El alma transversal
Existe el momento
del rescate del cuerpo,
el momento en el que se encuentra
quien lucha por el encuentro.
Un pájaro aletea miradas
desde el instante sin ver, sin sentir
los bordes divisorios entre las aguas.
Existe el momento
del rescate del cuerpo,
el momento en el que se encuentra
quien lucha por el encuentro.
Un pájaro aletea miradas
desde el instante sin ver, sin sentir
los bordes divisorios entre las aguas.
“La fantasía de ambos era al menos terminar a Proust, estirar la cuerda por siete tomos y que la última palabra (la palabra Tiempo) fuera también la última palabra prevista entre ellos”.
Alejandro Zambra, Bonsai
A veces pienso que mi deseo por seguir viviendo se ha correspondido directamente con mis ganas de seguir leyendo y escribiendo. Aun cuando en la infancia y la pubertad nunca generé un hábito lector pero sí uno escritor, llegada la adolescencia me hice asiduo a ambas actividades, a pesar de que por muchos momentos me aterraba considerar que sólo estaba “perdiendo el tiempo”. Cuando apartaba la vista de mis libretas o mis libros, notaba que mi alrededor permanecía exactamente igual que antes, pero algo en mi mirada era muchas veces distinto. Aunque no lo pareciera, algo había cambiado.
Hasta cuándo
tu carne
será mi trémulo espejismo,
fulgor de soledades,
crepúsculo de gitanos
en la orilla equivocada.
En el sortilegio de mis vicios
tú eres un recuerdo incandescente,
la llamarada de piel
retenida hasta la muerte.
Me asusta el futuro, no sé si me entienden. Veamos, ¿han pensado qué ocurriría si a un astronauta se le escapara de los labios una colilla encendida y cayera en dirección a la Tierra? Nada. Sin embargo, no me negarán que un puro como los que se fuma Aaron A. G. Smith, mi vecino del piso cincuenta y uno, sería probablemente catastrófico pues hay puros que son auténticos meteoritos y no se consumen ni a la de tres o permanecen incólumes a la acción premeditada del sifón o de una regadera llena hasta los topes.
Hace unos días desperté sin grandes ánimos ni demasiada ilusión. Intenté seguir con mi investigación acerca de 2666 y su relación con la obra periodística de Sergio González Rodríguez, pero después empecé a leer —como consecuencia del hartazgo hacia mi tema de tesis— el último libro de Alejandro Zambra, Literatura infantil. Había leído ya las primeras páginas de ese compendio de ficciones (y autoficciones) un par de meses atrás. Recuerdo haber sido incapaz en ese momento de aguantar la caída de algunas lágrimas. De hecho, mi mejor amigo tuvo una experiencia similar semanas después y, en un arranque de emoción idéntico, decidió comprar un ejemplar del texto para que Zambra en persona pudiera firmárselo y escribirle una dedicatoria.
Para Almendra González
Viajar es un cambio de piel. Es el acto performático por excelencia, acontecimiento que tuerce el espacio-tiempo, cambio cuyas huellas perduran en el cuerpo a manera de ajuste, adaptación, equilibrio a consecuencia de un súbito caos. Mucho más que un escueto desplazamiento, se trata de una constatación de la quietud; el reconocimiento por contraste de las cosas que no se mueven, de lo que permanece inmutable en el interior. Lo que tengo y lo que soy viajan conmigo de forma inexorable.
Estimados lectores, sepan que mi vecino el taxidermista me ha recomendado hoy mismo un monólogo sobre la historia de este condenado planeta. Me ha hecho saber que lo tomaba como algo personal, poco más o menos como las bodas de oro de sus suegros. Tras dos horas de intrépidas negociaciones e infinidad de burbujeantes chicles hemos acordado además que sería imprescindible disecarme tras el óbito, eso sí, a condición de no acabar sentado sobre un palo gallinero o entre dos periquitos soeces. Como lo prometido es deuda ahí va eso.
Entre lo que anhelo
cosas inmortales.
El grato vivir que aleja
el vivir muerto,
la fatiga de las abejas
y de las aves migratorias.
En aquel Imperio, el Arte de la Cartografía logró tal Perfección que el mapa de una sola Provincia ocupaba toda una Ciudad, y el mapa del Imperio, toda una Provincia. Con el tiempo, estos Mapas Desmesurados no satisficieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él.
Jorge Luis Borges, “Del rigor en la ciencia”
En la fábula “Del rigor en la ciencia”, Borges ya planteaba la problemática del rigor científico que busca apartarse del sentido literal de lo considerado como “cierto”, para sustituir de manera exacta y detallada la realidad del mundo. Sin embargo, la ciencia (aun con toda la rigurosidad que la sustenta) sólo ha logrado proyectar una representación simbólica de una “supuesta realidad” supeditada a diversos criterios y convenciones que han acabo por distorsionarla, convirtiéndola en una mera simulación de lo real:
*
La flor derrama sus gotas de rocío. Luto en el jardín.