Querida abuela:
¿Cómo estás? Yo extrañándote, espero que vos no me olvides. Cada día, a las cinco de la tarde te recuerdo. Pienso en el ratito que pasaba a visitarte y me recibías con mate y bizcochitos de grasa amasados por vos.
Dosier trimestral de creación y crítica
Querida abuela:
¿Cómo estás? Yo extrañándote, espero que vos no me olvides. Cada día, a las cinco de la tarde te recuerdo. Pienso en el ratito que pasaba a visitarte y me recibías con mate y bizcochitos de grasa amasados por vos.
Cuando me aumenten las penas
Violeta Parra
Las flores de mi jardín
Han de ser mis enfermeras
Durante sus últimos días, mi
abuela perdió toda conciencia del
tiempo y del espacio.
Es verdad, no se lo puedo ocultar a nadie: yo vivo en la puta calle, vivo en la perra miseria. Llevo más de siete años de estar sufriendo en este aquietado pueblo de Murimá. Escasamente tengo el vicio del bazuco que se me queda aplastado contra la cara. Por eso, por esto duro, me ha tocado tragar hasta gallinas podridas. Así de mal. No soy sino un pordiosero, quizá un poco culpable de las faltas que antes de chanda cometí. Ya por cierto experimento los rudos tiempos de la vejez mientras sigo sin una tumba en donde no puedo acabar de morirme. De estos restos me mantengo vestido con un traje gris. Así que me sé sucio y mártir. Pero no puedo quejarme de esta penuria mía. Me resulta clara toda la inopia íntima, que admito por esta perdición individualista. En sí, me soporto las ofensas de la gentuza callejera porque sé que he cometido muchas perversiones, desde cuando comencé con los desvaríos de mi juventud, ahora más que pérdida. Y es bueno confesarlo como es prudente aceptarlo; sin querer buscar las evasivas, estoy abatido.
En el lugar más distante,
entre sombras y alucinaciones,
se descubre un espacio.
No poseía cosas,
estaba congestionado de historias.
—¡Daaaamas y caballeros! ¡Ésta es la primeeera llamadaaa! ¡Primeeeera llamadaaa! —resonó por las bocinas la voz afelpada del maestro de ceremonias.
En su remolque destartalado, Carlos oyó el anuncio y revisó su reloj: apenas le quedaba tiempo para arreglarse. Desganado, se levantó de su catre oxidado y buscó su rostro en el espejo. Su reflejo lo tomó desprevenido: no se reconoció a sí mismo, a esa maraña de arrugas que lo miraba al otro lado, como desaprobándolo, desde la severidad de sus ojeras.
Me gusta pensar que no me repudian,
es mejor creer que las cordilleras del tiempo
se desgajaron sobre los párpados de mis hijos.
Ayer… ¿Qué pasó hoy?
Lo único que te une al pasado son las memorias,
los recuerdos de un déjà vu vivido.
Sin ellos atándote,
es como entregarse a la Muerte;
sin memorias que sustenten tu vida,
es como suspenderse en la Nada.
Don Pablo dormitaba en la mecedora, instalada bajo el amplio alero de la vieja casona. Por la galería corría un poco de aire fresco, que resultaba agradable, para contrarrestar los efectos de la tarde veraniega. La calma, obligada por la intensidad del sol, se había adueñado del jardín y sólo podía oírse un vago rumor de hojas y algún insecto, que trajinaba a la sombra de los arbustos.
Porque la vida se me va a ir,
cuando ya sea menos,
y no recuerde leer,
y no recuerde escribir
miraré el cielo,
con sus estrellas y sus nubes
y lloraré sin saber el por qué lloro,
y algo dentro
me señalará con su dedo acusatorio
sin saber
todo el tiempo que perdí
leyendo todos los libros
que olvidé
y todos los cielos
que dejé pasar
para más tarde,
y la muerte vendrá
y seré yo el que le suplique
que me lleve
con ella.