Etiqueta: Escritores jóvenes

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Bingo, el payaso – Cuento de Amado Salazar

—¡Daaaamas y caballeros! ¡Ésta es la primeeera llamadaaa! ¡Primeeeera llamadaaa! —resonó por las bocinas la voz afelpada del maestro de ceremonias.

En su remolque destartalado, Carlos oyó el anuncio y revisó su reloj: apenas le quedaba tiempo para arreglarse. Desganado, se levantó de su catre oxidado y buscó su rostro en el espejo. Su reflejo lo tomó desprevenido: no se reconoció a sí mismo, a esa maraña de arrugas que lo miraba al otro lado, como desaprobándolo, desde la severidad de sus ojeras.

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Campeón viejo – Cuento de Ismael Mendoza

Recuerdo bien al viejo. Sentado en su rincón, inmóvil, ausente. Estatua de cobre que respira. Nudillos hinchados, cicatrices abultadas y un ojo ciego. Reposaba entonces en su banquillo como tanto tiempo atrás, esperando el siguiente campanazo, con el cuerpo inclinado hacia adelante, como ansiando salir para poder saber si aún quedaba algo de lucha en sus cansadas piernas. Gruñía, refunfuñaba y se quejaba. Sobaba sus costillas maltrechas intentando sacarles un golpe que hace mucho dejó de estar ahí. Luego apretaba sus nudillos doloridos e hinchados, pasaba la mirada por las cicatrices de sus manos mientras hacía recuento de qué fractura llegó en qué pelea y cerraba sus puños con fuerza para hacer crujir sus articulaciones. 

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Patio – Poemas de Dante Vázquez M.

Todos tendemos a hacer que la representación del mundo que nos rodea sea la más cercana a nuestros deseos, necesidades e ideas.

Giorgio Nardone

I

A veces un lugar olvidado,
a veces un baúl de juegos,
a veces un refugio soleado,
a veces un ataúd de egos.

Hay pasos marcados y caídas
abruptas e intencionadas
sobre el concreto resquebrajado,
ayeres raspados de las rodillas.
Hay recuerdos rojo escarlata,
núbiles gallinas degolladas,
corriendo desesperadas
por vivir, por impulso, por inercia.

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El arenero – Poema de Edis Namar

Esta maldita circunstancia
de echar raíces en tierra yerma,
de reconocer en sus grietas
los surcos de las manos.
La desoladora certeza
de que los laberintos
no contienen el cosmos.
La fe en la simetría,
como si se escucharan pasos
al otro lado de los muros,
como si tras los pisos
manara el filo de los clavos,
como si nuestros rastros
deambularan en el arriba
de otra parte fantasma.
¿Acaso somos transparencias
monstruosas dentro del ropero,
los hologramas espectrales
de una dimensión superpuesta?

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Alergia || Cuento de Melissa Tarabay

No siempre me he sentido cómoda en la casa que habito. A lo largo de esta mediana vida, me he mudado con mis maletas y colchón de cama unas doce veces, sola. He estado en cuartos que me ocasionaron urticaria en la piel debido a la humedad que se estancaba en sus esquinas; estuve en un departamento donde me trataron como una pequeña rata gris, no sabía que me estaba metiendo en un nido de cucarachas; también caí en una casa de asistencia en medio del bosque, y ahí tuve que repartir mi corazón en más de tres pedazos; y a los dos años me fui a una vecindad donde me cambié de departamento tres veces.

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De este lado || Cuento de Alan Rolon

Acá la frontera quedó marcada por el río que cortaba en dos a La Boca, según la firma de unos tipos que no vinieron sino hasta mucho tiempo después de que dispusieron tal orden. Amanecimos un día con la noticia, y al principio no nos significó nada, sólo nos sorprendió ver un montón de gente llegando en camionetas enormes e impecables. Después, cuando algunos de nosotros quisimos cruzar el puente como de costumbre, nos dijeron que no se podía. Ahí empezaron los problemas y los malentendidos. Ellos no comprendieron nuestras razones, y mucho menos nosotros las suyas. Los comuneros aparecieron y dialogaron toda la tarde con esas gentes que decían venir de la capital, que mencionaron que la jurisdicción sería por ahora federal, pues nos habíamos convertido en frontera.

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«La noche sin nombre» || Reseña de Marco Antonio Toriz

Hiram Ruvalcaba (Ciudad Guzmán, Jalisco, 1988) es un escritor de oficio notable. Este libro de reciente publicación, que mereció el Premio Nacional de Cuento Joven “Comala” 2018, es prueba suficiente. En La noche sin nombre, Ruvalcaba demuestra su capacidad para narrar historias terroríficas que no requieren de elementos fantásticos: su poética radica en hacer de lo cotidiano algo extraordinario. Así pues, presenta situaciones que resultan aterradoras, precisamente, por su cercanía; es decir, son historias que podrían ocurrir en realidad (a nosotros mismos, a un familiar o al “amigo de un amigo”): un descuido en la carretera que resulta fatídico, una llamada que detona un recuerdo, un episodio momentáneo de celos…