Autor: Primera Página
El verdugo de los sueños – Cuento de Consuelo Figueroa
Siempre había un “NO“ bien argumentado. Lo decía con tanta facilidad, que parecía nunca cansarse del mismo monosílabo: ¡no!, ¡no!, ¡no! ¡No hay vacaciones este verano! ¡No puedes darte el lujo de comprarlo! ¡No es una buena idea! ¡No necesitas seguir en la escuela! ¡No!, ¡no!, ¡no!
Achachay – Microrrelato de Clara Pavón Cañariz
Achachay, se le escapó en un suspiro. Cerró los puños y tomó una respiración profunda. Su padre le había enseñado la importancia de las palabras. Tonto, cuando lo encontraba leyendo, shunsho cuando acariciaba a las vacas, puta el segundo nombre de su madre.
Huellas y voces – Poemas de Verónica Schennel
Nostalgia
Poemas que eran para el alma
se desvanecieron en el viento de tu desinterés.
Se marchitaron como rosas en el tiempo,
quedando en el abandono y el olvido.
Credo – Poema de Miguel Ángel Zamora
Creo en ti, padre,
que examinas el vientre de los automóviles con las manos manchadas de grasa,
que tallas la madera con una hoja de afeitar con esas mismas manos de lobo doméstico
con la piel ya gastada y los pulmones vacíos como globos deshinchados y rancios
de tanto fumar a escondidas,
un hombre libre, ¡el orgulloso domador de los caballos!, reducido a ocultar el tabaco en el lavabo.
Creo en el hombre que me miraba con sus ojos marinos encerrados tras los cristales de
unas gafas de sol de los años setenta,
el que me abofeteó hecho fuego porque me atreví a pronunciar su nombre, un dios
colérico,
un hombre con una hoguera ardiendo en los puños,
con la fuerza de un cuarto ángel
y las alas arrancadas a mitad de vuelo,
perplejo por no saber nunca lo que estaba ocurriendo,
prisionero al fin de su propia piel.
Creo en ti, padre, el último de los cadáveres, cadáver hoy también tú mismo y cadáver
ya en vida,
nunca más que la fotografía del carnet de un hombre sonriente sin valor ahora
cuya sonrisa última ha quedado congelada en el ámbar de esa tarjeta que sostengo en
las manos.
El pintor – Cuento de Miguel González Troncoso
A través de la ventana del dormitorio ubicado en el segundo piso, Bartolomé, de ocho años, miraba atentamente al hombre que caminaba en dirección a la casa llevando al hombro una escalera.
Cuando sonó el timbre salió de su habitación y bajó tímidamente a la cocina, donde su madre daba instrucciones al recién llegado.
Perros de baldío – Cuento de Mariana Alcántara Lozano
Ilustración de Rubén Ojeda Guzmán
Qué tristes y polvosos son esos perros que viven en los baldíos. Siempre en grupos de tres o cuatro, casi nunca hay más porque con facilidad se detona la violencia y terminan matándose de forma brutal entre ladridos, gruñidos, aullidos y jadeos intermitentes. Ahí están ante el sol inclemente arrebujados en puñados en las ínfimas sombras que va dejando el día, siempre adormilados, mosqueados y rascándose, parecen perdidos, pero no están tanto. Atacan intempestivamente a cualquier otro perro o persona que los toque fortuitamente, con una dosis de la naturaleza violenta y salvaje con la que han curtido sus pieles. Los perros de baldío son nocturnos casi siempre en ausencia del calor y la rasquiña que subleva los bochornos del sol, salen a pasear con mayor ligereza, sin ese letargo infinito que provoca el calor y la deshidratación. Por la noche buscan alimento en la basura o en los restos de los puestos de comida que tiran migajas, llenando casi nada esas panzas vacías, ruidosas infestadas de lombrices. Estos perros van juntos y si se separan no van muy lejos uno de los otros, pues saben de los peligros que implica vivir entre humanos, esa especie ruin que los golpea, los usa para pelearlos, vejarlos o desquitar su propia rabia, esos que día con día los desprecian y ahuyentan de todos los lugares en los que intentan resguardarse. Los humanos representan lo peor, pero también representan el sueño de una vida mejor. Por generaciones han oído el mito del amo, del amoroso dueño. Sus orejas gachas y mordisqueadas, infestadas de garrapatas y ácaros, han escuchado el rumor de que existen algunos humanos capaces de tener actos amorosos, de proporcionarles casa y sustento durante toda su vida, otorgándoles el valioso privilegio de vivir en su manada. Cuentan que es tanto el amor que sienten por los perros que cuando mueren sufren su partida con gran dolor y tristeza, dicen que algunos no lo superan nunca. Esos humanos, los amorosos, les dedican poemas, novelas, retratos, fotografías y disciplinas especializadas para entenderlos y poder curarlos.
Editorial (mayo) – ¿Edición o reescritura? La corrección política y el rol actual de las editoriales
Ilustraciones de Darío Cortizo
En las últimas semanas, algunas de las correcciones hechas por editoriales en libros de autorxs como Agatha Christie, Roald Dahl e Ian Fleming han generado revuelo: se han eliminado adjetivos “ofensivos”, referencias a colores, verbos que deriven en acciones menos agresivas, entre otros. Los argumentos para tales cambios —en principio, bien intencionados— pierden de vista detalles que en realidad trascienden una simple sustitución léxica. Evidentemente, para el correr de nuestros tiempos, la visibilización de problemáticas sociales, históricas, culturales y políticas no deja de ser relevante, sino todo lo contrario. Sin embargo, asumir que la longevidad de una publicación sostiene el cambio de su lenguaje de acuerdo a los parámetros culturales del momento resulta escandaloso.
Convocatoria – Miedo: huésped de cuerpos y habitaciones
Cada hombre lleva en sí una habitación. Es un hecho que nos confirma nuestro propio oído. Cuando se camina rápido y se escucha, en especial de noche, cuando todo a nuestro alrededor es silencio, se oyen, por ejemplo, los temblores de un espejo de pared mal colgado.
Franz Kafka, Cuadernos en octavo
El miedo ha acompañado a los seres humanos durante toda su existencia. La evolución de la humanidad, en el sentido más estricto del término, habla también de un proceso en el cual las emociones han ido cambiando a través del tiempo. Los miedos se han complejizado. El miedo a las tormentas durante las noches largas se convirtió en temor a la muerte, a la enfermedad, al rechazo, al olvido, al abuso, al abandono, a la soledad, al fracaso, a las mentiras.
Noticias del infierno – Microrrelatos de Ernesto Tancovich
El sueño reparador
Soñé que llevaba a mi hijo de cuatro años a la plaza. Hacíamos carreritas, del lapacho a la estatua, de allí al banco, a la farola. Se me dice que no puede ser, que no llegué a conocerlo, que Marta recién iba por el cuarto mes cuando ocurrió mi accidente, que es otra cosa lo que se esconde en el sueño. Dicen los sabelotodo.