Etiqueta: Cuento

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Imagen del veinticinco de mayo || Cuento de Melissa Tarabay

Ilustración de Robert Bélanger

Ya no veo nada pero siento todo. Resuena en mí la vibración del poste que se acaba de caer a la banqueta por el impacto del Audi gris;  el pánico lagrimeado del chofer que arruinó su vida y la de las familias de los muertos y afectados; la tragedia inyectada en el cuerpo de una madre aferrada a su hijo, ahora ambos abrazados por la muerte y marcados por las llantas de un coche; y el gran barullo de una multitud alrededor de los heridos, consternados y grabando con morbo lo que sucede en Avenida Revolución. Ha llegado una patrulla que, al parecer, se encarga únicamente de proteger al pasajero del Audi, el embajador guatemalteco, de la furia colectiva desatada alrededor, que no paran de gritarle: “¡Asesino!, ¡no le cubran la cara!”.

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Parecía tan fácil || Cuento de Manuel Alcalde

Ilustración de Aimeé Cervantes

A Luis de pequeño le molestaban los días de lluvia en que salía el sol. Y era extraño, porque a Luis de pequeño le molestaban muy pocas cosas. Era lo que se dice un chico alegre, de ese tipo que no suele dar problemas, ya me entienden, ese tipo de chicos que crecen sin que haga falta regarlos a diario. Sin embargo, con el paso del tiempo la lista de cosas que molestaban a Luis había crecido monstruosamente, aunque los días de lluvia en que salía el sol, a decir verdad, ahora le traían sin cuidado.

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Las lágrimas del Perro || Cuento de Melissa Tarabay

Picar la sal de mar es casi imposible, como salpicar a alguien con las lágrimas de sus cicatrices. El llanto, casi perdido, le grita desde su interior que ejecute alguna acción para poder vaciar aquel contenedor que lleva años intentando, por sí solo, vencer la entrada de cualquier cavidad y orificio que le permita tener algo de oxígeno. Pero no se puede, ninguna lágrima ha podido resbalar de sus mejillas. Se vuelven brisa antes de salir a la luz, difuminándose lentamente como si se avergonzaran de existir.

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El fuego dual || Cuento por Eduardo Viladés

Sonsoles me contó el otro día cómo había transcurrido la última sesión en la consulta de su terapeuta. Me habló de la doble llama que debe darse en toda relación amorosa, requisito indispensable para que esa aventura que se establece entre dos personas crezca y se fortalezca. Mencionó grupos de palabras que hacía mucho tiempo no escuchaba: pasión y empatía, lujuria e ilusión, deseo carnal y escucha, lascivia y entendimiento, concupiscencia y amor desinteresado.

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El héroe misófobo || Cuento de Fernando Vérkell

Ayer recibí una carta: una caligrafía temblorosa y apretada me informó que Molinaro, mi gran amigo de la infancia, murió dos semanas atrás y fue enterrado sin pompa. La noticia me desbarató la mañana; cancelé mis planes berlineses, desconecté el teléfono y me atrincheré en mi habitación. Cuando abrí las ventanas, varias horas más tarde, oscurecía. Triste y descorazonado, encendí un cigarrillo, contemplé la ciudadela, y recordé.

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La noche de Abel || Cuento de Ismael Benítez Flores

Abel despertó de pronto. Tenía sed.

No encontró su sandalia derecha, así que devolvió la izquierda a la oscuridad. Abandonó la habitación con cautela para no despertar a su madre y atravesó la sala. Abría el cerrojo oxidado cuando recordó el vaso con agua situado en la ofrenda de muertos. Fue hacia él, estuvo a punto de tomarlo, pero sus ojos se toparon con los de su padre, impresos en amarillento papel fotográfico. Le parecieron encendidos, como el emblema policiaco de la gorra que nunca abandonaba; igual que la flama tintineante dispuesta allí, en su memoria. Leyó en ellos una advertencia. Gruñó. No pudo ahorrarse la fatiga de salir.

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Como un bolero - Aimeé Cervantes

«Como un bolero»: La intimidad del relato contado al oído

Como un bolero
Improviso movimientos de ternura,
Mis latidos se confunden con tambores,
Y de pronto de mi alma
Mil requintos se derraman en tu alma
Como un bolero

Los Tres Reyes

Cuando pienso en el abuelo, la primera imagen que viene a mi mente es la de aquel hombre de canas sentado en un sillón con los ojos cerrados, mientras que en la vieja tornamesa un disco de Los Panchos gira incesantemente. A cada vuelta del desgastado ‘elepé’, la aguja del tocadiscos puntea el requinteo que sale de los dedos de Alfredo Gil y, entre una y otra de las canciones, el silencio se rompe por los suspiros del abuelo que, al recordarlos, descuelgan en mí momentos que se parecen a fotografías teñidas por los años y a películas en blanco y negro.

Siempre he creído que los boleros poseen esa esencia de suspiro musical. Como dicen los que saben, un bolero está hecho para bailarse «de cachetito» y para cantarse con un susurro al oído. Pues bien, el libro de Diana Ramírez Luna es justo eso: un bolero literario, un conjunto de «quince relatos y una poesía inesperada», que se van acercando despacito con el aire inconfundible de un punteo de guitarra y la armonía delicada que entretejen las voces de un trío.