Una sonrisa en primera plana
Los encontraron, como rara vez se encuentra a un ahogado, tumbados boca arriba y con los ojos abiertos de par en par. Apilados en la orilla, los locales no habían hecho nada salvo mirar, con impotencia y quizá un rastro de sorpresa, los cuerpos de un padre y su hija de meses. Eran migrantes. Quizá kilómetros arriba habían decidido cruzar el río, aunque fallaron.
A la escena no tardaron en llegar la prensa, la patrulla fronteriza y, con ellos, un viejo oficial, así como su joven ayudante. El oficial observó por un instante los cuerpos y luego ordenó que los sacaran del agua. Enseguida los examinó en silencio, según el protocolo establecido para estos casos.
—¿Se ha preguntado usted cuáles serían sus últimas palabras? —inquirió el joven, cuando rompió el silencio.
—No hubo últimas palabras —le respondió el oficial tras unos segundos—. En su pensamiento, el hombre alcanzó la otra orilla.
—¿Cómo lo sabe?
—Mire sus labios. ¿Aquella forma curvada no le parece una sonrisa? Una muerte feliz.
El joven miró una vez más los cuerpos, la calma del río, la otra orilla, y no dijo nada más que lo necesario para atender la labor que le correspondía. Los cuerpos de padre e hija dejaron el lugar rumbo a la morgue y, con ellos, los oficiales. Los últimos en irse fueron los fotógrafos y reporteros, quienes no acordaban aún el texto que acompañaría la imagen en primera plana.
*
Los hijastros de la noche
Sin cara, engendrados por la noche, vagan los cuerpos entre los matorrales fangosos. Agitados, caminan sin detenerse, encorvados al abrirse paso con cabeza y manos; no tienen tiempo para volver la vista ni para preguntarse hacia dónde huyen. Es el inicio de su suplicio, pues desconocen aún que su fuga no acabará con las noches de insomnio ni borrará de sus memorias lo vivido.
Agitados, arañan la tierra. Unos cuantos disparos secos irrumpen en la tarea de los hombres, quienes detienen el paso y, por un instante, vuelven la vista. Allá, a lo lejos, en la otra lomita, divisan las luces del rancho; se han alejado mucho, pero nunca será lo suficiente. Vuelven sobre el terreno, sueltan un gemido breve, avanzan con mayor rapidez. Entienden que ya no son sólo exiliados, ahora también son huérfanos.
Autor: Anderson Yesi Urbano Madroñero (Pasto, Colombia, 1997). Estudiante de la Licenciatura en Filosofía y Letras de la Universidad de Nariño, Colombia. Es integrante del Taller de Escritores Awasca de esa misma Universidad. Perdedor en innumerables concursos y certámenes literarios. Amante la literatura de Borges y Cortázar. Ha publicado un par de relatos en la Revista Awasca (No. 34 y 35) y poesía en la Revista Expresiones (no. 12) (Universidad de Nariño). Actualmente, espera la publicación de un cuento en el Vol. 6.2 de la Revista ZUR (Universidad de la Frontera, Chile).