Yo soy mi casa: “Cerezas en París”, de Magali Velasco

Al decir casa pretendo
expresar
que casa suelo llamar
al refugio que yo entiendo
que el alma debe habitar.

Guadalupe Amor, Yo soy mi casa

“Entendí que yo era mi casa, mi adiós y mi bienvenida”, reza una de las primeras líneas incisivas de Cerezas en París (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2022), novela corta escrita por Magali Velasco. En efecto, es posible reconocer la búsqueda interpersonal de Montserrat Montero, la protagonista, que recae en la presencia del yo como recipiente de los acontecimientos narrados. Si la casa, en palabras de Pita Amor, es el refugio del alma, Magali Velasco nos ofrece en el libro no sólo el amparo de su personaje, sino también un refugio para el rompecabezas de la incompletitud humana encarnada en una voz femenina.

Montserrat Montero se muestra a lo largo de la narración como un personaje en continuo desarrollo, capaz de llevarnos hacia sus adentros y hacia todo aquello que la constituye: su nostalgia, sus recuerdos, sus angustias, sus miedos, sus pasiones, sus tristezas, sus amores. Cada suceso gira alrededor de nuestra protagonista, cuyas relaciones complejizan su desenvolvimiento en toda la anécdota. En la bienvenida, Montse nos introduce en una antigua casa en Xalapa, Veracruz; en el adiós nos revela el cierre de su propio proceso de adhesión a una nueva realidad. 

Varios son los temas transversales que recorren toda la historia, aunque destacan tres: la familia, el amor y la individualidad. A pesar de lo recurrentes que son estos ejes en la literatura, Cerezas en París no se construye desde los lugares comunes, sino que explora estos temas a partir de diferentes posibilidades en los vínculos de Montserrat. En palabras de Élmer Mendoza, quien firma un refrescante posfacio para esta edición, la protagonista es un “personaje aglutinante, una mujer dividida en momentos, huérfana, amante bisexual, con un aborto, diseñadora de joyas”; además “ama a un hombre y vive con otro”, está “poblada de recuerdos y no sabe qué hacer en cuanto a la venta de la casa donde creció bajo el cuidado de su abuela Celia”. 

Esta enumeración —que podría presumirse como apresurada en primera instancia— en realidad sintetiza los elementos clave de toda la historia abordada por la escritora. A pesar de la multiplicidad de sus ejes, la novela fluye con gran desenvoltura, además de mantener la tensión narrativa que oscila entre el pasado y el presente de Montserrat. El manejo de los ritmos, así como sus descripciones, demuestran el pulso firme y seguro de una Magali Velasco que recién devela la manufactura de su ópera prima en Cerezas en París.

La novela corta como género literario requiere de un manejo quirúrgico del conflicto ficcional. Resulta complejo mantener una tensión constante sin caer en una extensión de los acontecimientos innecesaria o incluso abandonar el propio conflicto medular. La autora logra solventarlo gracias a la concentración de la narrativa en el desenvolvimiento progresivo de un personaje que puede conocerse a cabalidad de inicio a fin. Es decir, no hay un punto culminante en su crecimiento, sino una constante evolución del personaje que permite involucrarse en la historia con mucha facilidad, de modo que resulta sencillo identificarse con las emociones de la protagonista y en el reconocimiento de sus experiencias. Asimismo, se acentúa su manejo de los elementos centrales en la anécdota, pues no se detiene a contemplar figuras intrascendentes en la historia. Basta con sugerir, por ejemplo, el motivo de las ausencias materna y paterna desde la infancia de Montse; caso contrario a su abuela Celia, cuya presencia se muestra cargada de mayor emotividad y afecto.

Los personajes son verosímiles y estilísticamente cuidados. Su narrativa transcurre con liviandad entre personajes jóvenes, ambientados en la ciudad de Xalapa durante la década de los 90. En la obra cobran vida Montserrat y su hermana Bárbara, pero también María —una chica argentina cercana a Montse—, Diego —el amor de su vida— y Allan —marido de la protagonista—. En este tridente se manifiestan las “contradicciones absurdas”, en palabras de la autora, vinculadas a las relaciones amorosas de Montserrat: “Pensó en Allan y su amor por ella, en Diego y su amor por sí mismo y en María y el amor mutuo”. La presencia de cada uno condicionará el desarrollo de Montserrat e influirá en su proceso de maduración. Sus pasados amorosos permiten establecer una conexión directa no sólo con quien es Montse en el ocaso de sus veintinueve años, sino también con el hogar de su infancia: la antigua casa de Xalapa, perteneciente a sus padres y sus abuelos.

Este vínculo, enteramente espacial, encuadra la historia de principio a fin. En un inicio, pareciera que Cerezas en París presenta el desenlace de una vieja casa en Veracruz; sin embargo, con el correr de las páginas puede descubrirse que el hogar para Montse es también el centro de sus recuerdos y sus experiencias con todos los personajes involucrados. El sentimiento de orfandad no sólo se genera desde la pérdida de los bienes o de los padres; más bien trasciende al abandono y la decadencia de un espacio físico, terrenal, así como el distanciamiento de una realidad desvanecida en el pasado. La venta de la casa y su consecuente alejamiento representa, en cierta manera, la pérdida de una identidad construida desde los recuerdos. Bien se afirma en la novela que “el duelo es la tristeza sublimada, aspira a la calma de haber renunciado al ser perdido”.

Esta incompletitud, heredada incluso desde la pérdida familiar, se replica en la ausencia de la maternidad, en ocasiones incluso renegada. El aborto, magistralmente descrito, también está presente en más de una ocasión en la historia. En este sentido, no se muestra una visión morbosa o inverosímil, sino realista, compleja, humana y dolorosa. El sentimiento de quebranto tiene la capacidad de impactar al público lector por su amplia sensibilidad descriptiva. Cada acción —de esta escena y de todas las demás— se presenta detallada, congruente con el estilo depurado de la autora, por lo que resulta sencillo establecer un pacto de lectura empático hacia la protagonista y los demás personajes.

Cavé lo más que pude. Antes de posarlo, besé el bultito. María regresó con una veladora y me dijo que cortara flores de la buganvilia, no entendía para qué, ella insistió, decíle que busque la luz, dale, pide perdón, que lo encontrarás después. Y cuando lo hice me di cuenta de lo que realmente estaba sucediendo, me rompí. Comenzó la llovizna.

Magali Velasco, Cerezas en París, UANL, p. 109

Sorprende gratamente la amplitud de situaciones creadas por Velasco. En el libro puede disfrutarse desde algún contacto sexual, hasta la antes mencionada escena del aborto, una reunión bohemia, una vaga remembranza, el trauma de una violación y escenas catárticas en el reconocimiento de Montserrat. Los registros de la autora ofrecen pinceladas bien elaboradas de los distintos momentos entre los protagonistas. Acaso lo más irreal de Cerezas en París sea la presencia fantasmal de ciertos personajes fallecidos o ausentes; no se conciben como factores pretenciosos o fantásticos, sino como un recordatorio del pasado constitutivo de nuestra protagonista, trascendente a los espacios físicos y al presente en sí mismo.

Cerezas en París no es una narración común. Todo lo contrario: la primera novela de Magali Velasco envuelve por su flexibilidad para contar la anécdota de una mujer capaz de vivir “a partir de sí misma”, tal como afirma Élmer Mendoza, al tiempo que expone nuestra incompletitud humana. Si bien la autora afirma sobre su protagonista que “la suya no era más que otra historia de familias extintas, tan parecida a otras en las que sus árboles genealógicos se encogen como bonsáis”, lo cierto es que Cerezas en París se erige exitosamente como un ejercicio literario más que bienvenido en la casa de la literatura mexicana contemporánea. 

Si deseas conocer más sobre el hogar de Montserrat, puedes adquirir un ejemplar de esta novela corta a través de la Editorial de la UANL.