Categoría: Otredades

El concepto de otro es inherente al ser humano. Pero la otredad no viene sólo limitada por las fronteras; quien se sale del normativo universal es susceptible de convertirse en otro, con todo lo que esto conlleva. Ahora bien, ¿qué ocurriría si intercambiáramos los conceptos? ¿Acaso los otros no nos ven a nosotros también como distintos?

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El Torso – Cuento de Seth Nahúm Contreras

“It’s gruesome.
That someone so handsome should care”

Johnny Marr, Steven Morrissey

“En la escuela, guapo?” 

El Torso me envía mensajes desde la mañana. Imagino que lo hace cuando va de camino al trabajo, con su clásica camisa blanca cubriendo su oscura mirada; su nariz definida y alargada; sus líneas marcadas; su boca pequeña, oscura y un poco abierta; y su barba que apunta a lugares misteriosos.

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Fragmentos de Entomemas – Daniel Vega Tavares

[Apunte][1]

Pienso demasiado insistentemente y con frecuencia asqueado en insectos, pero aun así salgo a caminar para encontrarlos y vuelvo hecho un manojo de nervios. Me lleno de valor para fotografiarlos y los dibujo piloerecto con una irritación terrible en la mejilla que rasco como si tuviera ácaros rojos recorriéndola en círculos, círculos rojos y pequeños circulando.

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Ventanas a “Mundos Disidentes”

Toc. Toc. Primero, el golpeteo inicia leve. Nadie podría pensar que afuera hay una amenaza. Toc. Toc. Toc. Insistente, molesto, incomprensible. Toc. Toc. Toc. Toc. El ruido se vuelve frenético, amenazante. Toc. Toc. Toc. Toc. Toc. Observas por la mirilla y ahí está, esa quimera de varias cabezas. Aprietas las puertas corredizas y las sostienes con todas tus fuerzas. Toc. Toc. Toc. Toc. Toc. Toc… Los golpes se detienen de repente. Echas una mirada afuera. Ya no hay amenaza, pero decides quedarte ahí dentro. Te pones a leer. Sabes que los golpes volverán, acaso más implacables la próxima vez. Sigue leyendo, quizá para entonces te des cuenta que los golpes no dan tanto miedo como vivir en reclusión.

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Configuraciones del (tú)yo – Poema de Emilio Paz Panana

Frente al espejo, sólo soy un reflejo.
Frente a Dios, sólo soy una creatura.
Frente al otro, sólo soy un distinto.
Soy un tú, soy un yo,
soy la hegemonía / soy la decadencia
soy el triunfo / soy la derrota
soy el blanco / soy el negro.
El diablo me abraza y veo un reflejo
que se confunde con mi rostro.
Desvirtualizo mi propio reflejo
y no me veo, veo a otro.
Soy otro, soy un cuerpo, soy un alma,
soy una combinación diferente 
que se mezcla con el capítulo último
del Apocalipsis. Soy el cinturón
que se rompe durante la guerra.
¿Quién soy? ¿Por qué soy lo que soy?
No soy mi creador, pero me creo el día,
no soy mi verdugo, pero me aplico un corto
a un centímetro de velocidad al día.
El reflejo sobre el agua,
todos somos Narciso, 
todos somos un tú(yo) de alguien
o somos el (tú)yo de nuestro dolor. 
El cielo, la marea,
el festejo oculto de la luna,
que el misterio de la hegemonía se desprende
y la noche aconseja el misterio.
La diáfana pregunta de siempre: ¿quién soy?
Y sólo soy la ausencia del otro,
pero el otro, presente, es mi inexistencia.
Puedo sobrevivir en su memoria
o morir en su indiferencia.
¿Quién soy? El otro, mi madre,
me ha dado nombre, y yo, como creatura
le he dado nombre a más cosas.
Pero no soy Adán. 
Soy Eva desterrada,
soy los hijos perdidos,
soy Abel asesinado por Caín,
pero también soy Caín asesinando a mi padre.
Lilith, la única con fortuna,
es la otra que se pierde en la memoria. 
¿Quién soy? ¿Quién soy? 
Le imploro a Dios 
para encontrarme en el camino,
pero incluso, yo soy Dios,
soy mi propio creador.
Soy el tú-yo 
de una dicotomía necesaria.
El otro soy yo, 
yo soy el otro de un misterio.

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Síndrome – Cuento de Lizeth Jacqueline Gutiérrez Pérez

El cielo estaba despejado, no existía el cúmulo habitual que irremediablemente se mostraba en esa época del año; en consecuencia, el sol arrojaba sobre la ventana su fastidiosa luz. El viento ese día pudo haber sido amable, pero se ausentó totalmente, cansado de mi estado de ánimo que, sin explicación alguna, se encontraba nublado. Las sonrisas satisfactorias de mi familia encendían un fúrico sentimiento en mi pecho.