El tren que nos ha sacado de la ruinosa y olvidada Bucarest ha frenado de golpe. Ya hemos recorrido los siempre disputados Cárpatos, las llanuras húngaras, y subimos por las montañas eslovacas hacia el corazón de Europa. Pero ahora, sin previo aviso, tenemos que detenernos. Pregunto a mi acompañante qué ha ocurrido, si sabe algo. Me observa con su cabello cano y una leve sonrisa, parece humedecer sus labios. De pronto brota su voz de sí, no de su boca, más bien de su estómago, y comienza a emerger de su cuerpo hasta quedar flotando sobre él. Las SS van en retirada y han volado las vías que nos conducen a la ciudad de Brno, me comenta, pronto se acabará el tiempo. Estamos en el 30 de abril de 1945, Hitler se ha suicidado y mi acompañante es el escritor checo Jirí Kratochvil, estamos ahora inmersos en su novela Buenas noches, dulces sueños (2012).
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Cuarenta – Cuento de Diego Alexander Alvarado Pacheco
Al levantar la cabeza descubrió la cara rejuvenecida de su padre. Limpió nuevamente el espejo y escupió una amarga saliva. Es usted señor, escuchó a su conciencia. Dejó el cepillo junto a la crema dental, ambos sobre el lavadero. Quiso verse mejor en el espejo, pero se preocupaba de que su mujer pudiera importunarlo. Segundos después, acercó su rostro envejecido muy próximo al cristal y no quiso ver nada más que su mirada cansina. Retornó a su postura inicial, aunque sintió que su dignidad estaba siendo socavada por su reflejo. Ahora notó una mancha blanca sobre el cuello de su piyama. Inclinó su cabeza hacia el lavadero y dudó. Recogió delicadamente la mancha con su dedo índice. La palpó: era liviana y pegajosa. Miró hacia la puerta del baño: no había testigos. Su dedo fue engullido por su boca; saboreó, con incredulidad, aquel rastro dulce de rebeldía.
Cuerpo, palabra, imagen: escribir el instante
Fotografía de Sarah Cruz
—¿Y si sólo fuéramos la imagen reflejada en un espejo?
Salvador Elizondo, Farabeuf o la crónica de un instante
—Entonces nada ni nadie podría jamás contestar esta pregunta.
Porque los poros o la tinta son una misma cosa. Una misma apuesta.
Luisa Valenzuela
Me gustan los libros que son más que eso. Me gusta que haya un juego en el título, en las palabras, en el libro mismo. Me gusta que un libro pueda ser muchas cosas, como lo es un poema. Me gusta tener en mis manos un entrelazamiento de cosas. Me gustan los libros de poemas que son ensayos, las fotografías que son ensayos y los ensayos que son poéticos. Me gusta masticar de todo un poco al mismo tiempo. Me gustan los enredos, los nudos, los problemas que se esconden. Me gustan las cosas que fluyen en un mismo espacio, pero un espacio sin paredes, un espacio que escapa de sí mismo. Me gustan las cosas reales que son irreales, que son estrechas y son pesadas y son angostas y son diminutas y son inmensas. Me gustan los libros que cambian a cada página; a los que cuesta no regresar, sacar la pluma, doblar la esquina. Me gustan los relatos que se cuentan en una imagen. Me gusta una imagen que cuenta relatos infinitos. Me gustan las palabras en las que el cuerpo se inserta dentro y fuera de ellas; antes, durante y después… para siempre.
En aquel entonces – Cuento de Orlando Sánchez Patiño
Ilustración de Orlando Sánchez Patiño
Nunca me han gustado los caldos. Siempre se sirven cuando hace mucho calor o cuando son acompañados con alguna pieza de pollo mal cocido; sin embargo, el caldo que comí en aquella ocasión no me desagradó. Aunque la carne que contenía era chiclosa, tenía un sabor novedoso que no había probado antes y que jamás probé después.
Ray Bradbury, el estío que prevalece || Ensayo de Víctor Balam
A cien años de su nacimiento, las advertencias sobre lo que podría ser el futuro del escritor estadounidense se vuelven más importantes que nunca. Su amor y esperanza sobre las bibliotecas y los libros son […]
Nunca más gritos ahogados
A la memoria doliente de las diez mujeres asesinadas el día de hoy
Foto: Lindsey LaMont on Unsplash
Cuando empecé a escribir en Primera Página, a mi columna la nombré ‘La ciudad de las damas’ por la utopía medieval de Christine de Pizane en la que se proponía un mundo completamente habitado y gobernado por mujeres. Pizane no fue la única que imaginó universos exclusivos para nosotras. En 1915, Charlotte Perkins escribió Herland, una novela en la que una sociedad alejada de mujeres que se reproducían por partogénesis se encuentra con unos viajeros varones que llegan accidentalmente a su isla.
De lenguas y dialectos: reflexiones
«En ese sentido, hablar una lengua es político, escribirla es político, ensayar en ella también».
YÁSNAYA AGUILAR, lingüista y activista mixe
Algo positivo que suelen dejar las «polémicas» en redes es poner al centro un tema del que muchas veces no hablamos. Estas discusiones ponen también en evidencia en ocasiones la enorme desinformación que tenemos respecto a los temas abordados: género, feminismo, aborto, desigualdad, clase, etcétera. La víctima de esta semana fue(ron) la(s) lengua(s).
El cuarto milagro de la niña de los alfileres
Texto por Julián Mitre
Uno de mis libros más queridos es Larvas, de Alfonso Suárez Romero. Su historia me encanta a pesar de que, como novela, acredita varias fallas. Mucho del cariño que le tengo es, porque hasta antes de mi encuentro con Larvas, nunca me había planteado el hecho de que mis textos pudieran ser leídos por otro. Alguien además de mí.
Hallar el lugar de todo lo nombrado
Texto de Edgar Adrián Mora Para Juan Pablo, que quiere ser escritor. 1. Viene alguien y me invita a escribir sobre cómo me convertí en escritor. Cada vez que alguien me propone algo similar, las […]
Apuesta y aburrimiento
Alejandro Vázquez Ortíz Creo que soy parte de la última generación de la humanidad que conoció el aburrimiento. Que llegó a experimentar, en la adolescencia, grandes periodos de vacío y ocio desocupado. Crecí antes de […]