Autor: Santiago Salinas

Profesor, lector, paso mis días leyendo debajo de un gato. Estudiante de literaturas de tiempo completo y promotor de textos raros. Doy talleres de creación y lectura. Escritor de cuentos, una que otra novela y poemas jamás publicados.
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Voiná i mir

Detalle de La batalla de Waterloo (1815), de William Sadler

Edad de los descubrimientos

Desde pequeño tuve una inclinación por la lectura, mi madre se encargó de ello. Recuerdo un día de Reyes: desperté emocionado y corrí a la sala del departamento de mis abuelos, que estaba integrado a la casa y en donde colocábamos los zapatos. Me encontré un libro debajo de mi pantufla: Las aventuras de Tom Sawyer.

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Escribir desde la nostalgia: “Rock del Sonar”, de Mario Anteo 

¿Por qué escribo? Ésta es una pregunta que debemos hacernos constantemente, más si nos dedicamos a ello de manera profesional. Me lo cuestiono cuando estoy frente a la página en blanco, cuando voy en el metro o camino por las calles empedradas de Coyoacán o del Centro. ¿Por qué lo hago? ¿Por vanidad? ¿Miedo? ¿Por el deseo de rehacer el pasado? Puede haber muchas motivaciones, pero considero esencial tenerlas en claro cuando trabajamos un texto, más si es de corte literario: ¿por qué escribo y, más aún, por qué escribo esto? No podemos ignorar a nuestrxs lectorxs, ni a la línea editorial de quienes nos publican, mucho menos a nostrxs mismxs, que somos la primera línea entre la imaginación y lo real. Escribir desde la nostalgia es un motivo válido pero riesgoso, porque nos puede dejar atrapadxs en el pasado y ahí no hay literatura; ella sólo está en el presente cuando abrimos el libro ante nosotrxs. 

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Terminar un libro, ¿y luego qué?

Tengo un defecto, o así lo he catalogado. Mientras estoy leyendo voy contando las páginas, no tan recientemente como creerán, pero se vuelve un fastidio cuando estoy a cien páginas de acabar. Mi lectura se convierte, entonces, en una acción maratónica: me olvido de hacer cosas, quiero terminarlo pronto. Es como si un bicho se me hubiera trepado, de esas chinches que están infestando París y  la Ciudad de México ―seguramente ya las has tenido de manera psicológica―, y tuviera que sacudírmelo de encima, golpeándome por todo el cuerpo. Ochenta, setenta, ahora cincuenta. Se vuelve una obsesión malsana. Alguna vez, cuando estaba leyendo Cien años de soledad, llegué a la centésima página antes de terminar, eran cerca de las once de la noche: invoqué al huracán, pues no pude detenerme hasta las dos de la mañana y quedé sin poder dormir el resto de la madrugada; solo agradecí que existiera algo como eso y se pudiera leer. 

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El día en que mi madre…

En ocasiones he ido por la vida tratando de capturar recuerdos: de pronto me asalta la necesidad de capturar uno, así que miro a mi alrededor, encuentro algo que me llame la atención y lo observo con intensidad, trato de memorizar todo lo que lo construye, y de repente tengo un recuerdo sin sentido ni significado, pero que habita en mi mente. La primera vez que lo hice fue a mis ocho años, iba con la hermana de mi abuela al centro de la Ciudad de México, la tía Ali. Me llevó en un camión colectivo que pasaba detrás de la casa de los abuelos y toma todo el Eje de la Merced, una de las avenidas que atraviesan el primer cuadro urbano. Nos bajamos en la calle de Emiliano Zapata, que se convierte en la de Moneda conforme se acerca a Palacio Nacional y ahí vi una de las farolas, coronada por un dragón (o quizá un delfín medieval), y la observé con tanta insistencia que aún hoy puedo verla encendida en medio de las neblinas de mi memoria.

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Miente conmigo: llenar el silencio del amor

El retorno al lugar de origen es una constante en la literatura y en las artes en general. Desde Odiseo en sus intentos para volver a Ítaca hasta los sinuosos caminos del recuerdo que construye Marcel Proust, los escritores buscan encontrar ese punto de inflexión que les hizo caminar hacia su vida o hasta entender qué los mantiene asidos a ese hogar de antaño, descubrir cuáles son los hilos de Penélope que los atan a regresar.

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“El otro”: el miedo de dejar un libro

Una vez jugué un juego de esos que surgen en la borrachera. Consistía en lo siguiente: se debía confesar al calor del tequila en la garganta qué clásico no habías leído, te había aburrido y lo habías dejado. Si otro de los presentes igual había fallado en la lectura, debía tomar su vaso y dar un trago profuso a su bebida. La finalidad era, primeramente, terminar con una terrible cruda, y la otra, confesarnos en nuestros “fracasos” literarios. Perdonen por compartirles un juego que roza la pretensión intelectual —si no es que se inunda—, cuando realmente nuestro objetivo era beber, pero salimos muchos que no habíamos podido con Paradiso de Lezama, que habíamos dejado al Golem de Meyrink e incluso rehusado terminantemente a buscar el tiempo perdido de la mano de Proust.

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Salir del ensueño: los tiempos imposibles de Jirí Kratochvil

El tren que nos ha sacado de la ruinosa y olvidada Bucarest ha frenado de golpe. Ya hemos recorrido los siempre disputados Cárpatos, las llanuras húngaras, y subimos por las montañas eslovacas hacia el corazón de Europa. Pero ahora, sin previo aviso, tenemos que detenernos. Pregunto a mi acompañante qué ha ocurrido, si sabe algo. Me observa con su cabello cano y una leve sonrisa, parece humedecer sus labios. De pronto brota su voz de sí, no de su boca, más bien de su estómago, y comienza a emerger de su cuerpo hasta quedar flotando sobre él. Las SS van en retirada y han volado las vías que nos conducen a la ciudad de Brno, me comenta, pronto se acabará el tiempo. Estamos en el 30 de abril de 1945, Hitler se ha suicidado y mi acompañante es el escritor checo Jirí Kratochvil, estamos ahora inmersos en su novela Buenas noches, dulces sueños (2012).

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Crónica de un viaje por Bucarest (III)

He leído en bastantes lugares, especialmente en redes sociales, que la ciudad es aquel libro que se lee con los pies. La fascinación urbana que la literatura despertó cumple ya un poco más de dos siglos. Este deslumbramiento se inaugura en el París de la segunda mitad del siglo XIX, donde el arquitecto Haussman decide borrón y cuenta nueva de la ciudad medieval, por lo que comienza a destruirse para dar pie a la metrópoli de la luz, la del centro de la universalidad, o por lo menos de ese Occidente decimonónico. París fue modelo de otras ciudades, como la Ciudad de México, que quiso copiarle sus largas avenidas y jardines, e incluso hoy podemos encontrar los vestigios del afrancesamiento resistiendo a los violentos embates de la gentrificación en la colonia Roma y en la Condesa de la capital mexicana. 

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En la soledad de la frontera corporal: la poesía de Gabriela Aguirre

Vagando por los raros caminos de la curiosidad clasificatoria, ésa que busca sin cesar definiciones de palabras —algunas que escuchamos y otras que imaginamos—, me encontré con la palabra “transterrestre”, la cual necesita otra más para acompañar su significado. Existe una maniobra propia de la ciencia espacial que consiste en insertar una nave, tripulada o no, en la órbita terrestre: se conoce como inyección transterrestre. Se lleva a cabo bajo las siguientes condiciones: un cohete es propulsado con cálculos precisos y esperando la condición de que la Tierra esté orbitando a nuestra luna. La nave queda, entonces, inserta en la profundidad del cielo, con la posibilidad de regresar libremente a su origen. Con una maniobra bellísima de propulsión y cálculo, Gabriela Aguirre (Querétaro, México, 1977) logra insertar su poesía en ese cielo donde duermen las palabras que nacieron de la noche, de la ausencia de tierra, del soñar para dejar de extrañar. 

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Crónica de un viaje por Bucarest (II) (y por San Luis Potosí)

Para mis familias, las designadas y las escogidas.

Comienzo por escribir esto la noche antes del viaje. Saldremos temprano, nos hemos citado a las 6:40 y pensamos estar en San Luis capital por la tarde. Para quienes no conozcan las latitudes y longitudes de México, San Luis es la capital del estado homónimo, pero a éste se le agrega un apellido: Potosí, igual que la ciudad repleta de plata en Bolivia. La ciudad mexicana se encuentra a las puertas del bravo norte, y es sede administrativa de un estado donde colindan Aridoamérica y Mesoamérica de aquellos tiempos arcanos. Es decir, hay desierto, bosques secos, planicies y hacia el este, ése al que mis lecturas también me llevarán, pero a mayor kilometraje, se encuentran las selvas siempre húmedas que coronan la famosa Huasteca Potosina. Comienzo a escribir antes de cualquier viaje con la misma intención que Ariadna dejó su hilo en el laberinto, para dejar mi camino, para abonar una marca en mi arqueología escrituraria.