Etiqueta: Escritores mexicanos

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En aras de uno mismo – Cuento de Rodolfo Ruiz Vázquez

Pasadas las seis, como cada tarde desde su internamiento, Gil volvía del ala de los permanentes, donde acababa de visitar a Prudencio, locuaz espécimen cuyas tediosas divagaciones soportaba a cambio de un cigarro. Yendo por el pasillo, rumiando aún las palabrejas rimbombantes que adornaban el discurso de su única fuente de nicotina, escuchó una bella música brotando por una puerta entornada. Asomándose, vio a un hombre dormitando en un reposet. Era alto y gordo, lampiño como foca. Su rostro imberbe, cachetón y liso recordaba al de un querubín. Si su fisonomía hablaba de alguien a lo mucho en sus cuarentas, la bolsa con orines que descansaba en su regazo, al lado de una biblia abierta en Mateo 19, le daba un aire de decrepitud. Sobre un buró contiguo a un librero copioso, un gramófono reproducía una sonata para piano.  

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Erosión – Poema de Emmanuel Santana

Como una flor que se marchita
por el tiempo que la desgasta;
como un arpón que debilita
a una criatura con piel vasta;
como un árbol que la edad seca
con la vejez y su calor;
como arma con la que se peca
y no se usa más por pudor.
Alejado más cada día
de la amarga miel de la vida,
que antes tanto yo quería
y que ahora de mí se olvida
al arrugar mis firmes manos,
al decolorar mis cabellos,
al oxidar mis dientes sanos
que antes blancos lucían tan bellos.
Cada vez más cerca estoy
de hacer de mi cuerpo un baldío,
ése es mi futuro, allá voy,
mi destino nunca fue mío.
El reloj no da tregua, corro
por alcanzar un solo segundo
que me robó el astuto zorro
gordo y redondo como el mundo;
nada obtengo, ni una migaja
queda de la persecución
a la más valiosa alhaja
y me hundo en la consternación.
Por cualquier cosa envejezco:
si como, si duermo, si vivo,
si río más viejo parezco
y con ninguna acción revivo.
Por más que del inevitable
tiempo huya, él viene a recordarme
con su muda voz nada afable
que está más cerca de abrasarme.

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Patio – Poemas de Dante Vázquez M.

Todos tendemos a hacer que la representación del mundo que nos rodea sea la más cercana a nuestros deseos, necesidades e ideas.

Giorgio Nardone

I

A veces un lugar olvidado,
a veces un baúl de juegos,
a veces un refugio soleado,
a veces un ataúd de egos.

Hay pasos marcados y caídas
abruptas e intencionadas
sobre el concreto resquebrajado,
ayeres raspados de las rodillas.
Hay recuerdos rojo escarlata,
núbiles gallinas degolladas,
corriendo desesperadas
por vivir, por impulso, por inercia.

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Títulos para novelas por venir – Rodolfo Ruiz Vázquez

Sólo el segundo día pudo detenerse a pensar en el contenido que podría esconderse tras algunos títulos. Leyó: El estreno, Las ideas puras, Andanzas del impresor Zollinger, El estupor y la maravilla…Y luego: El niño que jugaba con la luna, El canto del pájaro, El peregrino ruso… Leía un título y cerraba los ojos. Dado que todavía no le era dado realizar su sueño (leer), lo ensoñaba.

Pablo d’Ors

El sendero de los pinos plateados

*

Tañidos con sabor a pan

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El arenero – Poema de Edis Namar

Esta maldita circunstancia
de echar raíces en tierra yerma,
de reconocer en sus grietas
los surcos de las manos.
La desoladora certeza
de que los laberintos
no contienen el cosmos.
La fe en la simetría,
como si se escucharan pasos
al otro lado de los muros,
como si tras los pisos
manara el filo de los clavos,
como si nuestros rastros
deambularan en el arriba
de otra parte fantasma.
¿Acaso somos transparencias
monstruosas dentro del ropero,
los hologramas espectrales
de una dimensión superpuesta?

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Portada Overcast de Jorge Varela

La verdad detrás de la verdad: «Overcast», de Jorge Varela

«La historia la escriben los que ganan no los que poseen la verdad». Con este inexorable epígrafe arranca la búsqueda propuesta por Jorge Varela en su novela Overcast, publicada por Lectio y galardonada en 2020 como libro del año en la categoría de ficción por la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana (caniem).

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La historia del hombre que empujaba una piedra por una pendiente – Ensayo de Misael Garrido

El ascenso

Mi papá contaba cada mañana la misma historia. Despertaba tarde, cuando ya todos habíamos desayunado, y mientras se preparaba el café y freía los huevos, hablaba al aire para que todo mundo lo escuchara. Era la cocina de la infancia como un ágora y mi papá como un profeta ciego y desgraciado.