Etiqueta: Literatura mexicana contemporánea

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Un día después

A JP, Sofi y a otras personas que escuchan y cuidan

Despiertas poco a poco, cansada. Tienes como impulso desear buenos días a través del celular, pero algo te lo impide. Sientes una opresión en el pecho: se cumplió tu peor miedo. Recuerdas cómo, en la madrugada, se te subió por primera vez el muerto. Al menos no tuviste tanta conciencia, pensabas que era tu gata subiendo sus patas en tus costillas superiores. Quisieras compartir esa sensación por escrito, pero ya no puedes. Tardas unos minutos en volver a lo que sucedió la tarde del día anterior. Vuelve el golpe de realidad. Ayer por la tarde terminaron. El portal se ha cerrado. Ya no hay espacio para comunicar nimiedades. Aunque para ti no lo sean.

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La meta – Cuento de Rodolfo Ruiz Vázquez

Alcanzó la azotea aupándose a un papalote que un niño echó a volar. Desde la cornisa, observó a las multitides desplazándose a un ritmo trepidante por la calzada. Quienes hasta entonces Chela viera teratológicos se habían convertido en seres diminutos aglomerados en una marabunta que corría veloz entre las dos bandas de edificios, a la manera de un río al fondo de un cañón. La diversidad cromática de los atuendos en continuo flujo le recordó las aguas contaminadas de aceite, tornasoladas en la superficie, que con frecuencia bajaban por las cunetas de la ciudad, y que para ella representaban caudalosos e insalvables torrentes. Separada de la marabunta por vallas de metal, sobre la banqueta efervescía un caldo de pañuelos, banderines y palmas batientes, el cual, sin embargo, se mantenía fijo al mismo punto.

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La muerta de la colonia Portales – Cuento de Joan Malinalli

El cuerpo de Minerva permanecía quieto en la orilla de la cama. Dos mujeres, confusas y trastabilladas, le sobaban el pecho y las manos, mientras otras dos corrían sin rumbo aparente alrededor de la casa. Buscaban un médico en los rescoldos del invierno, entre los montones de objetos antiguos. Telefoneaban, se nublaban, aullaban en silencio. No fue sino hasta que todo hubo terminado que una de ellas pudo al fin salir en busca de auxilio. Era tarde, o tal vez muy temprano. Eran quizá el cielo azul y sus nubes los que condicionaban el tiempo. La mujer entró en la habitación y escuchó un latido ilusorio debajo del metal redondo y frío. Entonces, pronunció las palabras y la más joven saltó desquiciada sobre el cuerpo, volviéndose de mar turbio como una pintura de Turner. Las otras la detuvieron, serenas, en sosiego, y ella se contuvo apretando el vacío con los dientes menguantes. 

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Cauces – Poemas de Dante Vázquez M.

Sala

Conduce el río al caimán. Es cierto, pero corriente arriba, 
sería peor; conduciría a los dioses que crearon al caimán. 

Eduardo Lizalde

I

A mediodía el sol reposa sonriente
en el sofá arlequín.
El invierno también trae consigo calor: 
uno a uno van llegando, 
en silencio o a carcajadas, 
los monosílabos de la familia. 
Un yo es un tú en un él,
que se multiplica en un ellas, 
y en un nosotros y en un ustedes, 
en el centro cristalino de la mesa 
sobre la alfombra avellana.

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Fragmentos de Entomemas – Daniel Vega Tavares

[Apunte][1]

Pienso demasiado insistentemente y con frecuencia asqueado en insectos, pero aun así salgo a caminar para encontrarlos y vuelvo hecho un manojo de nervios. Me lleno de valor para fotografiarlos y los dibujo piloerecto con una irritación terrible en la mejilla que rasco como si tuviera ácaros rojos recorriéndola en círculos, círculos rojos y pequeños circulando.

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Síndrome – Cuento de Lizeth Jacqueline Gutiérrez Pérez

El cielo estaba despejado, no existía el cúmulo habitual que irremediablemente se mostraba en esa época del año; en consecuencia, el sol arrojaba sobre la ventana su fastidiosa luz. El viento ese día pudo haber sido amable, pero se ausentó totalmente, cansado de mi estado de ánimo que, sin explicación alguna, se encontraba nublado. Las sonrisas satisfactorias de mi familia encendían un fúrico sentimiento en mi pecho.