En esta suerte de apéndice, epílogo, lista de consejos, decálogo sobrepoblado, usted podrá encontrar algunas consideraciones finales acerca de lo que subyace a un melómano, más allá de rituales y esquemas, formas y complejos.
Al final, esto no se trata más que de escuchar música en compañía de un variado conjunto de expresiones faciales que van del júbilo a la rabia, de la melancolía a la resignación. Su esencia sólo se forma por varios cientos de recomendaciones desinteresadas y por una interminable lista de música pendiente. Es el lugar en donde una persona, en la más exquisita intimidad, busca un refugio en donde recrear su silencio, en donde todo se reduce a un par de ojos que se cierran para privarse de ciertas imágenes y explorar otras, muchas veces más hondas y profundas.