comer alpiste, donde Margarita apuntó a la pequeña Alicia en la casi comisura de su boca e hizo sonar un rifle de copitas; fue en aquella esquina de la mesa rectangular con atole y galletas encima, vestida de manteles blancos con bordados en las orillas, donde estaba sentada Sarita, quien escuchaba al señor Rodríguez dirigiendo sus mentiras fijamente a esos grandes ojos y pobladas cejas. Le decía que pronto aparecería su papá, que no pudo ir tan lejos de aquel pueblo seco y polvoso. 

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En aras de uno mismo – Cuento de Rodolfo Ruiz Vázquez

Pasadas las seis, como cada tarde desde su internamiento, Gil volvía del ala de los permanentes, donde acababa de visitar a Prudencio, locuaz espécimen cuyas tediosas divagaciones soportaba a cambio de un cigarro. Yendo por el pasillo, rumiando aún las palabrejas rimbombantes que adornaban el discurso de su única fuente de nicotina, escuchó una bella música brotando por una puerta entornada. Asomándose, vio a un hombre dormitando en un reposet. Era alto y gordo, lampiño como foca. Su rostro imberbe, cachetón y liso recordaba al de un querubín. Si su fisonomía hablaba de alguien a lo mucho en sus cuarentas, la bolsa con orines que descansaba en su regazo, al lado de una biblia abierta en Mateo 19, le daba un aire de decrepitud. Sobre un buró contiguo a un librero copioso, un gramófono reproducía una sonata para piano.  

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Los Narutos de Schalper – Ensayo de Steff Cárdenas

A propósito de mis casi treinta años, el otro día mientras veía el catálogo del sistema de streaming me di cuenta que últimamente se ha apostado mucho por la animación japonesa, lo cual me hace sinceramente feliz. Fui de la generación que creció viendo Caballeros del Zodiaco, Súper Campeones y La Visión de Escaflowne, sólo por un canal, y si alternabas a la competencia daban Ranma ½, Dragón Ball y Pokemón. Allá por los 90 las televisoras tenían una inclinación por el entretenimiento asiático y era el paraíso, aunque —a riesgo a que me escuche igual que mis tíos de mayor edad— ya nada es como antes. Sin embargo, por aquellos años, recuerdo muy nítidamente cómo las amistades de mi mamá (y algunos familiares) trataban de convencerla de que Pikachu era el diablo disfrazado de amarillo, que Ranma ½ me haría homosexual (nada tuvo que ver) y que las letras de los opening de Inuyasha —que me sabía en español y japonés— eran una forma de adorar a Satán; todo esto desembocó en una cacería de brujas en mi propia casa. Todos mis pokemones (los 150 originales) desaparecieron, mis tres decks originales de Yu-Gi-Oh! (incluyendo el de Kaiba y la rarísima —en realidad era bastante común, pero en la serie mencionaban que sólo había tres en todo el mundo— carta de Dragón blanco de ojos azules) y mi beyblade de Kai Hiwatari (con todo bestia bit) tuvieron la misma suerte. Hubo drama, llanto y enojos, me castigaron por desafiar a la autoridad, y terminé por desarrollar un hábito de ahorro para comprar mis cosas.

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Épica de la semilla || Poema de Diana del Ángel

Ilustración de Paulina Bejos

Lo que sobra es tiempo, me dije,
debajo de estas múltiples capas
de firmes células palisades y protector ácido palmítico;
al resguardo del pretoriano aceite de colza
ningún hongo me aquejará, lo sabía.
Si alguna bacteria lo intentó,
se perdió en el microscópico laberinto
del escolta pericarpio que me envuelve.
Soy una fortaleza minúscula, pero infranqueable.
Tiempo es lo que me sobra, me dije. 
El Holoceno apenas comenzaba.