Ilustración de Sarah Angélica Cruz
No se pasa de lo posible a lo real sino de lo imposible a lo verdadero.
María Zambrano
Me encontré con esta cita de María Zambrano en medio de una búsqueda de no sé qué, como suelo hacer al abrir un libro aleatorio. Cada vez que la leo es como si regresara al punto inicial, en el cual me pregunto si puedo o no hacer esto o lo otro. Estas preguntas hasta ahora me acompañan y desearía que fueran más bien un (im)pulso hacia lo (im)posible. A veces resultan en eso, otras sólo se esfuman con todo y las ideas que no logro materializar. De todas formas, leer la cita es un alivio cuando tengo miedo de encontrarme con más lateralidades.
Hace poco leí para una clase un par de textos de Gabriela Mistral. En el primero, “Cómo escribo”, habla acerca de su proceso creativo, sus espacios y la imposibilidad de adentrarse en la tarea de escribir debido al desorden de su hogar. Menciona, además, que el vínculo con la naturaleza es primordial para la escritura: “Creo no haber hecho jamás un verso en cuarto cerrado ni en cuarto cuya ventana diese a un horrible muro de casa. Siempre me reafirmo en un pedazo de cielo”. La práctica escritural demandaba una importante adecuación del entorno interno y externo, una bien cuidada pulcritud de mente y espacio. No obstante, la propia escritura —con todo y sus rutinas, sus alegrías, sus desvaríos y con la naturaleza consagrada a la inspiración— necesitaría posteriormente un rescate.
Esto me lleva al segundo texto que leí: “El oficio lateral”. Aquí cuenta, en primer lugar, cómo nació su escritura. A los catorce años, Gabriela trabajaba en una aldea enseñando a leer. La joven maestra se tropezó con algunos cuantos libros y se adentró en “la fiesta pequeña y clandestina” de la lectura y el refugio. En medio de una de esas lecturas secretas nació en ella el oficio lateral: “Un buen día él saltó de mí misma, me puse a escribir prosa mala, y hasta pésima, saltando casi enseguida desde ella a la poesía”.
En pocas palabras, sentía una necesidad innegable y emergente de crear. En realidad, como expresa ella misma, esta ocupación pudo haber sido cualquier cosa: jardinería, escultura, botánica. Por suerte, en ese momento fue la escritura.
En el descubrimiento del segundo oficio había comenzado la fiesta de mi vida.
Gabriela Mistral, Obra reunida, Biblioteca Nacional de Chile, p.148
Más adelante, Gabriela coloca el ejemplo del tedio en el oficio pedagógico; la repetición que infecta la práctica de la enseñanza, un ejercicio tan importante para generar exactamente lo contrario al hastío. ¿Cómo evitar, combatir o prevenir este tedio en cualquier otra actividad? Ella propone salir de la zona muerta —es decir, la consecuencia de la repetición—, y echar un vistazo a lo que hay fuera de ella. Aquí aparece el oficio lateral.
La literatura fue el primer oficio lateral de Gabriela, pero, inevitablemente, éste llegaría a necesitar otro “oficio segundón” para salvarse, (en este caso la jardinería). Algo así como adoptar un gatito porque el primer gatito se siente solo, pero ahora tienes que adoptar otro gatito para el segundo, y así sucesivamente…
He escuchado diversas historias acerca de cómo se forman los caminos literarios: una persona sabia que aparece por casualidad, un tío, una pizca de capital cultural, una profesora, un libro abandonado en casa, etc. La historia de Gabriela me interesa en particular porque representa para mí el encuentro con las muchas otras partes, con las intersecciones que, aunque no me conviertan en una Nobel de la literatura, me dejan ser un poquito más yo, ser un poquito más bifurcada.
Intento trasladar el ejemplo de la pedagogía a cualquier actividad o ejercicio en peligro de caer en la zona muerta. Si el oficio lateral es la salvación de este tedio, su efecto colateral sería, como resultó en la consolidación de Gabriela Mistral como escritora, un encuentro con las posibilidades.
Me detengo en la esquina de una zona muerta imaginaria para asomarme a la posibilidad. ¿Hasta dónde alcanzan mis ojos a observar estas posibles lateralidades?
Gabriela llama alimento fresco a eso que permite descansar del trabajo intelectual y deja a las manos palpar el arte, la música, la pintura, la novela, la poesía, el jardín, la carpintería. Lo que sea. Lo que sea que nos deje equilibrar(nos). Me gusta pensar en el oficio lateral como un salto entre éste y el central. A veces uno se vuelve más central o más lateral que el otro. A veces uno pasa a ser el principal y los otros se convierten en recesos semanales. Pero, casi siempre, son una reafirmación del espíritu.
El texto que aquí escribo es, en principio, dos cosas: 1) un (pre)texto para comenzar a describir lo que es para mí la experiencia de ser libre; apreciar la luz que se filtra entre los árboles, es decir, observar los efectos colaterales que nacen en las fisuras, en las grietas, en las orillas; en los segundos oficios que nos rescatan, y 2) una invitación a mirar lo que hay fuera de la zona en peligro de morir; pensar en las posibilidades no sólo como la búsqueda del equilibrio personal o escape de la rutina, sino en los resultados que surgen por estar un ratito aquí un ratito allá. Alguien alguna vez me dijo que si hacía muchas cosas a la vez nunca sería lo suficientemente buena en una. Ahora me pregunto, ¿de qué me sirve serlo si en el intento de lograrlo se me vacía el alma?
A veces siento necesario hacer una limpieza de mente y cuerpo, oxidados por una misma forma de percibir el mundo. Dejo abrir una ventana en el núcleo de la identidad. Tener una cajita de cristal, con todo el reconocimiento del privilegio que implica poder romperla en caso de aburrimiento, crisis, tedio, cansancio, angustia, etc.
Llegue, pues, el oficio segundón, a la hora de la crisis, cuando el tedio ya aparece en su fea desnudez; venga cualquiera cosa nueva y fértil, y ojalá ella sea pariente de la creación, a fin de que nos saque del atolladero.
Gabriela Mistral, Obra reunida, Biblioteca Nacional de Chile, p.153
El profesor de la clase que me llevó a la lectura de Gabriela nos dijo que él, a lo largo de su vida, ha tenido diversos oficios laterales. Recuerdo su emoción al contarnos que antes se dedicaba a hacer libros infantiles. Ahora pienso en todos los oficios —o mini oficios— que nos van llevando de un camino a otro, que nos dejan aprender de nuestra propia experiencia y de la de otras personas, que nos salvan de caer en la zona muerta. Me pregunto cuáles son los oficios laterales que dejan salir el resultado de aventurarse y de experimentar, que permiten que nazcan, crezcan, se reproduzcan, se mantengan o mueran otros oficios. ¿Qué tipo de cosas hacen las manos para que sea posible mantener equilibradas las mentes complejas? Quizá, como en el caso de Gabriela, el segundo oficio pase a ser el primero, o podría ser que el tercero pase a ser el segundo, o que se turnen por ratitos. Tengamos estos de reserva o de provisión, o en la mesita de noche, o en el post-it más a la mano. Dejemos salir los efectos colaterales y todas sus ramificaciones. Dejemos que estos efectos nos expriman la curiosidad, que surjan nuevas conversaciones, que lo (im)posible se vuelva lo verdadero.
El espíritu tiene sus recursos, prestarles atención puede iniciar una nueva fiesta.