Editorial (mayo) – ¿Edición o reescritura? La corrección política y el rol actual de las editoriales

Ilustraciones de Darío Cortizo

En las últimas semanas, algunas de las correcciones hechas por editoriales en libros de autorxs como Agatha Christie, Roald Dahl e Ian Fleming han generado revuelo: se han eliminado adjetivos “ofensivos”, referencias a colores, verbos que deriven en acciones menos agresivas, entre otros. Los argumentos para tales cambios —en principio, bien intencionados— pierden de vista detalles que en realidad trascienden una simple sustitución léxica. Evidentemente, para el correr de nuestros tiempos, la visibilización de problemáticas sociales, históricas, culturales y políticas no deja de ser relevante, sino todo lo contrario. Sin embargo, asumir que la longevidad de una publicación sostiene el cambio de su lenguaje de acuerdo a los parámetros culturales del momento resulta escandaloso.

En primer lugar, se adjudica a la labor del editor una responsabilidad autoral. Es decir, el uso de recursos lingüísticos y literarios responderá siempre a una intención de la persona responsable de su texto, no de la editorial en sí. Históricamente, las editoriales han fungido como un soporte mediador entre lectorxs y autorxs, así como de posicionamiento, canonización y difusión con intereses propios, según la línea editorial. Ayudan a fijar una obra en el tiempo. En este sentido, si unx autorx vive, tiene la libre elección y autoridad de disponer de su texto para añadir, modificar o quitar cualquier marca que le parezca necesaria —un ejemplo de ello fue José Emilio Pacheco—. Por el contrario, cuando ha fallecido, pareciera que toda variación editorial se justifica en tanto soporte mediador.

Aunque resulta no menos pertinente, en segundo término tenemos la distinción entre autorx-narradorx, además de cualquier otro binomio técnico de los estudios literarios según el género correspondiente. En términos simples: quien escribe —ser humano de carne y hueso— no es quien expresa algo dentro de las líneas escritas o la ficción como tal —personaje o voz lírica, por decir algo—. De no ser así, puede afirmarse que Ian Fleming escribía por las mañanas, pero era un detective de nombre James Bond por las noches. O bien que Willy Wonka o la interpretación de Jonhy Deep para Charlie y la fábrica de chocolate (2005) fueron una maravillosa representación de Dahl. 

De ahí deriva la pertinencia de estas preguntas: ¿cuál es el papel editorial en la actualidad? ¿Qué mecanismos permiten o influyen en las decisiones de publicación? ¿Qué relación se establece entre una obra, su autor y el soporte? ¿Qué instancias y en qué grado deberían involucrarse en la realización de ediciones póstumas? ¿Qué impacto tiene en lxs autorxs su cancelación? ¿Cuál es el público lector de estas ediciones? Algunos ejemplos de la “corrección política” —o más bien censura— existente en el medio son la editorial Puffin Books, HarperCollins para el caso de Agatha Christie, además de Ian Fleming Publications. Llama la atención, por supuesto, que lxs tres autorxs ya han fallecido, por lo cual no existe derecho de réplica para tales decisiones. En consecuencia, también se presentan otros sectores o grupos con “autoridad” para respaldar tales cambios. Un artículo de El País destaca lo siguiente:

Y no se trata solo de un cambio de título, es toda una traducción revisada en el interior. Hemos tenido que adaptar el contenido del libro al cambio de título: la isla del Negro se convierte, como en la edición estadounidense, la isla del Soldado”, explicó entonces Beatrice Duval, directora general de Livre du Poche que, al igual que la editorial Le Masque, publica las obras de Christie en Francia. Esta última precisó en un comunicado que la decisión no fue suya sino de la familia de Christie y que ellos se han limitado a “alinearse con las ediciones inglesa, estadounidense y todas las otras traducciones internacionales”.

El País, “Babelia”, publicado el 26 de marzo de 2023

Ante este panorama, ¿qué factores y en qué medida un grupo poseedor de los derechos de una obra puede autorizar sus cambios? Puede especularse sobre la respuesta: presión social con un propósito capitalista-mercantil, editorial, voluntad (o no) autoral, uniformidad en las traducciones, etc. La lista puede ser muy larga. No obstante, el problema continúa presente en el fondo. 

Otro aspecto que llama la atención es que estos sucesos se han presentado, hasta hoy, en figuras europeas. En este sentido, cabe cuestionarse también en qué medida estos blanqueamientos políticos posiblemente favorezcan y limpien un discurso en principio racista, xenofóbico, entre otros —cabe ubicar estos cuestionamientos a la luz de los casos en los que sea aplicable—. La corrección política ha escalado a editoriales estadounidenses. Tal parece que las discusiones respecto al tema se irán ampliando a otras regiones. Si autorxs como Rubem Fonseca, en el caso de la literatura latinoamericana, característico por su prosa mordaz, cruda y áspera, estuvieran inmersxs en tales modificaciones, la cantidad y la calidad de la obra literaria en general se reduciría drásticamente. 

Por supuesto, no sólo se trata de establecer las relaciones entre las figuras autorales y sus obras —he aquí un tema aún más polémico…; sin embargo, no es propósito de este editorial ahondar en tales menesteres—, sino de reflexionar los límites de la labor editorial en nuestro presente. Por supuesto, hay ideas, frases, palabras, pasajes u obras completas con una carga ofensiva, racista, misógina, machista. Pero justamente por esa razón es necesario releerlas e interpretarlas a la luz de una visión crítica y actual. El hecho de identificarlas y criticarlas también ayuda a la sensibilización, además de llevar a un cuestionamiento acerca de qué productos culturales consumimos, por qué razones y qué ha cambiado desde entonces. Por el contrario, la censura condenará al ostracismo o la impostación de una voz autoral perdida en el lecho de muerte.


Ilustrador: Darío Cortizo Morelia (Michoacán, México, 1999). Estudió la licenciatura en Arte y Diseño en la Universidad Nacional Autónoma de México. Desde 2020 ha trabajado como ilustrador y caricaturista en revistas literarias. Sus principales temas de interés son el absurdo y el subjetivismo. Puedes seguir su trabajo en Instagram y Twitter.