Receta para hacer puchero
Aprendí a cocinar caldo de res
como lo hacía mi madre,
grabé los ingredientes en el cajón
de un agosto con olor a epazote.
Aprendí a cocinar caldo de res
como lo hacía mi madre,
grabé los ingredientes en el cajón
de un agosto con olor a epazote.
«La vi. Filo de guadaña la luna.
La hierba a vértigo de selva sonaba.
La miraba, tan sólo la miraba.
Rayo era que refulge en la laguna,
una cósmica reflexión montuna,
perdida esquirla de una estrella brava,
luz maldita que del hombre secaba
las razones. ¡Oh, suerte cruel y bruna!
Porque lo bello no nos salva, no…
Era el horror ceñido de artificio,
ojos serenos que el diablo tomó
para hurtar el elixir de la mente.
No los mires que a través de su esquicio
está hacia la postrera sombra el puente».
Crecer en la Ciudad de Méxicoes no pisar las rayas o pierdes,pero grita “safo” si ganar es lo que quieres.Arrancar el último diente de leónporque necesitas esa suerte para llegar al Oxxo antes de las doce.Azoteas […]
No pido la eternidad,
se esfuma mientras se enuncia
pido un grito infinito,
una suspensión del tiempo
fuerza para soltar la voz
un no que se resista.
Me asomo a mirar el mundo
y comprendo que esta casa
me desborda,
devoro el cielo y me cundo
como la nube que pasa
y me aborda
con curiosidad preñada
revestida de tristeza
y me inquiere:
¿qué me pide tu mirada
tan llovida de tibieza?,
¿qué me quiere?
A la orilla del trino, cenzontle
recorre sinuosidad del epitelio, durazno
y miel en el lienzo, y curvas perentorias
sin que declinen, volcanes en sus manos,
rotundo placer de besar recovecos,
desliza como magnetismo y se une
se descubre un secreto en la cumbre,
y renueva en el desliz de la mano, marfil
y oro en proximidades, devuelve la caricia
fragante del aroma lascivo y yuxtapuesto.
Escribir para la posteridad, dijeron los poetas.
Y el sol encaneció detrás del horizonte,
los árboles dieron sus frutos más silvestres,
del papel brotó la neblina más espesa,
la noche convocó a todas las muertes,
el hombre caminó hasta redimirse,
el cielo apagó todos sus anuncios,
el mar lloró para abrazar sus costas,
el fuego arrojó el primer lamento,
la tierra dio un galope hasta sacudirnos los pies,
los pies buscaron arenas para hundirse;
las arenas, aguas para no olvidarnos del recuerdo del mar;
no olvidamos,
decirle al mar que la muerte no ha despoblado sus playas,
decirle a la noche que la muerte no ha despoblado sus lunas,
que morir es otro eco del mar mientras soñamos,
que nosotros somos la muerte en el intento de redimirla,
que la vida somos nosotros al recordar a quienes mueren
enterrando a quienes viven de la suerte de la unión,
que vamos amando la muerte, porque algo debemos honrar,
que, ante la sospecha del fracaso, aún, tenemos la muerte como guía,
los poetas dijeron que había posteridad porque había cielo,
los poetas dijeron que había posteridad porque había muerte.
Imagen: La creación de Adán, Miguel Ángel
Y Dios eligió para sí el último día
por eso el Hombre
carga con la nostalgia y melancolía del domingo
las confunde con pereza y aburrimiento;
se entrega al ritual pagano del fútbol
se anima con el bullicio
de las reuniones familiares
En nada encuentra lo que busca,
no sabe qué debe encontrar
la vida humana es ensayo y error
eternas corazonadas
como ciego va
tirando todo lo que toca
Dios eligió para sí el séptimo día
fastidiado de su propia Creación
y como es tan justo
comparte con el Hombre
el hastío que queda después del trabajo.
La espadas toledanas —o las de los samurais— se caracterizan por su temple, esa combinación de dureza y flexibilidad que las hace únicas. La poesía de Carmen Nozal es precisa, afilada, corta con una lucidez amarga todo lo que toca. Y, sin embargo, es tierna, compasiva, empática. Dar vida a lo que los filólogos llamarían un oxímoron, es decir, una unión de contrarios, una mezcla imposible, es lo que ella, como un orfebre ancestral, logra con sus poemas.
Esta noche nada late,
no late el viento arrebatado
que arranca las flores del cerezo,
no laten los ladridos de los canes
en la terraza del carnicero,
esta noche nada baila,
no bailan las luces de la plaza
que acostumbran en el quiosco,
tampoco lo hace el viejo reloj
de la iglesia con la música del coro,