En mi viaje por Bucarest he realizado una parada, tal vez fue mientras esperaba el tren, o en una cafetería con un fuerte aroma a café turco especiado. No lo sé. No reparo en el clima, ni en los susurros que se asoman a través de la fina y delgada cortina de la realidad, a veces tan escénica. Cartarescu me ha provocado muchas cosas, entre ellas reflexionar acerca del estrecho entre la muerte y el amor, además de regresar a otro autor que mencioné en esta misma columna: Carrère, quien nos dice que conviene tener siempre un sitio a donde ir.
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Hernani o cómo hacer Teatro del bueno || Texto de Santiago García Lucio
Ilustración de Aimeé Cervantes Flores
¡Lo admito! Quería, y lo digo sin paliativos, que mi obra a la que yo, huelga decirlo, tenía por potente y prometedora, causase un gran efecto aquella noche. A menudo se ha dicho así: “Ten cuidado con lo que deseas, porque puede ser que se cumpla”… ¡Acertados pronósticos!
Sí… aquel 25 de febrero del 30 Francia se convirtió en un hervidero ¿Si era aquello lo que buscaba, me preguntan? Lo ignoro. Diré, en mi defensa, que aún me hallo bastante conmocionado como para hablar con claro raciocinio y perspectiva del hecho en cuestión.
Entre el destino negro y una vida en rosa: Édith Piaf
«Las noches de amor tienen que terminar
Una gran felicidad toma su lugar
Los problemas y penas se alejan
Felicidad, felicidad hasta morir»
Édith Piaf
Fue un once de octubre. En la memoria se quedaría impresa aquella tarde gris de vientos otoñales que arrastraban las hojas secas por el suelo. La abrumadora noticia corrió por la radio, por el periódico, de boca en boca. Las calles parisinas se volvieron caudalosos ríos de gente. El tráfico detenido. Todas las voces calladas. Hay quien afirma que desde los días de la Segunda Guerra Mundial ningún acontecimiento había paralizado de tal manera el corazón de Francia. Rumbo al cementerio de Père Lachaise, más de cuarenta mil personas peregrinaban alrededor de un pequeño féretro. El gorrión no cantaría más. La nota final de “La vie en rose” se apagaba en el susurro del aire entre las ramas desnudas. El dolor de toda una vida culminaba en la última escena de la tragedia. Édith Piaf había muerto.