Ilustración de Robert Bélanger
Para Fernando Palma
Vivo enamorada del astro rey desde que me lo presentaron en un atardecer. Me recuerdo de pequeña tratando de encontrarlo cuando se perdía entre las nubes, pero siempre me conformé con la evidencia de su paso cerca de mí, un rayo verde y la pintura del óleo plasmado en su inmenso pizarrón con diversas paletas de tonalidades dependiendo de su humor. A partir de aquel momento hasta que lo prohibió el ayuntamiento, me senté en la arena de la playa que está enfrente de mi casa, esperando a que terminara su turno y le diera paso a la luna.
Para acercarme al sol, hago como que lamo la suela del cielo, y así puedo sentirlo, aunque sea con el corazón. Pero hoy ya no sé qué hacer para tenerlo cerca, hace mucho que no he logrado concretar algún momento íntimo con él. Clausuraron los espacios públicos y mi único deseo cotidiano descansa ya como un anhelo perdido; sus rayos abrazándome se pierden en mis recuerdos y el calor que dicen que provoca no es más que una falacia para mi cuerpo. Parece que la pigmentación de mi piel ya no tiene un registro de él y que mis pies olvidaron cómo aguantar lo caliente de la intemperie mientras bailaban para atraerlo. Desde que vivo bajo el encierro de esta incertidumbre, he tratado de normalizar vivir sin los baños dorados a los que me zambutía con el afán de sentir que pertenecía un poco a él y sólo me hace preguntarme en voz muy baja si me extrañará al menos con la mitad de intensidad que yo lo hago o si sólo fungí como el rol de objeto desechable y disponible a su penetración.
Muchos atardeceres tuvieron que ocurrir para aceptar que él no le pertenecía a nadie, pero fueron tantos los días soleados oliendo mi cuello y restregando su mirada en mis piernas que no debo culparme de haberlo creído mío. Hasta ahora terminé por aceptar la realidad de no ser la única enamorada que se encuentra desolada sin los besos tóxicos que nos da por pequeñas dosis a cada amante refugiada en el desconsuelo.
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Autora: Melissa Tarabay (1995). Resumir experiencias en pocas líneas estéticas es el pasatiempo que emplea desde que aprendió a escribir con la pluma negra. Su sueño es vender historias que la mantengan para que pueda viajar y vivir la suya.