Los hilos de La Manta

Una jarana, un bajo, una batería, un saxofón, una marimba y el más variopinto conjunto de percusiones conforman la amalgama instrumental que camina de la mano de una voz que en los desgarros del falsete pregona unos versos que entre palabra y palabra, entre letra y letra, dibujan imágenes que saben a tierras lejanas, a tiempos antiguos, a parajes olvidados, a amores perdidos.

Así se conforman los sonidos de La Manta, un grupo nacido en las manos de seis jóvenes que coincidieron en tierras veracruzanas para emprender el camino en busca de una nueva expresión musical que llevara dentro de sí todo un caleidoscopio que trasluciera los colores que brotan del suelo mexicano.

Sincretismo es la palabra que mejor define su estilo. La fusión entre los géneros que nutren su esencia va más allá del simple capricho que busca conjuntar los opuestos. El juguetón diálogo entre el jazz y la música tradicional logra crear un nuevo lenguaje, una nueva estética a través de la cual se pueden apreciar desde una perspectiva diferente las formas y estructuras musicales gestadas en el seno de las más diversas regiones de México.

El ímpetu del violín huasteco, el misticismo de la lírica istmeña, la frescura del arpa jarocha, la fiereza del tamborazo norteño, todo ello se encuentra diseminado en cada arreglo y sublimado en cada compás.

La imagen sonora es impresionante: La batería fija la secuencia rítmica sirviéndose de fills heredados del jazz mientras que el bajo eléctrico instaura la base de una armonía que la jarana remata en los contratiempos de un vistoso compás sustentado en la sesquiáltera, ritmo propio de la música nigeriana en donde los ritmos binarios y ternarios se debaten entre sí. Por encima de ello se encuentra una conversación entre el vocalista y el saxofón que se alternan el canto y el contracanto. A momentos escuchamos las coplas y el soneo de una voz falseteada que rasga las notas provenientes de versos que sólo pueden ser fruto de la inefable boca de los ancianos; en otros, percibimos el seductor bending de un saxofón que explota y complejiza los motivos melódicos y los recrea dentro del lenguaje del jazz. En el fondo se escucha la percusión de un cajón e incluso una desgastada quijada de burro que es azotada con fuerza.

Sin embargo, esta compleja labor de mezcla entre géneros no ha sido abordada desde la posición de un conquistador que coloniza y subyuga. Cada pieza contiene dentro de sí un sustento que le brinda un significado que supera la simple fusión de estilos. Bajo cada canción subyace una intensa labor antropológica que busca preservar la ancestral tradición de la que proviene cada acorde, cada rima.

En su variado repertorio compositivo se encuentran retratadas formas de lo más disímiles que han trascendido el ámbito de la música popular. En sus discos tenemos un recorrido que va desde canciones tan famosas como “La Llorona” hasta el ya casi extinto canto cardenche, pasando a través de muchas de las variantes de son, corrido, jarabe, siempre con la hibridación genérica proveniente de la música clásica, el jazz, el blues, el flamenco, el rock, el metal y la música experimental.

La Manta logra difuminar las fronteras musicales y crear un estilo propio que abreva de muchas formas, tradiciones, culturas. Su música se nutre de raíces profundas, mismas que alimentan a esta patria mestiza de nacimiento que vive apasionadamente al son que le toquen.

Si prestamos atención podemos darnos cuenta que ahí se encuentra presente el sabor a pulque, mezcal y tequila, los lejanos sonidos de una serpiente entre la maleza y de un jilguero entre las ramas, el penetrante aroma a maíz tostado, los recuerdos de viejas fotos que se han decolorado por el tiempo, la textura de una manta que nos cobija y nos vincula unos con otros como hilos que se entretejen para formar un mismo bordado.

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