El alma transversal
Existe el momento
del rescate del cuerpo,
el momento en el que se encuentra
quien lucha por el encuentro.
Un pájaro aletea miradas
desde el instante sin ver, sin sentir
los bordes divisorios entre las aguas.
Existe el momento
del rescate del cuerpo,
el momento en el que se encuentra
quien lucha por el encuentro.
Un pájaro aletea miradas
desde el instante sin ver, sin sentir
los bordes divisorios entre las aguas.
La idea de escribir acerca de los placeres surgió a partir de dos sucesos. El primero de ellos responde a una necesidad personal de reiniciar luego de un periodo dedicado a la lucha contra la desesperación y la tristeza. Digo necesidad porque partió de un ejercicio de contemplación que derivó en un hilo de pensamientos dedicados a momentos bellos de la vida. Y la contemplación es una necesidad. El segundo es un ejercicio de tipo literario. Con un profesor hablamos acerca del autorretrato de Hugo Hiriart, en el que traza una imagen de sí mismo a partir de las cosas que le gustan. Algo parecido intento hacer aquí. Aunque más que gustos, placeres. Más que placeres, recuerdos. Más que recuerdos, recordatorios.
La literatura es ciertamente un viaje con un destino incierto, aunque la reseña en la cuarta de forros del libro nos quiera indicar lo contrario y nos invite a unas cuantas certezas. Soy consciente de lo cliché que es comparar el acto de lectura con cualquier acto que implique movimiento, especialmente el del viaje. Pero aclaro, antes que nada, que no considero que la lectura sea una vacación con todos los gastos pagados, en un hotel lujoso, con un clima delicioso y mucha comida en el buffet mientras no se esté chapoteando por ahí —a saber, esa manía de que cuando nos vamos de vacaciones siempre queremos estar “chapoteando por ahí”, aunque las temperaturas y la geografía nos lo impidan—.
La fotografía es, en esencia, el arte de prolongar los instantes. A través del lente de una cámara fotográfica se nos insinúa la posibilidad de negar la perpetua inmediatez y la irremediable fugacidad que acecha […]
Sabré expresarme cuando no tenga sangre. * Acaso abraces mi cadáver, pues ya no será mío. * Con aire en los huesos he llamado. Silente nombré las hornacinas apagadas, el corro de mangos, las sombras […]
La búsqueda de la trascendencia es un propósito que ha sobrevivido desde siglos atrás. En la Edad Media, las hazañas –en el mundo de la caballería– aseguraron, para algunos, el reconocimiento de la gente, además de la salvación del alma desde la perspectiva del cristianismo. De esta forma y unidos por ese objetivo, muchos escritores han intentado conquistar la inmortalidad en un universo interminable como lo es el de la literatura.
La búsqueda de la trascendencia es un propósito que ha sobrevivido desde la Edad Media. Las hazañas –en el mundo de la caballería– aseguraron, para algunos, el reconocimiento de la gente, además de la salvación del alma desde la perspectiva del cristianismo. De esta forma y unidos por ese objetivo, muchos escritores han intentado conquistar la inmortalidad en un universo interminable como lo es el de la literatura.
Sin embargo, el absurdo –o el claroscuro– de la trascendencia reside en la confrontación de la inmortalidad y la memoria. El recuerdo –como un episodio cotidiano en la vida humana, que además fundamenta el reconocimiento de uno mismo– está ligado completamente a la inmortalidad vista desde cualquier perspectiva. Ésta, por su parte, instituye la eterna condición del hombre en la inmediatez del tiempo; esto es, el transcurso de un presente sin fin.