Primero fue dueño de nada. Fue recogiendo entre los desechos de otros lo que necesitaba cada día. Era una época de enormes haciendas y tierras de nadie. Y una de esas tierras sin dueño era una montaña de pelados desfiladeros. Un día, él encontró allí una piedra olorosa, rasposa y amarilla. En aquel entonces se quedaba estéril la metrópoli, por allá en lo que para él y los suyos era un paraíso apenas concebible. Resultó que su piedra al ser procesada devolvía a la vida suelos cansados. Los ricos de su propio país, temiendo ser ellos quienes tendrían que hacer el trabajo de poner a producir esa montaña baldía, no rechistaron cuando él pidió del gobierno la propiedad de aquella peña árida. Con los brazos de otros que se veían como él, construyó el primer túnel del cual saldrían carretadas de piedra; pero no en carretas, sino a hombro humano.
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Cuerpos en exilio – Microrrelatos de Anderson Yesi Urbano Madroñero
Una sonrisa en primera plana
Los encontraron, como rara vez se encuentra a un ahogado, tumbados boca arriba y con los ojos abiertos de par en par. Apilados en la orilla, los locales no habían hecho nada salvo mirar, con impotencia y quizá un rastro de sorpresa, los cuerpos de un padre y su hija de meses. Eran migrantes. Quizá kilómetros arriba habían decidido cruzar el río, aunque fallaron.
Contrastes – Poemas de Oscar Revelo
Disfraces
En la profunda noche, espesa, entre los desiertos de concreto y en la oscura selva que los sostiene, hay un corazón, miles de corazones que derraman su sangre cubriendo la tierra como una epidermis terrorífica, incesante y sin paz. ¡Una aparente exterioridad, tan sobrecogedoramente íntima y luminosa!:
Savia y sombra: entre la memoria y el olvido – Poemas Mario Benavides Fernández
Exilio
La infancia: aquella fue una edad mirífica,
de aromas inolvidables y dulces juegos,
al arrullo de una voz misteriosa
que desde el follaje nos llamaba al atardecer.
Nunca conocimos del todo aquel país,
pero la fragancia salutífera de los eucaliptos
y aquel leve temblor de una brizna de hierba
entre nuestros dedos infantiles,
nos conducían por azules senderos nocturnos,
entre seres luminosos
de lentos párpados vegetales.
Después, nos dispersamos sobre la faz de la tierra.
En sus áridos caminos
nunca hallamos esa dulce vibración del viento
entre la seda mágica hilada por árboles fragantes.
Voces. Sombras.
Huellas de una luz perfecta
extinguida hace mucho tiempo,
y el comienzo de una esperanza,
en el débil fulgor
de esa llama declinante
que se agita
en el abismo de la memoria.