La muerta de la colonia Portales – Cuento de Joan Malinalli

El cuerpo de Minerva permanecía quieto en la orilla de la cama. Dos mujeres, confusas y trastabilladas, le sobaban el pecho y las manos, mientras otras dos corrían sin rumbo aparente alrededor de la casa. Buscaban un médico en los rescoldos del invierno, entre los montones de objetos antiguos. Telefoneaban, se nublaban, aullaban en silencio. No fue sino hasta que todo hubo terminado que una de ellas pudo al fin salir en busca de auxilio. Era tarde, o tal vez muy temprano. Eran quizá el cielo azul y sus nubes los que condicionaban el tiempo. La mujer entró en la habitación y escuchó un latido ilusorio debajo del metal redondo y frío. Entonces, pronunció las palabras y la más joven saltó desquiciada sobre el cuerpo, volviéndose de mar turbio como una pintura de Turner. Las otras la detuvieron, serenas, en sosiego, y ella se contuvo apretando el vacío con los dientes menguantes. 

El día transcurrió de forma extraña y simple: llamaron a la funeraria, almorzaron, permanecieron con las miradas distantes, vistieron y revistieron el cuerpo con distintas sábanas hasta encontrar la indicada. El rostro opaco y nítido se mantuvo desnudo con los párpados colmados de misterio, rodeado por una venda que, sin mucho esfuerzo, sostuvo la mandíbula para que no se entreabriera y dejase al descubierto los dientes de porcelana, la lengua amoratada, la garganta hueca. Las manos descansaban a los lados del torso minúsculo; los cabellos de ceniza se anticipaban a lo que vendría al día siguiente. La joven de sal se inundaba poco a poco en la cama contraria observándolo todo con parsimonia. La materia era sólo eso: materia. Carne, poros, huesos. Nada más habitaba ya aquel cuerpo perecido por los años, por los montones de nubes viajeras aclamadas en días de fiesta. 

Sonó el timbre. Alguien abrió la puerta. Dos hombres subieron las escaleras y entraron en la habitación moteada cuya luz era el resultado de la resolana extraída de la tarde fresca. Las mujeres contemplaban el acto: una llevándose la mano al pecho, otra con los zapatos fijos en el suelo craquelado, la mayor con la premisa de que era marzo. La joven aguardaba en la sala junto al bulldog con olor a mierda. Una mosca se aferraba al culo ancho y despoblado que latía en la resonancia de la casa blanca. Los hombres envolvieron el cadáver y lo colocaron en un saco. Las mujeres, atónitas, se persignaron. Y así, en un instante, ante los ojos ofuscados de la joven marchita, el bulto oscuro y reducido se manifestó recorriendo el espacio tembloroso, desprendiendo su néctar…


Autora: Joan Malinalli (Mérida, 1994). Estudiante del Colegio de Estudios Latinoamericanos de la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM. Sus textos han sido publicados en revistas como Primera PáginaPunto de PartidaFeminopraxis, entre otras. Ha participado en algunas exposiciones colectivas con obra pictórica.