En la casa de mi padre
Los hombres siempre se van.
Esto no implica que no regresan,
pero sí que nunca se quedan.
Los hombres siempre se van.
Esto no implica que no regresan,
pero sí que nunca se quedan.
Oh las cuatro paredes de la celda
César Vallejo
[…]
Criadero de nervios, mala brecha,
por sus cuatro rincones cómo arranca
las diarias aherrojadas extremidades.
El insomnio sepulta la noche en mis ojos,
ya no podrán ocultarle al tiempo tu cuerpo.
Mis lágrimas se hacen luciérnagas
suspendidas sobre la rapiña de las sombras.
Sólo han olvidado un vacío en mi boca,
la rabia de las paredes ahora lo destroza,
abandonando en la palabra desperdicio
el cadáver de una vida que todavía no he vivido.
A ese cuerpo hecho de trazos
severos y perfectos
insensible al sonido
desierto de emoción
Yo
lo he quebrado con la voz
lo he tentado como al oro
la magia de la alquimia
y lo he visto rehacerse
fragante y luminoso
tejido con la piel
que solo cicatriza con mi tacto.
Porque el corazón me aprieta,
escribo estas líneas
para superar
lo tuyo.
Donde antes existía una canción desesperada o una furtiva lágrima, hoy imperan el silencio, la ausencia y el eco de los pasos que alguna vez retumbaron en el escenario. Marzo del 2020 no sólo quedará marcado como el mes en el que bajamos nuestras cortinas; también lo recordaremos por el momento en el que los auditorios cerraron el telón, y el público se perdió entre un montón de sillas vacías. El arte escénico, con sus miles de formas para inducir catarsis, desapareció cuando más lo necesitábamos.
Esta maldita circunstancia
de echar raíces en tierra yerma,
de reconocer en sus grietas
los surcos de las manos.
La desoladora certeza
de que los laberintos
no contienen el cosmos.
La fe en la simetría,
como si se escucharan pasos
al otro lado de los muros,
como si tras los pisos
manara el filo de los clavos,
como si nuestros rastros
deambularan en el arriba
de otra parte fantasma.
¿Acaso somos transparencias
monstruosas dentro del ropero,
los hologramas espectrales
de una dimensión superpuesta?
Iban las plantas de tus pies tan cenicientas
eludiendo cangrejos corcholatas ciertas rocas
cuando las olas del mar hadas madrinas
confeccionaron para ti
haciendo hocus pocus con la espuma
dos zapatillas de cristal salino
sonaban como agitar caracolas en las manos
tan presto en cuanto ya mujer te aventuraste
a sondear los castillos en la arena
buscando el musculado roce de pulso lapislázuli
hasta que dieran las doce:
mediodía.
Si no la infancia,
Saint-John Perse
¿qué había entonces allí
que no hay ahora?
El camino es un hermano
sediento de sueños.
Por la dura cuesta
desciende el sol,
la verde lozanía.
Despacio avanzas
y tus ojos se empapan
hasta el hartazgo
en el asombro de la luz.
Paso a paso
el mundo
se asoma en la senda,
paso a paso
la senda se convierte
en el inquieto hermano
de tus mejores recuerdos.
Ahora vas,
ahora vienes
y celebran
tu paso
el rocío,
los guardianes del bosque,
los ángeles matutinos
guarecidos bajo la sombra,
hasta que una suave voz de mujer
desde la casa
te llama clamorosa.
Debes volver.
¡Justo ahora
que al fin
el sol abrevaba
en tu regazo
y vacilaba
el valle entero
entre tus brazos!
Esta noche nada late,
no late el viento arrebatado
que arranca las flores del cerezo,
no laten los ladridos de los canes
en la terraza del carnicero,
esta noche nada baila,
no bailan las luces de la plaza
que acostumbran en el quiosco,
tampoco lo hace el viejo reloj
de la iglesia con la música del coro,
Ilustración de Aimeé Cervantes
Salgo de la estación del metro en medio de la
multitud
me tropiezo con los peatones, camino bajo los árboles de ceiba
escucho un leve crujido
¿qué pájaros están posados
sobre las flores de ceiba?
ellos saltan, y las ramas
y las flores tiemblan ligeramente.
algunos pájaros saltan hacia la copa del árbol
mirando a su alrededor y emitiendo un suave canto
de advertencia para protegerse del halcón que los acecha a lo lejos.
¡qué felices están los pájaros!
ningún enemigo se ocultó entre ellos
una flor de ceiba
cayó a mis pies
¿me la dieron los pájaros?
¿podría yo también tener alas?