Épica de la semilla || Poema de Diana del Ángel

Ilustración de Paulina Bejos

Lo que sobra es tiempo, me dije,
debajo de estas múltiples capas
de firmes células palisades y protector ácido palmítico;
al resguardo del pretoriano aceite de colza
ningún hongo me aquejará, lo sabía.
Si alguna bacteria lo intentó,
se perdió en el microscópico laberinto
del escolta pericarpio que me envuelve.
Soy una fortaleza minúscula, pero infranqueable.
Tiempo es lo que me sobra, me dije. 
El Holoceno apenas comenzaba.

Me sumí en un sueño no sueño
entre almidones y azúcares varios,
poliinsaturado y dulce reposo de siglos.
Cálidamente dormí,
sola e impenetrable,
segura siempre.

No estaba lista entonces.
Nunca temí perecer mientras.
Esperar es mi arte.
El Holoceno apenas comenzaba:
en la India los reyes escogían el granito para preservar sus fortalezas,
los árabes derrotaban a los bereberes
y arribaban a la península ibérica,
un complejo volcánico hacía erupción
al otro lado del globo
y el latín estaba desplazando al griego
en una porción de mundo que desconozco.

En mi sueño no sueño
presentí los temblores por venir,
sospeché las galerías cavadas por las incansables lombrices
y el tiempo fue la música de las hojas al caer.
Escuché a los monjes ir y venir,
agacharse,
recolectar un fruto,
sembrar sus intenciones,
y alejarse con sus mantras entre labios,
que el Buda de Jade escuchó
sumido en su reinado de piedra.

En mi sueño no sueño
me soñé ser niña y guerrero al mismo tiempo,
me soñé árbol, cactácea y elefante,
me sentí paladeada entre arroces sazonados por la cúrcuma,
vi mi rizoma, en polvo y en la cantidad adecuada,
detener el sangrado en la nariz de un niño
y aliviar el dolor del estómago de un viejo.
Imaginé mi suerte inflorecida,
vuelta harina para el pan de una familia;
me soñé otra vez humana, estrella, mosca simple y eterna.

Soy la flor sagrada entre lo sagrado
porque en donde Buda niño dio sus primeros pasos
nacieron mis ancestras.

En mi sueño no sueño sentí
cómo las aguas del lago Xiopaci
se sumieron en un viaje sin retorno hasta el centro del planeta,
en su lugar nació una capa de tierra:
me acurruqué en el tibio polvo.

Y sentí cómo llegaron los manchures con su ajena lengua,
cómo los expulsaron y cómo volvieron.
Sentí pasar la guerra ruso-japonesa por encima.
Escuché a lo lejos el mar: su rumor,
que no sentiré en la cáscara
y que mi labor de semilla nunca penetrará en su ascenso por la luz.
Sentí, pues, que casi me llegaba la hora.
Desperezarse de un sueño tan profundo no es difícil
para quien lleva toda la vida esperando.

El lado oculto de la espera es la reacción.
Sentí la presencia de Ichigo Oga, cuidador de lotos,
y supe que mi hora estaba cerca,
no hay plazo que no llegue
ni caos que no amanezca.
Él me llevó entre las muestras recolectadas,
corría el año de 1951,
la tierra en que dormía se llamaba ahora Pulandian,
en la provincia de Liaoning, China,
antes de que Mao decretara hacer cultivable mi cuna,
mucho antes de que se convirtiera en centro turístico.
El Holoceno continuaba:
los reyes de la India habían muerto,
los árabes habían sido expulsados de la península ibérica,
el complejo volcánico dormía al otro lado del globo
y dos siglos antes, Linneo me había rebautizado
Nelumbo nucifera
en una lengua no más hablada
en esa porción de mundo que desconozco.

Eso apenas fue el principio
de mi pausado camino a la luz.
Dr. Lotus me entregó a la doctora Mary Beth.
Supe entonces que mi tiempo se acercaba.

Conocí el mar y Estados Unidos;
conocí es un decir, porque seguía en mi sueño no sueño.
Fui transportada en un contenedor de vidrio,
envuelta como piedra preciosa
entre gasas y algodones desinfectados.
Viajé kilómetros y kilómetros por tierra y aire
volé por encima del agua,
lo sé, es un decir, pero, ahora que mi tiempo casi llega,
déjame sentir total agente de mi historia.
Volé, decía, por encima del mar Atlántico,
del sueño chino al sueño americano,
de mi sueño de semilla al de los dreamers porvenir.

Mentiría si te digo que fui a Hollywood,
en cambio, conocí muy bien el laboratorio
donde hombres de bata blanca me pusieron
sobre el lago más patético que haya visto.
Una especie de contenedor metálico cuadrado
del que caía un chorro de agua.
Nos aventaron a varias semillas
sólo algunas flotamos:
aprobé contenta el buoyancy test.

Después tomaron,
con precisión y cuidado,
una pequeña parte del pericarpio que me envuelve.
Me sentí defraudada
al ver con qué facilidad
cortaron mi férrea frontera
de capas impermeables y ácido palmítico.
Una suerte de espada mínima y filosa
traspasó mi verde carne;
el espectrómetro molecular arrojó:
1288 años radiocarbono.

¿Qué son años?

Entonces mi plúmula
sintió el llamado,
es un decir,
quiso la luz,
más exacto,
se abrió paso entre los cotiledones.

Quiso la luz del sol,
pero también la de la cámara que me fotografió:
flor pura transparencia rosa,
para una revista importante
antes de que mi día se agotara.  

Casi tres mil años esperando a que las condiciones fueran propicias.
Atravesé mi membrana,
dos continentes, el mar e innumerables puertas.
Ante el asombro de los científicos,
crecí robusta,
así dijeron: “robusta”.

No estuvieron los monjes para celebrar mi fugacidad
en su lengua perfecta y sagrada,
pero quizá me contemplaron,
junto con Buda y los millones de lectores de Life, página 60,
entre un anuncio de ollas de vidrio forjado,
que preservan mejor los alimentos,
y otro, de relojes eléctricos,
adaptables a cualquier parte de su casa.

***

Autora: Diana del Ángel. Escritora y defensora de derechos humanos. Doctora en Letras con la tesis Cuerpos centelleantes. La corporalidad en la obra poética en la obra de Rosario Castellanos, Enriqueta Ochoa y Margarita Michelena. Ha publicado Vasija (2013), Procesos de la noche (2017), Barranca (2018) y artículos en diversas revistas y medios digitales. Miembro del Seminario de Investigación en Poesía Mexicana Contemporánea desde octubre del 2016. Ha sido becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas de 2010 a 2012 y del FONCA, en su programa de residencias artísticas. Obtuvo la primera residencia de creación literaria Fondo Ventura/ Almadía. Desde 2002 hasta 2017, formó parte del taller “Poesía y silencio”. Algunas de sus traducciones del náhuatl al español han sido publicadas por la revista Fundación.  Recientemente fue seleccionada para formar parte del IWP (International Writing Program), a realizarse en la Universidad de Iowa en  2021.

Ilustradora: Paulina Bejos (CDMX, 1998). Estudia la carrera de animación cinematográfica en la Escuela Superior de Cine.