Me acuerdo de cuando fui repostera, la primera vez que hice flan me quemé el brazo izquierdo con caramelo. Todavía tengo la cicatriz.
Me acuerdo de que el ombligo es una cicatriz.
Un panorama de amplio espectro en torno al fenómeno de la palabra escrita
Me acuerdo de cuando fui repostera, la primera vez que hice flan me quemé el brazo izquierdo con caramelo. Todavía tengo la cicatriz.
Me acuerdo de que el ombligo es una cicatriz.
La infancia: aquella fue una edad mirífica,
de aromas inolvidables y dulces juegos,
al arrullo de una voz misteriosa
que desde el follaje nos llamaba al atardecer.
Nunca conocimos del todo aquel país,
pero la fragancia salutífera de los eucaliptos
y aquel leve temblor de una brizna de hierba
entre nuestros dedos infantiles,
nos conducían por azules senderos nocturnos,
entre seres luminosos
de lentos párpados vegetales.
Después, nos dispersamos sobre la faz de la tierra.
En sus áridos caminos
nunca hallamos esa dulce vibración del viento
entre la seda mágica hilada por árboles fragantes.
Voces. Sombras.
Huellas de una luz perfecta
extinguida hace mucho tiempo,
y el comienzo de una esperanza,
en el débil fulgor
de esa llama declinante
que se agita
en el abismo de la memoria.
Al decir casa pretendo
Guadalupe Amor, Yo soy mi casa
expresar
que casa suelo llamar
al refugio que yo entiendo
que el alma debe habitar.
“Entendí que yo era mi casa, mi adiós y mi bienvenida”, reza una de las primeras líneas incisivas de Cerezas en París (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2022), novela corta escrita por Magali Velasco. En efecto, es posible reconocer la búsqueda interpersonal de Montserrat Montero, la protagonista, que recae en la presencia del yo como recipiente de los acontecimientos narrados. Si la casa, en palabras de Pita Amor, es el refugio del alma, Magali Velasco nos ofrece en el libro no sólo el amparo de su personaje, sino también un refugio para el rompecabezas de la incompletitud humana encarnada en una voz femenina.
En 2016 visité el Espacio Memoria y Derechos Humanos (Ex ESMA) en Buenos Aires, Argentina. ESMA fue uno de los centros de detención, tortura y exterminio durante la dictadura. Recuerdo que al final del recorrido la guía nos preguntó si alguien quería decir algo. La mezcla de afectos me desbordaba para decir cualquier cosa, así que sólo conseguí agradecerles. Ella me puso la mano en el hombro, consciente de que estaba a punto de llorar; me dijo a mí y al resto del grupo de visitantes que ésta era la manera en que les gustaba hacer memoria.
Antes de que nos olviden
Caifanes, “Antes de que nos olviden”
Haremos historia
No andaremos de rodillas
El alma no tiene la culpa
Los primeros dos recuerdos de mi vida son del cuarto en el que vivíamos en Veracruz. Aparecen en mi mente como dos nubes y las lluevo en un margen de dos punto cinco, con Times New Roman, para que no se me olviden: el primero soy yo saltando en la cama y después cayéndome y golpeándome la cabeza; el segundo, mi mamá y yo en el marco de la puerta, esperando que los policías se vayan para huir al Distrito Federal. Pero está un recuerdo en particular que no tengo que escribir para recordarlo, sino que se me viene a la mente cada cierto tiempo y me hace llorar de la indignación.
Cerca de quinientas pintas sobre la base del Ángel de la Independencia en la Ciudad de México enmarcaron con aerosol y al centro del monumento la frase “México feminicida”. Cuerpos “clandestinos”, “ilegales” y colectivos ejercieron en el espacio público el derecho a la expresión del descontento, la furia y, como diría María Galindo, “a las compañeras del martillo en mano, comparto su pulsión destructiva”. Tanto la intervención feminista al Ángel de la Independencia en el mes de agosto, como otras ocurridas en noviembre del mismo año, llamaron la atención de la prensa nacional e internacional con encabezados del tipo “2019, el año en que la ola feminista sacudió a México”.
La memoria es una piedra,
guarda pero se desgasta,
resiste al sol
resiste al viento
resiste al agua
hasta que el río con fuerza la atraviesa.
En cada espacio se cuela
la somete
la raspa
la reduce.
Y sólo quedan las sobras.
Lisa es la memoria, compacta.
Reúne el tiempo que la formó,
la resistencia a las risas,
a los adioses,
a los silencios.
Es la zozobra, testigo de lo efímero.
Es una piedra —memoria—
para guardarla en el bolsillo.
Adj. diáfano: transparente, translúcido
El campo de la crítica de arte feminista se ha encargado de desafiar la memoria que la Historia del Arte ha instaurado en nuestro imaginario. Una intervención feminista a este ámbito siembra nuevas líneas que ayudan a comprender con profundidad los silencios más ruidosos de nuestra cultura. La memoria se agrieta —y acciona— ante la crítica feminista, una intervención —parafraseando a Griselda Pollock— contribuye a las luchas de las productoras de nuestro tiempo, excede la preocupación local sobre la “cuestión femenina” y pone al género en una posición central dentro de los términos de análisis histórico. En este texto propongo una curaduría/genealogía feminista que active, critique, desoriente y manoseé una noción traída de la Historia del Arte: el action painting. La intención es destacar una serie de intervenciones feministas a la noción de action painting a partir de la selección de obras y prácticas de performance de mujeres en Latinoamérica y Norteamérica de los años setenta del siglo XX hasta la actualidad, con sólo un objetivo, el de tantear posibles formas para comprender y resignificar un fenómeno de la historia reciente en México: las pintas feministas.
En el refugio se respira un aire viciado de carencias. La expectación va abriendo grietas en el muro. Hay filtraciones también o flujo de fantasmas. Escuálidos principios medran entre sombras y las linternas abren boquetes de insoportable luz. Tenemos preparado el cloro, los alimentos envasados con tripa de centuria y hambre encapsulada en ampollas de vidrio. Uno de nosotros gime algo y los gemidos tienen resonancia más allá de los cuerpos. El nuestro es un refugio donde no llega el sol, una especie de cárcel sin salida; tú bajas a su fondo, saltas las horas como un atleta del peligro, del miedo que apetece, del placer que se acaba.